Por Ricardo Benavídez

Por Ricardo Benavídez
Manuel Belgrano viajó a la Universidad de Salamanca para instruirse en el Derecho y en el Comercio. Su padre tramitó el viaje a España y le consiguió dónde vivir. Lo acompañó su hermano Francisco. En Salamanca los esperaba su hermana casada con un Calderón de la Barca. Allí conoció construcciones monumentales. Acostumbrado a las casas chatas de los pobres de Buenos Aires y a sus habitantes casi incultos, al llegar quedó asombrado.
Belgrano contó poco de su vida y su paso por las aulas peninsulares. Las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución -filtradas a pesar de la rigurosa censura-, las discusiones de los cenáculos madrileños donde se hablaba de los fisiócratas, Quesnay y los economistas adeptos Campomanes, Jovellanos, Alcalá, Galiano, le interesaron mucho más.
Por los archivos existentes sabemos de su contracción al estudio, sus notas sobresalientes, su ascendiente entre los compañeros y profesores. Fue elegido Ayudante de Trabajos Prácticos de Derecho Comercial. Llegó a ejercer la jefatura de grupo de su curso y fue Miembro de número del Consejo de Abogados de Salamanca.
Belgrano, era penetrante y receptivo estudiante, conoció la vida de la Corte, viajó por la Península y leyó a sus autores predilectos en francés, italiano e inglés; es decir, cultivó su espíritu.
Una universidad Ilustrada
En la época en la que Belgrano realizó sus estudios, reinaba Carlos III. Las reformas implementadas en la Universidad de Salamanca hicieron que la casa de estudio se constituyera en uno de los principales focos de la Ilustración española. Durante ese período se daría todo el apoyo al desarrollo de la Medicina, la Física, las Matemáticas y las letras clásicas, ya que apuntaban hacia un nuevo tipo de universidad, más centrado en las ciencias naturales y sociales, y menos en el derecho canónico y la teología.
Manuel Belgrano hablaba inglés, italiano y francés, lo que le permitió acceder a la lectura de diarios, periódicos y enciclopedias de diferentes partes del mundo. Durante su formación en Europa pudo observar el desarrollo de los periódicos y su incidencia en los asuntos de gobierno. Se distinguía por su porte extranjero, de maneras cultas y refinadas, que le permitían frecuentar los principales salones.
En su autobiografía, Belgrano dice de su padre: "me proporcionó la enseñanza de las primeras letras, la gramática latina, filosofía y algo de teología en el mismo Buenos Aires. Sucesivamente me mandó a España a seguir la carrera de las leyes, y allí estudié en Salamanca; me gradué en Valladolid, continué en Madrid y me recibí de abogado en la cancillería de Valladolid".
"Confieso que mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como del estudio de los idiomas vivos, de la economía política y el derecho público, y que en los primeros momentos en que tuve la suerte de encontrar hombres amantes al bien público que me manifestaron sus útiles ideas, se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de la patria."
En 1794, Belgrano regresa a Buenos Aires, habiendo sido designado Secretario del Real Consulado.
Sus amores
A pesar de los mitos que pusieron en duda la masculinidad de Manuel Belgrano, hubo en su vida muchas mujeres, tanto en España durante su juventud como en el Río de la Plata y, a pesar de estar ocupado en actividades periodísticas, políticas y militares, no dejó de destinar tiempo a cultivar relaciones amorosas.
En aquella época, las tertulias eran espacios apropiados para mostrar en sociedad las cualidades de las jóvenes y para arreglar sus matrimonios, a través de los que se controlaban los destinos de la descendencia. En estos arreglos el amor era lo de menos. Sólo en algunos casos, se iniciaba una relación amorosa, tal es la historia de Belgrano y María Josefa Ezcurra. La conoció en 1802, cuando él había regresado a Buenos Aires. Ella se casó con su primo, Juan Esteban Ezcurra, quien regresó a España mientras ella quedaba en Buenos Aires. Pocos años después gozaba de las libertades de una viuda adinerada sin hijos de los que hacerse cargo.
Luego de la creación de las baterías sobre el río Paraná para impedir el avance de los realistas y de enarbolar por primera vez la bandera de la patria, Belgrano regresó a Buenos Aires. Se encontraron nuevamente y se enamoraron, él tenía algo más de cuarenta años y ella tan sólo veintisiete. Cuando le ordenaron a Belgrano partir hacia el norte para comandar el ejército patriota, el amor hizo que María Josefa lo siguiera por Salta, Tucumán y Jujuy sin temer a los peligros a los que se enfrentaba. Sin embargo, temía la opinión de la sociedad cuando se conociera que ella no respetaba las rigurosas normas éticas de la época ya que, sin estar casada con Manuel Belgrano, esperaba un hijo de él.
Avanzado el embarazo, no podía continuar viajando con el ejército y decidieron que el niño naciera en Santa Fe, en la estancia de unos amigos. El 30 de julio de 1813 nació un varón. Sin apellido, fue bautizado en la catedral de Santa Fe. El nacimiento se mantuvo en absoluto secreto. Los padres no reconocieron al niño, que fue entregado a una de las hermanas de María Josefa, Encarnación Ezcurra, casada con Juan Manuel de Rosas. Esta pareja adoptó al niño dándole el nombre de Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
En 1812, Belgrano y María Dolores Helguero tuvieron un primer encuentro. Él habría quedado prendado por la hermosura de la joven y le habría prometido matrimonio. Debido a los trajines de la guerra, debieron distanciarse pero cuando se reencontraron, vivieron un intenso romance, fruto del cual Dolores quedó embarazada. Belgrano marchó a cumplir con sus obligaciones militares y los padres de Dolores la obligaron a casarse con otro hombre. Durante este matrimonio, nació la hija de Belgrano; luego, el esposo de Dolores la abandonó.
Su descendencia
En aquella época era preferible la infelicidad a soportar el reproche social por no haber respetado las normas establecidas. Una mujer casada debía respetar a su marido aunque -como en los casos de María Josefa y de María Dolores- su esposo no conviviera con ella, la hubiera abandonado y no hubiera regresado nunca. No podía volver a casarse a menos que enviudara. Esta concepción social, llevó a Belgrano a no reconocer a sus hijos, como modo de no deshonrar el buen nombre de sus madres. Es por eso, que ni siquiera los reconoce en su testamento.
Belgrano había solicitado a Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas -los tíos de Pedro Pablo, que lo adoptaron y lo criaron- que cuando fuera mayor de edad, se le informara que él era su verdadero padre, lo que fue cumplido. El hijo mayor de Belgrano se instaló en la zona de los actuales distritos de Azul y Olavarria, donde Rosas, le había obsequiado enormes extensiones de tierra. Fue designado juez de paz y comandante militar interino de esos pagos y se dedicó a las tareas vinculadas a la explotación ganadera. Se casó en 1851 con Juana Rodríguez con la que tuvo dieciséis hijos.
Belgrano tuvo ocasión de conocer a su hija, Manuela Mónica, de la que debió distanciarse cuando su estado de salud se agravó y decidió viajar a Buenos Aires. En ese momento, remitió una misiva al Cabildo de Tucumán, a través de la cual declaraba: "Que la cuadra de terreno, contenida en la donación que me hizo la M.I. Municipalidad y consta de los documentos antecedentes, con todo lo que en ella edificado por mí, pertenece por derecha de heredad a mi hija Manuela Mónica del Corazón de Jesús, nacida el 4 de mayo de 1819 en esta capital y bautizada el 7, siendo sus padrinos la Sra. Dña. Manuela Liendo y Don Celestino Liendo, hermanos y vecinos de la misma. Para que conste la firmo hoy 22 de enero de 1820 en la valerosa Tucumán, rogando a las juntas militares, como a las civiles, le dispensen toda justa protección".
Manuela Mónica vivió con su madre hasta 1825, cuando se trasladó a Buenos Aires para quedar al cuidado de sus tíos Juana y Domingo Belgrano, cumpliendo el deseo de su padre. Con ellos vivió en el actual distrito de Azul (Provincia de Buenos Aires), donde conoció a su hermano Pedro Pablo que tenía allí sus campos. Cultivaron una profunda relación y se presume que fue su hermano quien le presentara a su futuro esposo, Manuel Vega Belgrano, un pariente político con quien se casó Manuela en 1852 y tuvo tres hijos.
Manuel Belgrano sabía que su hijo no necesitaría su protección económica por eso, lo poco con lo que contaba trató de dejarlo para su hija. En un escrito citado por Mitre, Belgrano solicita a su hermano, el sacerdote Domingo Estanislao Belgrano "que, pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a favor de una hija natural llamada Manuela Mónica, de edad de poco más de un año, que había dejado en Tucumán".
Alejado de sus amores y vencido por la enfermedad, murió en Buenos Aires a los pocos meses.




