Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? Hoy, la Palabra de Dios nos invita a repensar nuestras relaciones humanas y sociales. La gran pregunta es: ¿Cómo vivir? Es decir: ¿cómo amar y cómo tratar a los demás para crear una sociedad más justa y más fraterna? La Revolución Francesa de 1789 proclamó tres valores importantes: Libertad, Igualdad y Fraternidad. A lo largo de dos siglos hemos destacado mucho el tema de la Libertad, tal vez exagerando un poco en innumerables oportunidades su significado y alcance.
Lamentablemente, en muchos casos se la ha confundido con el libertinaje, olvidándonos de la responsabilidad, porque… ¿se puede vivir la libertad sin la responsabilidad? Hace tiempo el psiquiatra vienés Víctor Frankl, autor del libro "El hombre en busca de sentido", recomendaba completar la estatua de la Libertad que se encuentra a la entrada de la ciudad de Nueva York con otra estatua, la de la Responsabilidad, porque de tanto hablar de la libertad, nos olvidamos de vivir la Fraternidad.
Hoy se habla mucho de la Igualdad, pero no sé hasta qué punto ha mejorado la situación de todos nosotros. Si usted enciende la televisión, o escucha la radio y las noticias, percibe que día a día se agrava la desigualdad social, económica y cultural. ¿Acaso, se puede hablar de la igualdad cuando nuestros senadores cobran casi 10 millones de pesos, mientras que los jubilados que aportaron toda su vida, deben conformarse tan solo con una "jubilación mínima"? Mire como se mire, desde el cielo o desde la tierra, algo no está bien.
Qué momento para pensar y preguntarnos: ¿Cómo nos amamos? ¿Cómo nos queremos? ¿Qué lugar ocupan en nuestra vida los demás? Todos somos iguales, pero, en la vida cotidiana parece que unos somos más que otros. En el texto del Evangelio de hoy, San Lucas nos interpela con esta bella enseñanza de Jesús:
"Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: 'Déjale el lugar a éste', y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate a la cabecera'. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido"
La enseñanza del Evangelio es muy clara, pero los que no comparten la visión cristiana se preguntan: ¿Por qué yo debo ser humilde, justo y solidario? ¿Por qué debo querer y amar al otro? ¿En nombre de qué ideología? Si la vida solo se limita a este mundo, si no aceptamos la existencia de Dios, si solo existe esta vida,… ¿no es mejor ser ladrón, corrupto o delincuente? Total, no hay otra vida. La aceptación del "Imperativo Categórico" de Immanuel Kant, "Yo debo", tampoco lo fundamenta y explica todo.
Mis queridos amigos, qué bello es creer en Dios, qué maravilloso es tener una visión optimista y no absurda de nuestra vida. Porque si eliminamos a Dios… ¿Qué queda? Nada. La afirmación que Dios es nuestro Padre nos lleva a aceptar que los demás no somos seres ajenos, lejanos, extraños, somos hermanos. Por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, tenemos la misma dignidad. No deben existir categorías: gente de primera, de segunda o de tercera categoría.
Cuando olvidamos el principio teológico que nos indica todos tenemos la misma dignidad porque fuimos creados por Dios, redimidos por Cristo y santificados por el Espíritu Santo, aparece el relativismo ético, la vida misma pierde su sacralidad y todo lo demás queda empobrecido. Mis queridos amigos, pidamos a Dios que nos conceda la gracia de ser humildes en nuestra vida, de saber ubicarnos en el lugar que nos corresponde: no somos dioses, somos simples creaturas de Dios, y todos somos hermanos.
La humildad ante todo (*)
En el Ángelus de este domingo, en la Plaza de San Pedro, el papa León XIV reflexionó sobre el Evangelio de Lucas en el que Jesús almuerza con los fariseos y, al observar que hay una carrera por ocupar los primeros lugares, mediante una parábola, describe lo que ve e invita a pensar a quienes lo observan. A partir de dicha reflexión, el pontífice exhortó a la Iglesia a ser "una casa en la que siempre se es bienvenido", donde "los puestos no se conquistan" y a reconocer "nuestra dignidad de ser hijas e hijos de Dios".
La humildad, expresó León XIV, es "ser libre de uno mismo" y nace "cuando el Reino de Dios y su justicia verdaderamente se han convertido en nuestro interés y podemos permitirnos mirar lejos: no la punta de nuestros pies… ¡sino lejos!". En su alocución, previa a la oración del Ángelus del último domingo de agosto, Robert Prevost animó a los fieles a servir como Cristo y a mirar más allá de uno mismo. El Santo Padre se dirigió en particular a la Iglesia, diciendo: "Pidamos hoy que la Iglesia sea para todos un taller de humildad, es decir, esa casa en la que siempre se es bienvenido, donde los puestos no se conquistan, donde Jesús puede tomar todavía la Palabra y educarnos en su humildad y en su libertad".
Dirigiéndose a los numerosos fieles llegados a la plaza de San Pedro, el papa subrayó que "sentarnos juntos en torno a la mesa eucarística, en el día del Señor, significa también para nosotros darle a Jesús la Palabra" porque Él, "se hace nuestro huésped y puede describir cómo nos ve". Por ello, León XIV observa: "Detenernos a reflexionar, dejarnos sacudir por una Palabra que cuestiona las prioridades que ocupan nuestro corazón, es una experiencia de libertad. Jesús nos llama a la libertad".
El pontífice resalta que "el Evangelio usa la palabra humildad para describir la forma plena de la libertad". Y subraya: "Quien se engrandece, en general parece no haber encontrado nada más interesante que sí mismo y, en el fondo, tiene poca seguridad en sí. Pero quien ha comprendido que es muy valioso a los ojos de Dios, quien se siente profundamente hijo o hija de Dios, tiene cosas más grandes de las que gloriarse y posee una dignidad que brilla por sí sola. Esa se coloca en primer plano, ocupa el primer lugar sin esfuerzo y sin estrategias; es cuando en vez de servirnos de las situaciones, aprendemos a servir".
(*) Adaptación de nota original de Vatican News.