La islandesa Björk (que vino con una propuesta diferente, con su voz sobre arreglos orquestales propios), la mexicana Julieta Venegas, la chilena Javiera Mena y la Argentina Feli Colina fueron las protagonistas de la segunda parada del festival catalán, antes de las jornadas centrales del próximo fin de semana.
Una tarde de a ratos nublada recibió al público de Primavera Sound Buenos Aires: La Bienvenida, segunda etapa del encuentro nacido en Barcelona, cuya andadura nacional comenzó el 14 de octubre pasado con Road to Primavera, y que continuará en días próximos con los conciertos de Primavera en la Ciudad y en el festival principal que se realizará en el mismo predio de Costanera Sur el sábado y el domingo venideros. Como particularidad: esta segunda estación estuvo dedicada por entero a solistas femeninas, que no sólo renuevan desde una mirada identitaria sino que se caracterizan por permanentes exploraciones sonoras, cada una en su camino personal.
Feli Colina: cuello y maquillaje de vampiresa en el atardecer, entrela chacarera y los ritmos afro. Foto: Gentileza Agustín Dusserre
Vampiresa folclórica
La encargada de dar la bienvenida propiamente dicha fue Feli Colina: la artista argentina de la jornada salió al frente de una agrupación integrada por batería, percusión, teclados y coros. De negro y lila, con cuello y maquillaje de vampiresa en el atardecer, reinventando el folclore con el continuado de “El valle encantado”, “Martes”, “Chakay manta” (de Los Hermanos Ábalos) y “Chacatrunka”, con la participación de Valentina Brishantina en el final. Sumó bajo para “Babalú ayé” (original de la cubana Margarita Lecuona). De ah fue para una particular versión de “Trigal” de Sandro, con meneo sugestivo para el público tempranero.
Presentó a la banda durante “Los infernales”, con su ritmo tribal, y volvió sobre nuestros ritmos con “Carnavalito del duende”, de Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Manuel J. Castilla (una de las duplas creativas más importantes de la música argentina), antes de “Aguatera”, que escribió junto al tecladista Baltazar Oliver y el baterista Manuel “Manuza” Figuerero, dos de sus colaboradores cercanos. “Diabla” remató reggaetonera y con aires de son cubano en el piano, antes de que Felicitas y compañía abandonen el escenario.
Javiera Mena convocó al baile con canciones como “La isla de Lesbos”, de su ultimo disco “Nocturna”. Foto: Gentileza Agustín Dusserre
Bailar en la tarde
A continuación fue el turno de la chilena (radicada en España) Javiera Alejandra Mena Carrasco, en formación de cuarteto (con el flautista y saxofonista Paulo, único varón del staff). La trasandina atacó con su electropop, enfundada en conjunto rosa Barbie (saco y pantalón).
“Buenos Aires, están listos para esta ‘Sincronización’” disparó, pero salió de esa canción para ir al groove de “La isla de Lesbos”, himno sáfico y bailable de su ultimo disco “Nocturna”. Subió los BPM con “Luz de piedra de luna”, y se volvió mas melódica con “La joya”, sobre programaciones electrónicas.
Se puso las gafas bolicheras para “Otra era”, que terminó igual de bailable pero más reggaetonera. De ahí pasó a “Me gustas tú” (otra de las nuevas) en versión acústica, con guitarra ídem a cargo de Cata Rojas y la flauta traversa. La electricidad volvió con “Eclipse total” y su saxo sugerente, dejando la cantante el saco para revelar el body al tono.
Sumó un invitado guitarra para “Corazón astral”, en plan discopop, que se prolongó en “Sincronía, pegaso” (“Para las románticas soñadoras, como tú y como yo”). Subió “Al siguiente nivel”, y terminó bien arriba con “Espada”, conjurando el baile en la tarde porteña.
Julieta Venegas sumó un octeto de cuerdas para anticipar las canciones de “Tu historia”, el álbum que sale en estos días. Foto: Gentileza Trigo Gerardi
Tristezas en ritmo festivo
Julieta Venegas llegó para el crepúsculo y la refrescada, de vestido vaporoso y acordeón a piano colgada, de la mano de sus músicos y el beat uptempo ochentoso de “En tu orilla”, cambiando el clima para “Bien o mal”.
Se proclamó “Feliz de que poder compartir música” con las otras solistas del encuentro y lideró desde el acordeón “Ese camino”. Anunció “una más viejita” y se pasó al piano Rhodes para “Algo está cambiando”, esa que dice que “Será que hay algo más / Que a simple vista no se ve”.
Se colgó la guitarra y contó: “El viernes saco disco se llama ‘Tu historia’. Esta es la única canción como de ‘amor feliz’. Se llama ‘Te encontré’”, mientras las pantallas devolvían una imagen espejada del show. Nuevamente en su instrumento, abordó “Lento”, y volvió al piano para funkearla con el enganchado de “Lo siento BB:/” (una colaboración que hizo con Tainy y Bad Bunny)y su clásico “Eres para mí”.
Convocó a un octeto de cuerdas y lo sumó a la guitarra a acústica y el bajo para “La nostalgia”, otras de las nuevas, parte de un disco especialmente orquestado. Y presentó la siguiente, sobre un tema muy actual: “Esta canción habla del miedo que tenemos las mujeres cuando salimos solas de noche y cómo le explico a los hombres de mi vida cómo es enfrentar al mundo en un cuerpo de mujer: se llama ‘Caminar sola’” (sumando la banda completa a las cuerdas).
Volvió al romanticismo y al ritmo más intenso en “Mismo amor”, con arreglos setentosos en el ensamble, dirigidas por Pedro Neto. Fue al piano para la emblemática “Limón y sal”, en esta formación ampliada.
“Quiero decir cosas súper profundas, pero no me van a salir. Gracias por esto, que es una noche inolvidable”, atinó a decir antes de “Me voy”. “Con esta que sigue nos decimos hasta pronto”, saludó antes de la festiva “El presente.
Más allá de ser más apropiado para un teatro o una arena, logró cautivar a la multitud de una fecha festivalera. Foto: Gentileza Cata Almada
A toda orquesta
El público se agolpó cerca del escenario a la espera de la salida de la islandesa, venida desde el Primavera Sound San Pablo, en el marco del Björk Orkestral Tour (algo que se le ocurrió luego del espectáculo “Cornucopia”, dirigido por la salteña Lucrecia Martel). Una música coral sirvió como previa para cambiar el chip hacia lo que vendría.
La formación orquestal (una treintena de músicos de la Orquesta Estable del Teatro Colón, todos instrumentos de cuerda frotada) salió minutos antes de las 21, recibidos con un “olé, olé” que rompió por obligación el diptongo fonético del nombre de la solista (“Bi-ork”). Luego apareció el director Bjarni Frímann Bjarnason (de túnica negra sobre remera blanca), encargado de reponer en cada lugar los arreglos firmados por la propia cantante. Y finalmente ella, como una Turandot lisérgica (tocado oriental metalizado en forma de cuernos llegando hasta rodear los ojos hecho por el artista James T. Merry; vestido largo de colores con flecos by Alexander McQueen, pulsera unida con cadenas a los anillos).
La Gudmundsdóttir (es un patronímico, los apellidos nunca llegaron a Islandia) desplegó su voz plena de melodías imposibles en “Stonemilker”, abriendo las alas en una coreografía sutil. Expresó un fuerte “¡Gracias!” en castellano, que repetiría al final de cada canción. “Aurora” (con esas erres muy marcadas) nació en el pizzicato de las cuerdas, y creció severa. La histórica “Come to me” llegó ligera y con toques asiáticos en el arreglo para aquello de “Sabes / que te amo /entonces, no me hagas decirlo /reventaría la burbuja”.
“Lionsong” (“Quizá deje de estar amándome / tal vez no lo hará / no estoy domesticando a ningún animal”) apareció algo cinematográfica, de banda sonora épica; unas tensiones que inquietan en la calma aparente. Ese clima se expandió en “I’ve seen it all”, con su arranque de película de terror (He visto a un hombre asesinado / por su mejor amigo, / y vidas que terminaron antes de que se gastaran”) y su bajada melancólica.
“Freefall” (de “Fossora”, su álbum mas reciente) fue un paso más hacia la deconstrucción de la armonía y la métrica (con rimas como “We amalgamate / arctic persian compassionate / illuminate, illuminate”), continuando en “You’ve been flirting again”. Al “gracias” le agregó un “¿qué pasa?”, esta vez.
“Hunter” (“Pensé que podría organizar la libertad / qué escandinavo de mi parte”) marchó sobre el ostinato de la base, arribando al ritmo de bolero clásico, con la voz separando las sílabas en esa manera tan particular (I’m the hun-ter / I’m going hun-ting”).
En “Isobel” la orquesta tomó nuevamente el desafío de darle el carácter rítmico: es una formación grande grande para el universo camerístico, pero de puras cuerdas;, con arreglos que buscan darle una impronta a cada canción desde ese orgánico, diferente de la paleta tímbrica que Björk usa habitualmente.
“Jóga” tuvo sus momentos de explosión vocal en el estribillo (“Paisajes emocionales / me desconciertan / entonces el acertijo se resuelve / y me empujas hasta esto”. Volvió a danzar a su particular manera entre los acordes disonantes de “Quicksand”, y las proezas vocales siguieron en “Hyperballad”, haciendo cosas que cantantes entrenados en lírica contemporánea podrían estudiar (pero a ella le surgieron como melodías “cantabiles” de una).
“Notget”, de “Vulnicura”, llegó a algo parecido a un estribillo ganchero. Ahí ya pasó al “Muchas gracias”, y le cantó el “Feliz cumpleaños” a uno de los integrantes de su staff. Presentó a la orquesta local (que se llevó sus buenos aplausos como locales) y al director (cuyo outfit también es creación de Alexander McQueen. El cierre fue con “Pluto” (“seré nueva / nueva mañana / un poco cansada / pero nueva” con un gritito gutural agudo al final.
Allí vino la despedida sutil, con una reverencia antes de abandonar el escenario, seguida por el director, que dispensó a los músicos para hacer lo mismo. Así cerró uno de los conciertos más artísticamente arriesgados que se hayan visto (al menos en cuanto a músicos visitantes relativamente masivos) en el último tiempo; que más allá de ser más apropiado para un teatro o una arena, logró cautivar a la multitud de una fecha festivalera. Y así también se calentaron los motores para las próximas fechas, donde Lorde, Travis Scott, Arctic Monkeys y Charli XCX (entre muchos otros) vendrán a dejar sus miradas sobre la música global.