
Me atrevería a decir que el lenguaje escatológico del presidente Javier Milei, sus bravatas, sus insultos, son una novedad en la historia política de estas tierras. Pero lo más novedoso es que un sector importante de la sociedad, incluidos factores de poder, considere a estas furias desatadas de palabrotas y vulgaridades como detalles menores, anécdotas irrelevantes con las que lo mejor que podemos hacer es acostumbrarnos a convivir con ellas, cuando no considerarlas un verdadero acierto cultural, una renovada modalidad para relacionarnos entre nosotros, o la virtud de un presidente para conseguir disciplinar a sus opositores a latigazos verbales desde el poder. El lenguaje pulido y limpio, las frases elaboradas, las palabras corteses, hospitalarias, son meras formalidades, cuando no signos detestables de hipocresía propias de una casta política farsante e infame. Abrir la boca y crear con las palabras una cloaca, vendría a ser lo mismo que hacer del lenguaje un signo de civilización y cortesía, un ejercicio digno de la inteligencia y la lucidez.
Sospecho que el ministro Guillermo Francos compartiría mis puntos de vista. Y no solo los compartiría, sino que en el terreno propio de los hechos los practica rigurosamente, ejerciendo un estilo político civilizado y al mismo tiempo fastidiándose, al considerar que ser tratado de "mentiroso" por una legisladora opositora es un agravio imperdonable, de una gravedad tal que justificó su retiro de la sesión parlamentaria. Francos no decidió movilizado por un capricho, una sensibilidad demasiado a dolor de piel; no, su reacción es la que corresponde a todo hombre educado con un mínimo de autoestima que no acepta lo que considera una ofensa verbal. La paradoja de todo esto, es que aquello que Francos no acepta para él lo consiente en su jefe quien, con sus cataratas de insultos y groserías, hace que la senadora peronista en cuestión sea -en comparación con Milei- algo así como una dama de la corte de Versalles. Más de una vez se ha dicho que el lenguaje es una creación distintiva de la condición humana. Sus matices y variaciones son su riqueza decisiva. Una persona educada puede definirse por diversas virtudes, entre otras por el ejercicio de un lenguaje rico en tonos y con capacidad para representar un pensamiento de la manera más limpia y lúcida posible. Los insultos, los agravios, las ofensas verbales también son usos legítimos del lenguaje, pero todas estas variaciones de la violencia verbal son la antesala de una violencia real, práctica.
El insulto es una modalidad constitutiva de nuestro lenguaje. Se insultan los barras bravas, se pueden insultar los vecinos, los novios, los amigos. En todos los casos se sabe que es una manifestación agresiva, cuando no de odio, o el punto de partida de una agresión física y, en todos los casos, el fracaso de una relación afectiva. Trasladado al terreno de la política, el insulto está reñido con los hábitos que inspiran el ejercicio de la democracia. El principio de que en una sociedad civilizada no hay enemigos hay adversarios; que los conflictos en una sociedad son inevitables pero lo aconsejable son las resoluciones pacíficas, fundan el ideal democrático. Lo contrario, justamente, es la guerra, el exterminio del otro, cuando no la desaparición. El lenguaje de la guerra es un lenguaje de muerte y una de sus expresiones preferidas es el insulto. Adolfo Hitler algo sabía de esas faenas. Por supuesto que se puede trampear, mentir y provocar daños irreparables con un lenguaje culto, pero convengamos que la modalidad más primaria, más irracional y más irreparable de la violencia es el lenguaje plagado de palabrotas, burlas hirientes, descalificaciones humillantes. Convengamos que no es necesario forzar demasiado a la imaginación para convenir que ese lenguaje ejercido preferentemente desde el poder es el preferido de los déspotas o de los aspirantes a déspotas.
Se espera que los diputados de la provincia de Buenos Aires no ratifiquen la decisión de la Cámara de Senadores a favor de la reelección indefinida. Es lo que se espera, pero yo sería moderado con las esperanzas. Esa Cámara de Diputados es la que engendró, entre otras bellezas, a los gestores de Julio "Chocolate" Rigau. Veremos que pasa. Y veremos qué pasa con los intendentes que tradicionalmente han concebido al poder con la sensibilidad de un cacique pampa cuando no, la de un capo mafioso. Lo seguro es que con su comportamientos los legisladores, pero muy en particular los legisladores peronistas, parecen confirmar todas las imputaciones que les lanza Milei con su reconocida delicadeza verbal. Mientras tanto, se siguen debatiendo los alcances de la libertad de Cristina. Los legisladores peronistas exigen visitas sin necesidad de anunciarse. Consideran que Cristina es la presidenta del peronismo y ellos en su condición de diputados y senadores pueden visitarla periódicamente porque lo que está comprometido es la legalidad de la actividad del peronismo. Milei aplaude. Vivimos en un país donde oficialistas y opositores se empeñan en trabajar para la gloria del presidente. De todos modos, algunas brisas y algo más que brisas parecen agitar levemente la paz económica mileísta. Más de cinco mil millones de dólares de déficit externo es un poco más que una señal. Sospecho que el gobierno dispone de recursos y espaldas para sostener estas borrascas, pero que nunca pierda de vista que al menor tropezón importante sus adversarios, que han sido maltratados y humillados hasta el paroxismo, le van a saltar a la yugular. La situación está controlada, pero en estos parajes a veces se necesita muy poco para pasar de la tranquilidad a la borrasca. Vivimos en tiempos de prisiones domiciliarias. A la de Cristina se suma en estos días la de otro cacique peronista, tres veces gobernador de Tucumán con una esposa que durante los tiempos de Cristina estaba en la cercana línea sucesoria y como buena peronista no vacilaba, en sintonía con la más rancia tradición nacional-popular en calificar a los pobres como "negros de mierda". Hablo de José Alperovich, condenado a dieciséis años de prisión por abuso sexual y otras lindezas por el estilo. A diferencia de Cristina, Alperovich es lo más parecido a un cadáver político, un despojo humano envilecido por unos de los delitos más infames. Seguramente no habrá multitudes en su piso de Puerto Madero, pero no deja de ser curioso que los dos presos con prisión domiciliaria sean peronistas y que sus residencias sean departamentos lujosos levantados en los barrios de las clases altas. La ley del populismo se cumple al pie de la letra: afiliados pobres, sindicalistas multimillonarios; votantes peronistas pobres, dirigentes peronistas multimillonarios. Admito que la ecuación no es exacta, pero se aproxima mucho a la exactitud.




