Roberto Schneider

Roberto Schneider
De la negrura del espacio escenográfico de La 3068 surgen la luz, los colores y, en definitiva, la vida para los personajes de “La sobrina”, bellísimo texto teatral de Mari Delgado surgido de la excelente novela homónima de su hermano Sergio Delgado. Los protagonistas de la pieza evolucionan sobre la escena en un constante caminar -literal y metafórico- al borde del abismo. Junto con ellos el espectáculo todo se asoma al precipicio. Y eso, el riesgo, es precisamente lo que ante todo y sobre todo debe consignarse en esta producción. Más allá de que guste o no, de que se la considere saludablemente ambiciosa, “La sobrina” configura en su totalidad texto y puesta, una empresa de una elaboración y un rigor, de un vuelo y una osadía y sobre todo de un aliento y una dimensión infrecuentes -y por ello doblemente saludados- en el teatro santafesino actual.
Van a la cuenta de la maestría de la directora Mari Delgado la pericia en la multiplicidad y la delimitación de los ámbitos de acción dentro de un espacio sabiamente utilizado: la colocación de las figuras, sus agrupamientos y evoluciones, siempre cargadas de significado y la edificación de la atmósfera onírica que envuelve todo el espectáculo mediante imágenes de gran potencia y sugestión. Tanto como la consumada destreza en la dosificación de las luces y las sombras de Diego López están los actores y las actrices y su integración con un eje vertebrador: el talento.
Codo con codo del singular oficio de la directora, debemos señalar aspectos que engrandecen el producto final. Son magníficos los signos elegidos por Delgado para traducir escénicamente el texto. Así, la Casa de la Cultura adquiere un protagonismo casi excluyente para quienes vivimos su época de esplendor en los 90.
Sergio Abbate, Milagros Berli, Carolina Cano, Edgardo Dib, Raúl Kreig, Silvana Montemurri, Cristina Pagnanelli, Fabián Rodríguez y Rubén von der Thüsen tienen sólidos antecedentes para interpretar a los protagonistas. La aparición de alguien como ellos en escena es suficiente para que se celebre a todos y a todo lo que los rodea aun antes de que la acción empiece a desarrollarse. ¿La autoridad que emana de un actor/actriz tan consagrado como ellos, el halo que los envuelve, facilita la transmisión de un texto o puede dificultar su comprensión? ¿Una presencia enfática como la de ellos/ellas no funciona quizá a modo de una pantalla que vale el personaje? Bastó que una actriz realice una risita breve al inicio de la pieza para que se oyera como un eco la risita cómplice de los espectadores. En el centro de la escena todos ellos, cubiertos por el buen vestuario de Osvaldo Pettinari, mostrando el brillo de su mirada; Martín Bayo en fotografía, Fabiana Sinchi, en la exacta coreografía, Francisco Delgado en asistencia de producción y Edgardo Dib en la precisa asistencia de dramaturgia y puesta en escena. Y Nidia Casís, mirando todo desde la asistencia de dirección.
Este de “La sobrina” es un trabajo de real envergadura con la inspiración de su creación más estilizada a partir de sutiles y a veces atrevidas injerencias en el tratamiento de la forma, del color del material, inclusive del volumen. La caricatura, la parodia, la realidad, la fantasía, han sido caminos unívocos por el rigor y la imaginación de estos hacedores de la escena local. Bienvenidos, para continuar celebrando los parentescos.




