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Sergio Sinay

"Cristina gobierna con paradigmas masculinos"

"Cristina gobierna con paradigmas masculinos""Cristina gobierna con paradigmas masculinos"

Lunes 10.10.2011
 12:20

José Curiotto
jcuriotto@ellitoral.com
twitter: @josecuriotto

Escritor, periodista, especialista en sociología, psicología masculina y estudioso de los vínculos humanos. Sobre estos cinco pilares se sostiene la labor profesional que desde hace cuatro décadas viene desarrollando Sergio Sinay, un hombre verborrágico y prolífico, que se apasiona cuando habla de la necesidad de que las personas y las sociedades encuentren un verdadero sentido a su existencia como camino esencial para aspirar, al menos, a ciertos momentos de felicidad.

Remarca que se suele confundir “ser feliz” con “sentir placer” y advierte que, cuando los políticos prometen tiempos felices, “hay siempre gato encerrado”.

—Como especialista en psicología masculina y en los vínculos humanos, ¿cómo analiza el hecho de que la persona más poderosa de la Argentina sea una mujer?

—En 2007, durante la campaña presidencial, escribí una columna en donde decía que las hormonas no cambian la política.

Una cosa es ser mujer y otra cosa es lo femenino. Hay mujeres en las empresas, en la política y en muchos otros planos, que logran acceder a territorios que habitualmente han sido masculinos, solamente porque adoptan los paradigmas masculinos y juegan con las reglas de juego de los hombres.

Pero no hacen una diferencia por su mirada femenina. En la política, una excepción cercana fue Michelle Bachelet. Lo de Dilma Rousseff está por verse. Pero en general las mujeres que llegan a esas posiciones lo hacen explotando paradigmas masculinos, como ocurrió con Hillary Clinton en Estados Unidos o con Margaret Tatcher. Cristina Fernández no marca diferencias por ser mujer, ya que actúa a lo macho. Cristina gobierna con paradigmas masculinos.

—¿Le parece que actúa a lo macho? Porque da la sensación de que es muy femenina.

—Explota los rasgos femeninos que tradicionalmente han sido utilizados para que la mujer se muestre como objeto del deseo masculino. Pero no muestra rasgos que las mujeres podrían traer a las reglas de los ámbitos masculinos para enriquecerlos, como por ejemplo la horizontalidad, la circularidad, la emocionalidad real que se manifiesta a través de la empatía y la comprensión. Lo que hay en la presidenta es una emocionalidad manipuladora.

Por cuestiones culturales, las mujeres han desarrollado una mayor empatía con el sentimiento del otro, más comprensión por lo emocional, menor interés por la competitividad salvaje. Sin embargo, nuestra presidenta es más competitiva y con reglas de juego más violentas que las de muchos hombres.

Lo que utiliza de lo femenino y emocional es manipulador. Mientras tanto, los temas que a una mujer le debieran preocupar, como por ejemplo las muertes por abortos en el país, la trata de personas o la violencia doméstica, están ausentes como verdaderas políticas de Estado.

—¿Por qué habla de manipulación? Suena demasiado duro.

—Es que hay un exhibicionismo de lo emocional que no se traduce en una empatía real con las personas que sufren. Lo que se observa es un interés por mostrar su propio sufrimiento, para que sientan pena por ella y esa pena pueda ser utilizada en función de intereses políticos o de poder. Eso lo que yo veo. Es una opinión personal.

—¿Cuáles son los rasgos masculinos a los que apela la presidenta?

—La verticalidad salvaje, el autoritarismo, un gabinete donde todos son genuflexos, donde se emiten órdenes que no se pueden discutir, aunque esas órdenes a veces puedan ser inmorales, la impiedad absoluta, el ganar a cualquier costo. Todas estas características se pueden ver en las reglas de lo masculino, como ocurre por ejemplo en los negocios, en la guerra y hasta en el fútbol cuando se desvirtúa.

Si observamos los espacios regidos por los paradigmas masculinos, como por ejemplo los negocios y la guerra, encontramos lógicas similares. Las empresas y los ejércitos tienen un organigrama parecido: un comandante en jefe o un CEO, gerentes o suboficiales. En las empresas, en la guerra y en la política se habla de ganar territorios, de exigir rendiciones.

Estamos viendo rendiciones en estos momentos. Felipe Solá es un ejemplo, entre tantos otros. Se van rindiendo ante el ejército ganador y sin condiciones. Son todas reglas del mundo masculino.

—Estos modos de actuar masculinos o femeninos, ¿tienen que ver con cuestiones naturales o culturales?

—En realidad es una cuestión cultural que fragmentó al ser humano en lo masculino y lo femenino. Son creaciones de la cultura. Lo natural es ser varón o mujer, tenemos ciertas diferencias naturales que pasan por lo hormonal, por algunos aspectos del funcionamiento del cerebro.

Lo que hizo la cultura es fragmentar. Y entonces se dijo que las mujeres son receptivas, maternales, emocionales y por lo tanto poco confiables para dirigir, que son dubitativas, hábiles para lo doméstico. Todo esto está determinado por la cultura y lo fuimos incorporando como si fuera natural.

En realidad creemos que tiene que ver con nuestra naturaleza, pero es cultural. Los hombres también son emocionales, tienen capacidad de crianza, pueden ser receptivos, intuitivos... Y las mujeres pueden ser ejecutivas, fuertes y están en condiciones de manejar el mundo de lo público.

Lamentablemente, entonces, los hombres siguen entrando de prestado en el mundo femenino y las mujeres siguen entrando a lo macho en el mundo masculino.

—Usted dice que la presidenta manipula. Entonces somos una sociedad manipulable, porque la votó más del 50 por ciento.

—Yo creo que más que una sociedad manipulable, somos una sociedad cómplice. Es cierto que no se puede generalizar porque cuando hablamos de responsabilidades colectivas, porque entonces el concepto se diluye y no hay responsables.

Pero hay un porcentaje alto de esta sociedad que es cómplice. Una sociedad que pide más inseguridad, mejor educación, mejor salud y que reclama que descienda la pobreza; no puede desentenderse de la corrupción como lo está haciendo.

Porque en un país rico como la Argentina, la inseguridad, la mala educación, la mala salud, la pobreza, son inevitablemente hijas de la corrupción. Dicho de otra manera, donde hay corrupción no puede haber seguridad, buena educación y mejor salud.

La corrupción es un agujero negro que se chupa dinero que el Estado debería administrar en favor de la comunidad. Y si las denuncias de corrupción no mueven el amperímetro electoral, es porque hay un alto porcentaje de esta sociedad que, aunque sea duro decirlo, no está segura de que no haría lo mismo que los corruptos si estuvieran en el mismo lugar.

Y en esto entra la oposición también. Los opositores hablan muy poco de la corrupción. Y a mi entender la corrupción no es sólo un hecho económico, sino que está vinculada con lo moral, con los valores, con los vínculos. Si hay tanta corrupción a la vista y a pocos le importa, es porque hay una metástasis de corrupción.

Lo que se manifiesta en las elecciones tiene que ver con esa metástasis. Nunca los que gobiernan llegan en platos voladores e invaden un país durante la noche. Los gobiernos se van gestando a fuego lento y los va produciendo la sociedad.

—Cuando vivía Néstor, las críticas lo perjudicaban. Pero a Cristina las críticas parecen fortalecerla. Tanto es así que casi no se escuchan críticas de la oposición.

—Creo que tiene que ver con el machismo. Es una forma de ser caballeresco. Parece que si uno critica a una mujer, y más si acaba de enviudar, se ensaña con ella. Esto no es bueno para las mujeres. Nadie elige ser viudo. Es algo que ocurre, pero no cambia a las personas.

Es como cuando personas horribles mueren y las necrológicas las convierten en seres maravillosos. Por supuesto que es doloroso perder a un ser querido, pero las cuestiones pendientes siguen estando pendientes para la sociedad. Y hay situaciones que se siguen repitiendo.

Las sociedades que no son conscientes de lo que hacen están condenadas a repetir errores. Y en la Argentina repetimos demasiado porque muchos de estos problemas que hoy planteamos son de los que no quisimos ver a mediados de los noventa con otros personajes. Menem ganó como ganó y resultó ser que nadie lo había votado.

Mi experiencia de vida en la Argentina me demuestra que aproximadamente cada siete años hubo crisis económica o política.

—Usted se reconoce como un seguidor de Viktor Frankl (1), quien hace hincapié en la necesidad de encontrarle un sentido a la vida. ¿Se puede aplicar ese concepto a una sociedad?

—Algo de eso se podría aplicar. La vida de las personas y de las sociedades transcurren y tienen fecha de vencimiento. Gracias a que tenemos una fecha de vencimiento es que valoramos nuestra vida. Sabemos que somos finitos en el tiempo, tratamos inconscientemente de encontrarle sentido a nuestra vida y de dar con él mientras estamos vivos.

Cuando esta tarea no se emprende, en algún lugar lo que nos empieza a carcomer es una sensación de angustia y de vacío.

Esto podemos trasladarlo a quienes gobiernan. A pesar de algunos suelen creerse inmortales o que estarán allí para siempre. Pero no hay poder eterno. Y saber que el poder no es eterno le puede dar al que lo ejerce la oportunidad de encontrarle un sentido al tiempo, construyendo junto con la sociedad un sentido en común.

Nicolas Shumway (2), autor estadounidense que escribió un libro titulado La invención de la Argentina, dice que hay sociedades que cuentan con una ficción orientadora, un objetivo común, un sentido que funciona como piedra fundamental. Pero nuestro país carece de algo parecido.

—No tenemos una ficción que nos oriente.

—No existe tal cosa desde el nacimiento de nuestro país. Hubo luchas fratricidas, caudillos cuidando su territorio. No hubo ficción orientadora que integrara las diversidades. Acá es siempre nosotros contra ellos. No hay una visión compartida donde convivan los intereses diversos. La Argentina no lo ha tenido y no me parece que lo tenga hoy. Hoy son tiempos muy duros en este sentido, con una sociedad partida por la mitad.

—Su último libro habla de “La felicidad como elección”. Los spots de campaña del gobierno hablan de eso, de que “la fuerza de la alegría es la fuerza de un país”. Y da la sensación de que nadie quiere escuchar malas noticias, de que tenemos ganas de ser felices de una vez por todas.

—Entiendo que no se quieran escuchar malas noticias. Es lógico. Pero las buenas noticias tendrían que ser buenas noticias reales.

La felicidad es siempre consecuencia de una manera de vivir. Si cuando hablamos de alegría y felicidad hablamos de consumo, entonces estamos confundidos. En realidad, eso es placer. Y el placer de consumir no conduce necesariamente a la felicidad.

La felicidad es la consecuencia de vivir encontrando un sentido a la vida. Los cementerios están llenos de millonarios suicidas y la gente se pregunta cómo es que se suicidó, teniéndolo todo. Pero la verdad es que tenía todo lo que se ve o se puede contar, pero quizá no tenía un sentido en su vida. Eso no se ve. Eso se siente.

Una persona es feliz de verdad cuando vive sus vínculos, sus valores. Eso no se lo va a robar nadie. Cuando hablan de felicidad en esos avisos, hablan de otra cosa. Se refieren al placer, pero no a la felicidad.

—¿Se puede hablar de populismo de la felicidad?

—Claro que sí. Cuando se ofrece felicidad se está haciendo populismo de la felicidad porque siempre se ofrece a cambio de algo: de fidelidad en el voto, en la compra, en la tarjeta. Nadie puede ofrecer felicidad. La felicidad no es una meta, sino siempre una consecuencia de cómo se vive. De qué manera voy a honrar estos valores, de qué manera voy a vivir mis vínculos humanos.

La felicidad no es una meseta. No se puede atrapar y guardar dentro de un frasco como a una mariposa. La felicidad nos toca por momentos. Cuando te ofrecen encontrar la felicidad en algo, en un auto, en un televisor alta definición, en una promesa política, incluso en una terapia o en un gurú, la verdad es que se está haciendo populismo de la felicidad. Y detrás de eso hay siempre gato encerrado.

—Da la sensación de que en este país hay un 50% de optimistas y otro porcentaje similar de escépticos. ¿Dónde se ubica?

—El optimismo o el escepticismo en estado puro no existen, sino que siempre se estiman en relación con algo. En comparación con lo que nos prometen, soy pesimista.

Si miro a los que todavía creen que hay otra forma posible de vincularse como sociedad, de integrar la diversidad, de construir las vidas personales y en comunidad, soy optimista. Porque creo que si no se rinden en lo suyo esas personas y siguen viviendo coherentemente con sus valores, a la larga, siempre habrá futuro mejor.

En el mediano plazo soy optimista. En lo inmediato creo que vienen años difíciles.

Pero como dijo el escritor rumano Nicolae Iorga (3), “dejar de luchar, por culpa de la corrupción que hay a tu alrededor, es como cortarse el cuello porque hay barro afuera”. Y nadie se corta el cuello por eso.

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