Este sábado comienza una nueva etapa en la Liga Santafesina y, con ella, vuelve a ponerse en marcha el pedido de siempre: que el fútbol sea una fiesta, sin violencia y con el acompañamiento de las familias. Inspirados en la bandera que recorrió el país en la última final entre Sanjustino y Colón de San Justo, desde Pasión Liga nos sumamos a ese clamor que busca que cada partido sea un espacio de disfrute y respeto.
La Liga Santafesina de Fútbol pone primera nuevamente. Este sábado comenzará a rodar la pelota en un campeonato que, más allá de lo estrictamente deportivo, abre también un espacio de reflexión colectiva. Porque cada inicio de torneo es también una invitación a repensar la manera en que se vive el fútbol, tanto dentro como fuera de la cancha.
En la memoria reciente, todos recordamos aquella imagen poderosa de la final disputada entre Sanjustino y Colón de San Justo. Antes del pitazo inicial de Carlos Córdoba, un grupo de chicos desplegó una bandera con un mensaje claro y contundente: "Un clásico sin violencia". Esa frase, tan sencilla como profunda, recorrió el mundo futbolero. Se compartió en redes, fue replicada en medios locales y nacionales, y se convirtió en una especie de bandera simbólica que va mucho más allá de un partido.
Lo que sucedió en aquella noche no fue casualidad. Fue la expresión de un deseo compartido por la enorme mayoría: que el fútbol vuelva a ser lo que alguna vez fue y nunca debería dejar de ser, una fiesta popular donde el único protagonista sea la pelota. Donde se pueda disfrutar del talento de los jugadores, del esfuerzo de los entrenadores y del aliento sincero de las hinchadas, sin que la sombra de la violencia empañe el espectáculo.
Ese mensaje hoy toma más vigencia que nunca. Porque con el inicio del Torneo Clausura, cada fin de semana será una nueva oportunidad de ratificar que el fútbol santafesino tiene un enorme potencial no solo deportivo, sino también social. En cada cancha se mezclan generaciones: los más grandes que transmiten su experiencia, los jóvenes que sueñan con dar un salto en sus carreras, los chicos y chicas que apenas empiezan a patear la pelota, y las familias que acompañan, celebran y sostienen con su presencia.
La Liga es, al mismo tiempo, un espejo de lo que somos como sociedad. En sus torneos participan cientos de futbolistas de distintas edades, desde la división mayor hasta los más chiquitos en infantiles, tanto en el masculino como en el femenino. Esa amplitud es un recordatorio de que el fútbol no distingue géneros ni edades; lo que lo sostiene es la pasión compartida. Pero para que esa pasión no se transforme en algo negativo, hace falta el compromiso de todos.
No se trata de un pedido ingenuo ni romántico. Pedir un torneo sin violencia es exigir lo mínimo que cualquier disciplina deportiva merece. Porque no hay talento que resista si el clima alrededor se vuelve hostil. No hay formación posible si los chicos que recién empiezan a jugar ven cómo los adultos arruinan lo que debería ser un juego. No hay espectáculo que valga la pena si lo que queda en la memoria no es un gol, una atajada o una jugada colectiva, sino un episodio de agresión.
El fútbol es un lenguaje universal. Une a personas que no se conocen, genera lazos de identidad, hace que barrios enteros se reconozcan detrás de una camiseta. Esa fuerza debe usarse para construir, no para dividir. Por eso, desde Pasión Liga insistimos en la necesidad de recuperar el sentido más puro del juego. Que cada sábado y cada domingo se conviertan en jornadas de encuentro, donde las diferencias se resuelvan con goles y no con violencia.
La responsabilidad no recae solamente en los dirigentes o en los árbitros. Cada hincha, cada jugador, cada familia tiene un rol que cumplir. El respeto empieza en la tribuna, sigue en la cancha y se multiplica cuando se vuelve costumbre. No es fácil, claro. Pero tampoco imposible. Ejemplos sobran. Y el que nos dejó la final entre Sanjustino y Colón de San Justo es una prueba de que cuando se quiere, se puede.
Aquel clásico fue recordado no solo por lo que pasó con la pelota, sino por el mensaje que quedó flotando en el aire: que ganar o perder es solo una parte del juego, pero jugar en paz es lo que le da sentido a todo lo demás. Esa enseñanza, tan simple, debería ser la guía de aquí en adelante.
Ahora que empieza un nuevo torneo, vale la pena renovar el compromiso. Que las discusiones futboleras sigan existiendo, porque forman parte de la esencia del deporte. Que haya debates acalorados sobre tácticas, sobre goles anulados, sobre penales cobrados o no. Pero que nunca más esas diferencias deriven en violencia. Porque cuando eso sucede, el que pierde es el fútbol.
En cada cancha de Santa Fe, desde la capital hasta el interior, hay una historia que se escribe cada fin de semana. Historias de esfuerzo, de superación, de compañerismo, de amor por los colores. Eso es lo que hay que destacar. Eso es lo que hay que aplaudir. Lo demás sobra.
La invitación, entonces, está hecha: que este torneo Clausura sea un espacio para disfrutar en familia, para alentar con alegría, para respetar al rival, para valorar a los árbitros que cumplen una tarea nada sencilla, y sobre todo, para que cada jugador, de la categoría que sea, pueda sentir el orgullo de jugar en paz.
El fútbol santafesino tiene todo para crecer. Tiene talento, tiene historia, tiene pasión. Solo hace falta que se sostenga con tranquilidad, con respeto y con la convicción de que el deporte más popular del mundo debe ser también el más sano. Como en aquella final inolvidable, pedimos que gane el fútbol. Y que no parezca poco.