Por Mauro Magrán
Cuando el estímulo no aparece, a necesidad muchas veces suple la función de movilizar la voluntad y juega un papel muy importante en el progreso y la evolución del ser humano.

Por Mauro Magrán
Hace unos días me reencontré, leyendo un titular del diario, con una frase característica de la política argentina: "donde hay una necesidad, nace un derecho", reza la misma.
Me puse a reflexionar sobre los alcances y el contenido de esa expresión, que se ha utilizado desde que fue pronunciada por primera vez para justificar (y celebrar) lo que algunos consideran avances en la conquista de ciertos derechos.
Comencé a recordar algunos momentos de mi vida en los cuales me encontré en situaciones de necesidad. En general, se vinculaban con la falta de algo, aunque no se tratara necesariamente de algo material. Muchas veces necesité una orientación, un consejo o simplemente conocimientos para resolver algún problema que me estaba aquejando.
Me preguntaba cómo se relaciona esto con el derecho. Para quienes nos hemos formado en abogacía, sabemos que en una acepción el derecho implica la posibilidad de exigir algo a alguien. Ahora bien, ¿el simple hecho de estar en situación de necesidad nos da el derecho a que eso sea resuelto por un tercero? ¿Y qué hay de los esfuerzos que tenemos que hacer por nosotros mismos para salir de ese estado? ¿no tiene que ver esa posibilidad con la dignidad humana; la dignidad de sentirse capaz de resolver los propios problemas?
Quizás enfocando el aspecto sólo desde la cuestión material es más difícil ver el asunto con claridad. Pero saliendo de allí, el panorama es más diáfano. Por ejemplo, supongamos que nos encontramos atravesando por un momento de profunda tristeza a raíz de una adversidad que nos presenta la vida. Tenemos la necesidad de recibir afecto de nuestros seres queridos para sentirnos acompañados en esta experiencia. Sin embargo, nuestra conducta previa hacia ellos se caracterizó siempre por el desprecio, el desinterés y la falta de atención. ¿Podremos exigirles que nos den afecto, que nos llamen y que piensen en nosotros si de nuestra parte no estuvimos a tono con esa conducta que esperamos de los demás? ¿Tenemos derecho a que nos quieran si nosotros no queremos a los demás? Ese "derecho", ¿se puede imponer? ¿No somos en este caso, nosotros mismos, herederos de la falta de correspondencia en el trato?
En otro orden de cosas, pensaba en los avances que ha tenido la humanidad (en lo técnico, en conocimientos, etc). ¿No ha sido la necesidad el gran motor de la inteligencia humana, para buscar soluciones allí donde había un obstáculo por sortear? ¿No fue la última pandemia de COVID-19 el mejor ejemplo de que la enorme necesidad de la cura movilizó la voluntad y los recursos de científicos de todo el mundo, en la búsqueda de una vacuna? ¿Y no se logró acaso el resultado en tiempo récord, siendo tal la velocidad en la resolución que incluso muchos sospecharon de su efectividad?
Hay un pensamiento de la sabiduría popular que me gusta mucho: "la necesidad es la madre de la invención". De una manera más específica, lo dice también el pensador argentino González Pecotche al afirmar: "Los movimientos de la voluntad, pequeños o grandes, son impulsados por dos factores de primordial importancia que se alternan y sustituyen temporal o permanentemente: la necesidad y el estímulo".
Sin dudas que lo ideal sería que en la vida el factor movilizador de la voluntad sea siempre el estímulo. Cuántos de nosotros hemos comprobado cómo no nos cuesta nada hacer las cosas que nos gustan. Pero no se puede dejar de reconocer que la necesidad muchas veces suple esa función cuando el estímulo no aparece, y juega en definitiva un papel muy importante en el progreso y la evolución del ser humano.
Por eso, vuelvo sobre la frase inicial y me pregunto: ¿es correcto que donde hay una necesidad nazca un derecho? ¿Qué estamos propiciando como sociedad alimentando pensamientos de ese tipo?
Por mi parte, prefiero pensar que donde hay una necesidad nace un propósito. Propósito que surge de la inteligencia y capacidad de cada ser humano y que va a acicatear la voluntad hasta lograr la resolución de esa necesidad. Porque en definitiva, los progresos de la humanidad los debemos a quienes han resuelto necesidades (propias y colectivas) y no a quienes se han quedado pasivamente exigiendo que los demás resuelvan por uno.
Cuando el estímulo no aparece, a necesidad muchas veces suple la función de movilizar la voluntad y juega un papel muy importante en el progreso y la evolución del ser humano.
Prefiero pensar que donde hay una necesidad nace un propósito. Propósito que surge de la inteligencia y capacidad de cada ser humano y que va a acicatear la voluntad hasta lograr la resolución de esa necesidad.




