Laura Tarabella es la nueva rectora de la Universidad Nacional del Litoral. La vicerrectora es Liliana Dillon. Dos mujeres en la máxima conducción de la UNL. Los amigos de las estadísticas registran que las mujeres han tenido que esperar 106 años -algo más que un siglo- para acceder al despacho cuyos ventanales dan sobre boulevard y la sala está presidida por la imagen austera de Hipólito Yrigoyen. Laura fue votada por una abrumadora mayoría de la asamblea universitaria, el "parlamento" que elige las autoridades en representación de las diez facultades de la UNL y los claustros docentes, estudiantiles y egresados. Representatividad no le falta. Sumás 247 votos. Tampoco le faltan merecimientos y talento. La flamante rectora rindió con excelentes calificaciones todas las asignaturas que se reclama para dirigir lo que alguna vez se calificó con justicia "la casa de altos estudios". Fue estudiante, fue docente, fue funcionaria, fue decana y hoy es rectora. Sin exageraciones me permito decir que en todas las instancias su desempeño fue excelente. Su compromiso con la universidad reformista es institucional, académico y político. Nació en San Vicente, corazón de la pampa gringa santafesina, pero para lo que nos importa no exagero si digo que su hogar fue la universidad. Allí estudió, allí investigó, allí gestionó; allí compartió horas de felicidad con sus colegas; allí debatió con adversarios y allí aprendió el arte de ejercer la convivencia, de reconocer el pluralismo, de defender sus convicciones y de admitir que en el campo académico hay certezas, hay convicciones pero también hay dudas. Laura. Laura Tarabella.
Se ha dicho con criterio de verdad que los derechos de las mujeres estarán definitivamente instalados en la sociedad cuando la designación de ellas en responsabilidades institucionales, académicas, políticas, sean asumidas como una noticia habitual y no como una novedad. La designación de Laura Tarabella como rectora no debería ser noticia, porque en lo que vale, le sobran condiciones para serlo, pero cuando leemos que es la primera rectora mujer desde 1919, no podemos menos que admitir que efectivamente estamos ante una noticia. Una noticia y una crítica. A no asombrarse demasiado. Vivimos en un país en el que mi abuela, por ejemplo, no votaba y mi madre tampoco votó en las elecciones de 1949 por el simple hecho de ser mujer. En esta Argentina, la primera universitaria que obtuvo un título académico fue Cecilia Grierson en 1889, pero para 1918 la presencia de las mujeres (que sumaba a la mitad de la población) en la universidad se contaban con los dedos de la mano. El manifiesto de la Reforma Universitaria es muy inspirado, está escrito con las palabras de los ideales y la justicia, pero no hay una mujer que lo firme. No nos vayamos tan atrás y no nos quedemos en la Argentina. En mayo de 1968 en las calles de París los estudiantes levantaron barricadas en el Barrio Latino en nombre de la imaginación al poder y la libertad sexual, pero cuando escuchamos, leemos o miramos a los dirigentes de esa gesta juvenil y libertaria, no hay una mujer. Agrego tipo pie de página: tampoco hay un negro.
Laura Tarabella y Liliana Dillon son la expresión de los nuevos tiempos que se vienen forjando desde hace años. Hoy hay más mujeres estudiando en la universidad que hombres. Los tiempos han cambiado, pero algunas diferencias persisten. En la planta docente y no docente la participación es equilibrada; en los cargos directivos universitarios las mujeres han ganado espacio, pero cuando llegamos a los rectorados la diferencia es muy grande: para 2024 los cargos de rector eran ocupados por solo el 18 por ciento de mujeres. No hago imputaciones personales; doy cuenta de las modalidades de una sociedad, de un tiempo histórico. La primera rectora mujer de la universidad más antigua de Argentina, fue Carolina Scoto en 2006. La "novedad" ocurrió en la Universidad de Córdoba fundada en el siglo XVII y cuna de la reforma universitaria de 1918. Todo muy bien, pero hubo que esperar hasta el siglo XXI para que una mujer fuera rectora. Mencionó a una amiga y a una distinguida profesional: Guillermina Tiramonti, rectora de FLACSO desde 2000 a 2006. Hay algunos ejemplos más, pero en todos los casos son los primeros parpadeos de luz en una institución que se jacta con buenas razones de ser una hija preferida del siglo de las luces.
Asumir el cargo de rector de una casa de altos estudios, de una república universitaria como se la califica con justicia histórica, es una responsabilidad seria, una tarea ardua. Se necesita saber, experiencia y sobre todo conocimiento de la complejidad de expectativas e intereses que circulan en una universidad. Un rector o una rectora debe ejercer responsabilidades políticas, institucionales, académicas y gremiales. Como un gobernador o un intendente, debe lidiar en las encrucijadas más complejas sabiendo que en los momentos de las grandes decisiones, está sola. Desde las relaciones con los docentes y los no docentes, pasando por el cotidiano de las diversas burocracias, los reclamos y los conflictos con los estudiantes y las relaciones a veces armoniosa a veces tensa con otras universidades y con las autoridades políticas, porque una universidad, importa saberlo, es una protagonista de la ciudad, de la provincia o de la nación, al punto que su calidad académica suele ser el termómetro de la calidad de vida de una sociedad.
Conozco la UNL desde hace décadas y conozco a los rectores de la democracia. Todos, desde Juan Carlos Hidalgo a Enrique Mammarella, pasando por Hugo Storero, Mario Barletta, Albor Cantard y Miguel Yrigoyen, han sido funcionarios idóneos y competentes, académicos que ejercieron con dignidad y decencia sus funciones. Laura Tarabella está en condiciones de sumarse a ese verdadero cuadro de honor de la UNL; reúne todas las condiciones y virtudes para asumir la tarea que la aguarda.
Una observación me permito hacer. Todos los rectores han sido docentes meritorios, pero me da la sensación, que la lupa con que se indaga la currícula de una mujer suele ser más exigente que la de un hombre. No quiero exagerar o ser injusto, pero décadas y siglos de discriminación a la mujer, siempre sobreviven algunas excrecencias. La universidad argentina hace rato que ha superado discriminaciones aberrantes, descalificaciones por motivos de género, raza, religión, pero las esquirlas de un pasado sombrío sobreviven en los detalles. No hay ninguna razón científica que le otorgue al hombre facultades superiores a la mujer; del mismo modo que no hay relato o teoría que sostenga que la mujer es superior al hombre. Las diferencias si existen provienen de lo que cada uno ha hecho o ha podido hacer con su vida. La única jerarquía que vale en una universidad es la del talento, la inteligencia y la sensibilidad.
Quienes por razones confesables o inconfesables se esfuerzan en fisgonear sobre la trayectoria intelectual de Laura, dispondrán de la oportunidad de desmontar los últimos retazos de sus prejuicios. Laura Tarabella está dónde está porque se lo ha merecido; lo ha ganado ejerciendo los valores y las virtudes que reclama la universidad: inteligencia, saber, decencia y convicciones. Sus logros profesionales se los debe a la universidad pública que le ha abierto las puertas en su momento, pero el saber obtenido, la experiencia acumulada, lo supo ganar ella misma. Conozco a Laura y exageraría si dijera que soy su amigo. No conozco mucho a Laura, pero conozco a amigos que la han tratado más, y todos ponderan, con diferentes tonos, desde diferentes lugares, sus competencias profesionales, a lo que suma una condición que no está escrita en ningún estatuto, en ningún reglamento, en ningún pergamino, pero todos sabemos que en los tumultos y turbulencias de la vida cotidiana valen y a veces son decisivos: es una buena persona.




