Nos escribe Patricio (39 años, Córdoba): "Hola Luciano, ¿cómo estás? Te escribo como estudiante de Psicología, porque quería preguntarte qué se hace con la culpa desde el análisis, cómo se la trabaja terapéuticamente. ¿O es un concepto religioso?".
Nos escribe Patricio (39 años, Córdoba): "Hola Luciano, ¿cómo estás? Te escribo como estudiante de Psicología, porque quería preguntarte qué se hace con la culpa desde el análisis, cómo se la trabaja terapéuticamente. ¿O es un concepto religioso?".
Querido Patricio. ¿Cómo estás? Muchas gracias por tu mensaje, ya que permite retomar algunas diferencias básicas. No sé si la culpa es directamente un concepto religioso; creo que es un afecto humano que, durante siglos, encontró una interpretación en la religión. Desde el punto de vista de la psicoterapia es posible ofrecer una perspectiva complementaria.
Esta segunda perspectiva no es contradictoria con la anterior, más bien sirve para ubicar la distinción entre la culpa moral y la culpa neurótica. Dedicaré esta columna a pensar en esta última y exponer algunos niveles de su manifestación. No obstante, para no pensar en abstracto partamos de un ejemplo, un caso concreto que nos sirve de hilo conductor. En esta columna tenemos la costumbre de reflexionar desde la realidad, no desde los conceptos vacíos.
Un hombre tiene una caída en bicicleta después de una reunión en la que conoció a un amigo de su pareja. Cuenta que, dada la demora en conocer a ese otro hombre, acepta que tenía celos y, por suerte, en la reunión estuvo todo bien. ¿Habría que pensar una relación entre la reunión y la caída? ¿Entre los celos y la caída? ¿Para qué? El punto es si se puede hacer una interpretación de la caída, sin caer en una metafísica de la culpa (que identifica esta última con una idea de causalidad): lo que te pasó es por algo.
Entonces, él cuenta que esta presentación ocurre en un contexto en que el vínculo prospera y, unos días antes, habían decidido hacer un viaje juntos. Dada la asociación, sí es importante hacer una relación entre una escena y otra. Ahora él sigue y narra cómo el compromiso en el vínculo, a partir de la reserva de pasajes, le produjo cierto extrañamiento. Una interpretación se vuelve posible: ya no cuenta con los celos como síntoma para desear.
Sigue: está alegre y está triste, esto último no sabe por qué. La caída fue un modo de compensar la tristeza que no pudo sentir hasta este momento, como parte del duelo que implica un acto (de consolidación del vínculo). Comprometerse le da felicidad, pero también pierde mucho; en particular, un modo de desear de su juventud (a través de los celos). Ese acto se concreta a través de un pasaje al acto: la caída.
La secuencia es trivial, pero ilustrativa para presentar cómo un pasaje al acto no es necesariamente algo malo ni trágico. A veces puede ser cortarse un dedo mientras se cocina. También puede ser la gripe que se contrae luego de un gran esfuerzo psíquico, como un examen. No por nada se dice "caer en cama".
El sentido común psi suele tener una idea valorativa del pasaje al acto como negativo, sin tener en cuenta su relación con el síntoma. La culpa tiene diferentes dimensiones. Una muy conocida es la caída. Otra es la carga. Muchas veces cargamos con una culpa. Esta culpa no es necesariamente personal. Más veces no lo es. La carga es una dimensión típica de la estructura familiar.
¿Cómo se constituye la culpa como carga? Cuando hacemos algo que hubiéramos preferido no hacer, pero que tampoco puede hacer otro. Entonces nos hacemos cargo de ese acto. Por ejemplo, me preguntan si estoy de acuerdo con cremar a un familiar, cuando este no dejó orden expresa al respecto.
Lo más racional hubiera sido preguntarle, antes de su partida, si quería esa opción. Pero lo racional no es lo correcto. Solo los niños pueden hablarle sin tapujos a los adultos sobre su muerte. Entonces, tengo que decidir algo que no quisiera decidir, que era la decisión otro, que no pudo tomar y quedó a mi cargo.
Otro ejemplo, más simple. Con los hijos todo el tiempo decidimos lo que ellos no pueden decidir. Por eso la parentalidad se presta a la culpa y es frecuente que haya padres que consensuan todo con los niños como si eso evitara retornos culposos. Puedo cargar con diversas culpas familiares. De mis padres, hermanos e hijos.
También de mis abuelos y tíos; por ejemplo, si mi padre fue un fracasado para no competir con su padre mediocre y yo, por ejemplo, me realizo creyendo que voy a ser su orgullo cuando, en verdad, alimento su fantasía parricida (de la que me defiendo con la culpa de mi abuelo filicida).
En la actitud hacia el trabajo suele reconocerse la dimensión de la culpa como carga; ya sea por el exceso de trabajo o por la incapacidad para trabajar. Lo mismo ocurre con el amor. El trabajo y el amor son fuentes de síntomas, muchas veces neuróticos; pero también de posiciones más refractarias al tratamiento simbólico y sintomático, relacionadas con la culpa en la familia.
Por mi parte, hasta hace un tiempo no le prestaba mucha atención a la lectura e interpretación de esta dimensión en los tratamientos individuales. Me enfocaba más en los procesos defensivos, los modos de la angustia y las respuestas sintomáticas. Hoy ya no considero completa la idea que me hago de un caso sin tener una visión de conjunto de la dinámica familiar y la culpa intergeneracional.
Bueno, querido Patricio, hemos llegado al final y espero haberte podido explicar dos dimensiones básicas de la culpa, la caída y la carga, una personal y otra intergeneracional, que no se confunden con la culpa moral –que es propiamente religiosa. Te envío un fuerte abrazo y te deseo mucha suerte en tus estudios.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com




