Iván Heyn y las alternativas de una muerte

Continúan las mesas tendidas. Las despedidas del año o la bienvenida del que se viene se han prolongado ayudadas por una agenda de temas que habitualmente no se ven en esta etapa del año y, mucho menos, con un gobierno que recién asume.

En principio, José no puede disimular su satisfacción por lo que está ocurriendo.

-De la mano de Cristina el modelo se ha profundizado.

-Cuando escucho esa palabra -responde Marcial- me imagino a un sepulturero cavando una tumba.

-Ya está el gorila -contesta José a boca de jarro.

- Ya están los peronistas otra vez -interviene Abel- persiguiendo a la prensa, inventando conflictos, dividiendo al país.

-El país está dividido -exclama José- está dividido entre una mayoría popular y una minoría de oligarcas y vendepatrias.

-A esas consignas me parece haberlas escuchado alguna vez -contesto.

-Y las vas escuchar muchas veces más, porque como dijera el general, si la patria fuera libre ser peronista es un derecho, si la patria está oprimida, ser peronista es un deber.

-¡Dios mío! -exclama Marcial en voz baja.

De lo que se habla poco y nada es de Iván Heyn, el chico que murió en Uruguay -comento.

-No era tan chico -acota Abel-, tenía 34 años y a esa edad Mariano Moreno ya había hecho todo lo que tenía que hacer, San Martín estaba organizando el cuerpo de granaderos a caballo, Rosas era gobernador, Avellaneda y Roca estaban a punto de ser presidentes, Napoleón hacía rato que ya era Napoleón, y Fidel Castro y el Che Guevara ya estaban, triunfantes, en La Habana.

-Era un pibe brillante -opina José-, el economista de la calle, un militante popular, un tipo que le explicaba los problemas más serios de la economía a los pobres...

-También puede decirse que era un amigo de Máximo Kirchner y Guillermo Moreno -observa Abel.
-Con mucha honra- responde José.

-Todo lo que vos quieras, -concede Marcial-, no me voy a meter con una persona que se murió, pero convengamos que no murió en batalla, no cayó peleando contra el imperialismo, no lo mataron las Tres A, sino que murió en una confusa situación sexual.

-Fue un accidente -contesta José.

-Mas o menos un accidente -digo-, si se juega a la ruleta rusa no se puede decir que cuando sale el tiro se trate de un accidente.

-No está probado que haya sido lo que ustedes piensan -se encrespa José.

-Lo que está descartado -dice Abel- es que haya sido un suicidio, y tampoco fue un crimen...motivo por el cual queda una sola posibilidad.

-Que por decoro y respeto nadie la quiere decir en voz alta -manifiesto- pero que todos la hemos comentado en voz baja en su momento.

-Si le pasó lo que le pasó -enfatiza José- es cosa de él. Después de todo no está prohibida la autocomplacencia. Parecemos curas preconciliares.

-Yo no tengo nada contra la búsqueda personal del placer -digo- y nunca estuve de acuerdo con la demonización que de ella hacían ciertos curas, pero admitamos que la hipoxifilia, es una vuelta de tuerca al tema.

-No está prohibido -dice Marcial- pero de un funcionario político a cuyo cargo está el comercio exterior, uno imagina otra cosa.

-Le pudo pasar a cualquiera.

-A cualquiera no -señala Abel-, les pasa a quienes practican esto que se llama la hipoxifilia.

-Todos los pibes lo hacen y no todos se mueren- insiste José.

-Todos los pibes no lo hacen -interviene Marcial-, lo hace un sector muy especial. No me vengas ahora con que todo el mundo es hipoxifílico.

-Lo que yo creo -digo- es que más allá de la mala suerte que ha tenido este muchacho, y más allá de sus virtudes profesionales, que sin dudas las debe haber tenido, él estaba en ese momento integrando una delegación nacional, es decir, estaba representando a la Argentina en una reunión en el extranjero. Nunca debió haber perdido de vista esa responsabilidad.

-Lo que yo sé -dice Marcial- es que en estas reuniones se trabaja a full. Los delegados no van de vacaciones, van a prestar un servicio. Para eso los llevan y para eso se les paga.

-¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? -pregunta José desconfiado.

-Que a mi me llama la atención que ese día el señor Iván haya estado de compras en un shopping, después se haya ido a nadar a la pileta del hotel y finalmente se haya puesto bajo los cuidados de un masajista. Hasta aquí todo bien, pero convengamos que él no había ido a Montevideo para dedicarse toda la mañana a lo que hace un turista clásico porque -repito- él no era un turista.

-Yo creo que no se le puede faltar el respeto al muerto -reprocha José.

-Nadie se lo está faltando. En todo caso, el único que se faltó el respeto fue él mismo.

-Lo que yo creo -digo-, es que no se le puede faltar el respeto al muerto, pero tampoco transformarlo en un héroe de la militancia. No hay que olvidar, además, que no se trata de un joven cualquiera. Era el subsecretario de Comercio Exterior del país. Yo lo siento mucho por él, pero su muerte no fue una muerte heroica. -concluyo.

-Tal vez no sea casualidad -indica Abel- que la presidente y su hijo Máximo no hayan estado presentes en el velorio.

-Pero ella lo ponderó en un discurso.

-Cumplió con las normas del protocolo -dice Marcial-, nada más-. Al gobierno tampoco lo deja bien parado que un funcionario nacional se muera en esas condiciones.

-Tal vez ésta sea otra diferencia entre los jóvenes K y la generación del setenta, que morían en combate o tragando la pastilla de cianuro...

-No generalices- advierte José.

-No generalizo, señalo un hecho. Es más, podría decir que ninguno de los dos modelos juveniles me gustan: ni los que se suicidaban con cianuro ni los que se matan por buscar los extremos del placer.

-No perdamos de vista -dice Marcial- que cierta manera de concebir la revolución implicaba elementos de exitación.

-Yo, a favor del pibe, lo que quiero decir es que el destino le jugó una mala pasada. Nos guste o no, era un pibe talentoso, un pibe que estaba para más y que tuvo la desgracia de morir como murió.

-Está bien -dice Marcial- yo puedo entender todo, pero no me vendan un héroe. Hagamos un piadoso silencio en su memoria, no generalicemos, pero tampoco digamos lo que no es.

-No comparto -concluye José.