Consulté mi abultada bibliografía y honestamente no tengo demasiados registros del autor del tango "Seguí mi Consejo", del año 1929. Se trata de Eduardo Salvador Trongé (1893-1946), quien con Salvador Merico trabajaron en este tema. Trongé tiene en su haber otras dos piezas musicales muy conocidas, aparte de la mencionada: "Abuelito" y "Mitad de malevo, mitad de Don Juan".
Desde el primer verso de "Seguí mi consejo", amigo lector, el autor lo sitúa frente a un encuadre claro y fiel al espíritu de esta obra satírica: la vida bohemia, la falsa sabiduría del vividor, la picaresca porteña que esconde tragedia pero que no se ve, hasta llegar al fondo del vaso.
Los malos consejos fluyen como si fueran oro puro. Así prospera la filosofía de vivir sin trabajar y disfrutar de la vida al máximo, libre de preocupación. A pesar del tono humorístico, lamentablemente, este tango abre cimientos para que se tome al pie de la letra una forma de vida errática. Ejemplos tenemos si vamos hablar de este tema en particular, pero eso es otra cosa, no es tango:
"Rechiflate del laburo, no trabajes pa´los ranas/ tirate a muerto y vivila, como la vive un bacán/ Cuidate del surmenage, dejate de hacer macanas/ Dormila en colchón de plumas y morfala con champán"
Desde el vamos, este "trucho" consejero le da la llave del supuesto éxito: no trabajar jamás, debes hacerlo como un bacán, sin inversión, sin esforzarte y el "rédito lo tenes asegurado" sería su sabia conclusión, el broche se su digna clase, diploma y cuadro de honor. Ironía pura: champán y colchón de plumas como fantasía del pobre tipo que nunca accedió a nada.
Lo aconseja como un millonario ilustrado con el "ABC" del vividor que se niega a ver la realidad:
"Atorrá las doce horas cuando el sol esté a la vista/ vivila siempre de noche porque eso es de gente bien/ tírale el lente a las minas que ya estén comprometidas/ Pa´que te salgan de arriba y no te cuesten toven"
El consejero no endereza la vara y continúa insistiendo con su línea moral torcida: dormir de día como lo hace un bacán; salir de noche como la gente bien y seducir mujeres comprometidas para no gastar un "sope". Mínimo esfuerzo como doctrina, viveza convertida en código de vida, evitando el costo económico, el compromiso emocional y cualquier acción que implique crecimiento.
Lo medular es vivirla fácil, con lujos y comodidades haciendo hincapié en que el desgaste físico en exceso por esfuerzo desmedido en el trabajo conlleva al surmenaje, quizás crónico:
"Si vas a los bailes, parate en la puerta/ campaneá las minas que sepan bailar/ no saques paquetes que dan pisotones/ que sufran y aprendan a fuerza e´planchar"
Y aparece lo inevitable, el baile popular, la escena clásica del arrabal y el consejo no se hace esperar. No bailes con percantas sin experiencias, son pesadas, son paquetes y podrían arruinarte los zapatitos de charol y raso.
Pero también hace su entrada la misoginia y la soberbia del compadrito, del aristocrático, del number one. "Que sufran y planchen asi aprenden", dice, típico del macho que busca el placer sin paciencia, creído y fanfarrón:
"Aprendé de mí que ya estoy jubilado/ no vayas al puerto, te puede tentar/ hay mucho laburo te rompés el lomo/ y no es de hombre pierna ir a trabajar"
Este tipejo muestra el carné de "maestro jubilado". ¿No sé de qué jubilado si nunca laburó? "No vayas al puerto", le dice... ojo, es una trampa. Y filosóficamente le da la estocada final que le destruye la croqueta: "No es de hombre pierna ir a trabajar". La hombría confundida con la vagancia, lisa y pura:
"No vayas a lecherías a pillar café con leche/ morfate tus pucheretes en el viejo Tropezón/ y si andás sin medio encima cantale 'el fiao' a algún mozo/ es una forma muy digna para evitarte un papelon"
Llega el turno de rumbear al aconsejado por el lado de la gastronomía: nada de café con leche, morfá en bodegones tradicionales mal olientes tipo fonda y llegado el caso pedí "fiao". Eso sí, con dignidad. ¡Que contradicción deliciosa! ¿Qué dignidad puede tener un fiado? Lamentablemente, el personaje está a punto de rendir su tesis y el consejero lo introdujo dentro de su reducido teatro mental:
"Refrescos, limones, chufas, no lo tomes ni aun en broma/ Piantale a la leche hermano, que eso arruina el corazón/ mandate tus buenas cañas, hacete amigo del whisky/ y antes de morfar... rocíate con unos cuantos pernós"
Y por último, el capítulo que faltaba: la salud. La moral invertida: recomienda lo dañino como medicina y lo sano se rechaza como vicio. En este tango la voz que conseja no enseña: desvía.
Es la caricatura del vividor que se jacta de haber descubierto el secreto de la vida sin haber trabajado un solo día. Mordacidad porteña y humor punzante, la letra desnuda la filosofía del "no hacer nada" como si se tratara de un arte noble que se lleva todos los premios. Una radiografía de la falsa viveza criolla que promete libertad pero siempre termina atando a lo peor.
En resumen, "Seguí mi consejo" es una crítica mordaz y humorística a la ética del trabajo y una exaltación de la vida despreocupada y hedonista, características que resonaban en la cultura popular de la época. No lo olvides, colgalo como un imán en la puerta de la heladera: el consejo del vago siempre suena tentador, hasta que llega la vida a cobrarle los intereses.
Jacinto... el mandria (*)
Así lo llamaban a este personaje del barrio: Jacinto el de la sonrisa sobradora y caminata "elástica", como si la calle fuera una hamaca. No se le conoció oficio alguno pero habla como si hubiese dirigido compañías importantes, empresas de peso en la gran ciudad.
Todos hablaban con él, obvio, su labia era un imán y la muchachada lo escuchaba al "maestro", a tal punto que así lo llamaban… porque a falta de ejemplos buenos, lo malo también enseña.
Una tarde de enero, cuando el sol rajaba el empedrado, la cuadrilla municipal, pala y pico en mano levantaban el empedrado. Jacinto mientras tanto controlaba el desarrollo de la obra desde la placentera sombra de un árbol en una cómoda reposera apagando su sed con una bebida helada.
Era tan soberbio y fanfarrón Jacinto, que humillaba a la peonada: "Esta es vida muchachos… trabajar es para el que no sabe vivir". Entre risas y fastidio, los muchachos seguían paleando secándose el sudor que caía como lluvia. Uno de los muchachos municipales, fascinado pero no por ello irritado, se acercó y le dijo: "¿Oiga, Jacinto... cómo se hace para vivir así?"
Jacinto hinchó el pecho y se sintió importante: "Escuchá nene,... ¿tenés novia o estás casado?" No, dijo el muchacho. "Lo bien que hacés entonces -le dijo- buscate una mina comprometida, de otra hacienda, con alguien que la acanala, así te divertís y no gastás un mango". El pibe quedó pensativo y esa noche probó suerte.
Salió, buscó esquinas fáciles, se codeó con vagos de más experiencia y amaneció sin plata, sin alpargatas y sin orgullo porque perdió su laburo. El muchacho intentó recuperar su trabajo municipal, pero la suerte le fue esquiva.
Al tiempo volvió a ver a Jacinto, siempre en su reposera. Ya no era el maestro, era "un tipo gris", avejentado; había perdido peso, era un hombre detenido en el tiempo, atrapado en su propio consejo. Entonces el joven se convenció de lo que tantas veces le había dicho su anciano padre: "El que vive esquivando el trabajo, termina esquivando también su destino".
(*) Versión propia y libre adaptada para la ocasión.