Como el almanaque dice que el 10 de noviembre es el Día de la Tradición, valdría la pena hacer un racconto sobre el tema. Y yo quiero hacerlo desde mi experiencia personal y la experiencia de algunos allegados. Si buscamos su significado vemos que se refiere “a todo lo que está detrás”, “a lo que es fundamento”, y en este caso “fundamento de nuestras tradiciones”.
Y podemos decir, sin temor a equivocarnos, que lo central en nuestra vida cívica es el sentimiento de pertenencia nacional. Es importante conocer la cuna de dónde venimos, quiénes fueron nuestros padres, los que nos criaron y nos pusieron el sello de una identidad.
O somos gringos o nos sentimos gringos nacidos en un lugar equivocado, o somos nativos marrones sometidos, luchando por nuestra liberación definitiva. Y eso es mirar hacia atrás, eso es mirar nuestra tradición y alegrarnos de lo que fuimos y somos, y no vivir sintiendo frustraciones de lo que no pudimos ser.
Varios de los que viajan a países de Europa, lo hacen para entenderse, para entender la confusa mixtura en que viven.
No hace mucho en la celebración de un aniversario de la Declaración de la Independencia en Tucumán, ante la presencia del entonces Rey de España, Juan Carlos de Borbón, el presidente Mauricio Macri comentó la segura angustia y dolor que habrían tenido nuestros congresales al separarse de España, nuestra madre. Eso… ¿no sería traición a la Patria?
Pero volvamos a la historia. ¿En qué momento los habitantes del viejo Buenos Aires se dieron cuenta de que no eran españoles sino hijos de ellos y se los caracterizaba como “criollos”, y que su tierra natal no era la península Ibérica sino las tierras bañadas por el río de La Plata?
Los estudiosos opinan que se dieron cuenta el día que nos invadieron los ingleses. El rechazo a la primera invasión en 1806 y a la segunda, en 1807, les hizo tomar conciencia de que eran un pueblo nuevo y que los voraces invasores venían a usurpar este dominio.
Entonces los incipientes patriotas se fueron sumando a las tropas criollas comandadas entre otros por el coronel Cornelio Saavedra y terminaron con la capitulación de los ingleses.
Aclaración aparte: como son “piratas”, volvieron en enero de 1833 invadiendo las islas Malvinas, en las que aún viven y actúan como dueños; además, actualmente, en razón de un silencio cómplice de las autoridades nacionales y provinciales vuelven a invadir la Patagonia de otra forma, ya sea como turistas, mochileros o bien como compradores de campos y recursos.
Pero sigamos con la idea central. Ese grupo de criollos de Buenos Aires comenzó a gestar la Revolución de Mayo de 1810, con el empuje de Manuel Belgrano y el entusiasmo de Juan José Castelli.
Y en un momento clave, el pueblo se concentró frente al Cabildo para asumir la soberanía a la que renunciaban los que huían hacia Córdoba, entre ellos el virrey Rafael de Sobremonte, según la leyenda “cargado de bolsas con oro”. Pero la llama ya estaba encendida y terminaron proclamando la independencia y soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Desde allí viene ese sentimiento que nos aglutina como argentinos y que costó mucha sangre sostener, gracias a héroes patrios como José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes, Facundo Quiroga, el Chacho Peñaloza y tantos otros. Esta lucha por lo propio tuvo otro jalón importante, la gesta del 9 de julio en San Miguel de Tucumán.
Por todo eso, el sentimiento nacional no se vende, se defiende, no se canjea por monedas. Y no lo entregaremos para pagar la deuda externa que contrajeron algunos gobernantes traidores. Es un sentimiento que podemos llamar “sagrado”.
Y en honor a la verdad tenemos que decir que ese fuego nació entre los criollos de la ciudad, que muy pronto descubrieron las pampas, las llanuras y la fueron a habitarlas como “gauchos”.
Y estos nuevos personajes hicieron una vida distinta que los diferenciaban de la capital. Montados a caballos hicieron historia, su vida social fue reducida a las tareas rurales y a la crianza del vacuno, el cuidado de ñandúes y la visita a las pulperías. Se vistieron distinto y cantaron sus alegrías y desdichas improvisando con las guitarras.
De esto nos habló José Hernández en la primera parte de su emblemática obra, “El gaucho Martín Fierro” (1872), nuestro “Poema Nacional”, tal como lo denominaron sus lectores al observar en él una clara expresión de libertad y de soberanía: “Mi gloria es vivir tan libre/ como el pájaro en el cielo”.
El “Martín Fierro”, justamente, refleja ese fuerte deseo de emancipación y de valorar la genuina libertad, a la vez que nos enseña sobre la vida y las costumbres de los gauchos, los pilares que fueron cimentando en muchos de nosotros lo que llamamos “Tradición”.
El libro de Hernández lo dice con claridad, especialmente en esa primera parte, que el autor escribió durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, hombre presuntamente educado con patrones europeos, que no entendió a los gauchos y los declaró “bárbaros” como sinónimos de ignorantes y salvajes.
A la segunda parte, “La vuelta de Martín Fierro” (1879), Hernández la escribió durante el gobierno de Nicolás Avellaneda, del cual fue funcionario. Entonces el escritor y político bajó un poco su tono de denuncia para tomar otro más significativamente narrativo.
Martín Fierro ya no existía como gaucho sino como “peón de estancia”, condición a la que hay que sumarle la presencia de un personaje como El Viejo Vizcacha y la importancia del reencuentro del protagonista con sus hijos, a los cuales les dará algunos consejos para tener en cuenta en la vida.
Y vuelvo sobre lo expresado anteriormente: recordemos lo que es tradicional, de cómo fue la vestimenta gaucha; recordemos sus bailes típicos, recordemos del folclore básicamente sus denuncias; recordemos el mate, el asado, el locro y las tortas fritas.
Recordemos, fundamentalmente, al gaucho; su amor a la Patria, sus luchas para que nuestro país sea soberano, la honorabilidad de la justicia y el respeto a los derechos humanos.Todo ello está fuertemente poetizado en el “Martín Fierro”.
Hágase un tiempo para leerlo si aún no ha hecho. ¡Viva la Patria canejo!