¿Qué si El Pacú era un club de pesca? No, claro que no, era otra cosa, era más que eso. La pesca, en todo caso, era una excusa. Funcionaba en el puerto, en una casilla de madera prefabricada. Una mesa, algunos bancos rústicos y una cocina vieja para calentar el agua del mate o freír pescado.
Afuera, lo básico: una mesada de cemento con tres o cuatro canillas para limpiar la pesca y un parrillero con un tizón, siempre encendido. Pero eso importaba poco, casi nada. Los santafesinos iban a El Pacú a mirar, porque El Pacú era, más que nada, una formidable ventana…
Es que, por aquellos tiempos, las imágenes movilizadoras no provenían de frías pantallas de cristal, se accedía del natural. Los pescadores y sus familias se sentaban, caña en mano, para ver la salida del sol sobre Alto Verde, la entrada de un buque de altamar arrastrado por un remolcador por el canal de acceso, el trajín de changarines hombreando bolsas, en equilibrio por los tablones, o los cardúmenes de pejes golpeando contra la barranca de cemento.
Incluso algunos iban más allá. Es que los socios de El Pacú eran inmigrantes o hijos de inmigrantes, y solían asomarse a la "formidable ventana" imaginando que el río era un camino de agua que conectaba con el océano por el que, algún día, regresarían a su patria. Entre pescadores había un pacto de silencio porque, por aquella época, se creía que lo natural se apreciaba en silencio.
Alguien escribía a diario con tiza en la pizarra de los anuncios que estaba prohibido escuchar fútbol o programas de política por la radio. Pero había momentos en que el pacto se quebraba: la sirena de un barco, el grito de un pescador con una buena captura, o en virtud de la dulce melancolía de una guitarra española, un violín italiano o un acordeón alemán.
Los grupos de pescadores estaban definidos por gustos y origen. Estaban los jubilados, que llegaban a la siesta con sus mediomundos de largos tirantes en busca de cardúmenes de mojarras, sabalitos y pejerreyes. Los chinos, que pescaban con boyas de madera balsa, mandubíes y dientudos. Según se comentaba, eran pescados similares a otros de su tierra con los que hacían caldos y empanadas.
Los franceses, trabajadores del ferrocarril, que como hacían turnos, de franco solían pasar la noche entera buscando el gran pez: surubí o dorado, con el que se sacarse fotos para poder presumir en las fiestas de La Alianza. Para los italianos de Barrio Roma todos los pescados eran comibles, por eso se ganaban las cargadas de los demás, "no tires las viejas del agua dásela a los tanos que las mastican".
Pero en época de cosecha cuando los "changas", bolsa al hombro, cargaban los barcos y el cereal se derramaba de la arpillera, todos iban a la búsqueda del pacú y la boga. La boga con masa y el pacú con bolsitas. Cuentan que fue un marinero español el que trajo la idea. Una idea que funcionaba: pescar pacú con bolsitas.
Ataban arriba del anzuelo pelado un envoltorio de papel, de esos que daban en los almacenes, con polenta y afrechillo de arroz, a medida que las láminas se humedecían y se desgranaban por el agua el cereal caía sobre el anzuelo y el pacú picaba. Hay quienes sostienen que, por este método y la cantidad de piezas que se pescaban, el club se llamó El Pacú.
Pero a mí, de niño, me contaron otra historia.Resulta ser que, cuando se organizaron allá por el año 1947, se convocó a un concurso de variada con la consigna de que el pez más grande capturado iba a dar el nombre al Club. Pero hubo un problema, el pez más grande fue una anguila flecuda que sacó el Vasco Iturralde, miembro fundador y gran pescador.
Todos menos él coincidieron en que no podía llamarse Club Anguila Flecuda, porque sería el hazmerreír de los pescadores de otros clubes. Entonces se decidió convocar a otro concurso con similar consigna, pez más pesado. Otra vez ganó el Vasco Iturralde, pero ahora con una raya de 27 kilos.
¿Club La Raya? Imposible, sonaba casi obsceno. No daba para más, el nombre lo daría la especie más típica y buscada. El pacú. Así el club ganó un nombre distinguido. Pero eso sí, perdió a uno de sus mejores pescadores. El Vasco dejó de ir al puerto, se asoció al club El Julepe de Santo Tomé y tuvo su revancha: ganó los tres concursos interclubes de los años 1949, 50 y 51.
Todo lo bueno viene con vencimiento. Cambiaron los tiempos y la formidable ventana comenzó a cerrarse. En 1970, las autoridades del puerto, entonadas por el auge de camiones que venían a descargar cereal para barcos extranjeros, pensaron que necesitaban ampliar la playa de estacionamiento. Más perfil profesional, dijeron.
Era mucho el dinero que circulaba, no resultaba apropiado tener gente todo el día pescando y a los gritos ante cada captura. Se decidió trasladar el viejo club de pesca a la salida del Canal de Acceso, bien lejos, en el extremo de Alto Verde. Esa fue la versión oficial pero a mí, acá también, me contaron otra historia.
El Club El Pacú murió por el cambio de época, y sus asesinos: la televisión y los aviones. Era más cómodo mirar paisajes en el living de la casa. El añorado camino del agua mutó por el aeropuerto. Ahora se soñaba el regreso mirando el cielo. Me cuentan que, desde hace tiempo, a la salida del Canal de Acceso, la mal llamada modernidad habilitó a una familia humilde para que habite la sede del club. Seguro tienen un televisor color en el living…
(*) Relatos literarios basados en hechos reales.