El equilibrio es la capacidad del cuerpo para distribuir su peso de forma que podamos mantenernos estables, ya sea parados o en movimiento, sin caernos.
En un mundo donde el sedentarismo y el envejecimiento pasan factura, fortalecer el equilibrio no solo es cuestión de bienestar: puede marcar la diferencia entre una vida activa o una caída grave. Trabajar la estabilidad es clave para conservar autonomía y prevenir lesiones.

El equilibrio es la capacidad del cuerpo para distribuir su peso de forma que podamos mantenernos estables, ya sea parados o en movimiento, sin caernos.
Para lograrlo, el organismo debe coordinar varios sistemas: el sistema nervioso central (cerebro y médula), el sistema vestibular (vinculado al oído interno), la visión y los propioceptores (nervios periféricos que informan sobre la posición del cuerpo).
Al interactuar en forma correcta, estos sistemas permiten mantener el centro de gravedad sobre la base de apoyo.
Cuando hay debilidad en alguno de esos sistemas —por ejemplo, en la propiocepción o en el sistema vestibular—, el riesgo de pérdida de equilibrio y de caídas aumenta.
Esto es especialmente relevante en adultos mayores: según datos de especialistas, una de cada tres personas de más de 65 años sufre al menos una caída al año, y muchas de esas caídas pueden prevenirse.
El equilibrio no se “tiene” o “no se tiene”: puede entrenarse con ejercicios adecuados. La evidencia científica respalda que programas progresivos de entrenamiento —combinando ejercicios estáticos y dinámicos— ayudan a mejorar tanto el control del sistema vestibular como la retroalimentación propioceptiva.
Ejercicios recomendados
Ejercicio estático de una pierna: Mantenerse parado sobre una pierna durante 10 a 30 segundos y luego cambiar. Según expertos, es un clásico para entrenar la estabilidad.
Marcha “talón a punta”: Caminar poniendo el talón de un pie justo delante de los dedos del otro, como si caminásemos sobre una cuerda invisible. Este tipo de desplazamiento mejora la propiocepción y la coordinación.
Sentarse y levantarse sin usar las manos: Un ejercicio funcional que fortalece las piernas y mejora el equilibrio en actividades cotidianas.
Estiramientos de pantorrillas: De pie, extender una pierna hacia atrás y doblar la rodilla delantera hasta sentir el estiramiento. Esto no solo mejora la flexibilidad, sino que también aporta estabilidad.
Tai Chi o movimiento lento: Las secuencias lentas y controladas del Tai Chi han demostrado reducir las caídas y mejorar tanto el equilibrio estático como dinámico.
Además, los expertos recomiendan combinar ejercicios de equilibrio con entrenamiento de fuerza, especialmente en las piernas y el core (abdomen, espalda, glúteos), porque los músculos centrales ayudan a mantener la alineación corporal y reaccionar mejor frente a pérdidas de estabilidad.
Frecuencia sugerida
Según guías especializadas, un plan de ejercicios seguro y eficaz podría incluir sesiones de entrenamiento de unos 40 minutos, tres veces por semana.
Es clave adaptar la intensidad al estado de cada persona: empezar con ejercicios más simples y, si es necesario, recurrir a apoyos (como una silla) para evitar riesgos.
No alcanza solo con entrenar: prevenir caídas tiene también un componente de ambiente y educación. Las recomendaciones incluyen:
Revisar la postura regularmente, idealmente frente a un espejo, para asegurarse de que la columna está en su curva natural, los hombros y caderas bien alineados.
Modificar el hogar para hacerlo más seguro: eliminar obstáculos, mejorar la iluminación, poner barandas o apoyos si es necesario.
Realizar controles médicos periódicos, ya que déficits visuales o auditivos, ciertos medicamentos o problemas neurológicos pueden aumentar el riesgo de caída.
Menor riesgo de caídas: El entrenamiento de equilibrio estructurado puede reducir significativamente las caídas entre personas mayores.
Mejora del sistema propioceptivo y vestibular: Estudios muestran que con el entrenamiento, se reduce el feedback excesivo propioceptivo y se restaura la orientación vestibular.
Confianza y autonomía: Al sentirse más estables, muchas personas recuperan seguridad para caminar, moverse en su casa o realizar actividades cotidianas, lo que mejora su calidad de vida.
Beneficios musculares y posturales: El fortalecimiento del core y las extremidades inferiores contribuye no solo al equilibrio, sino también a una mejor postura, reduciendo tensiones y rigidez.
Aunque el ejercicio es muy beneficioso, hay señales que deben alertar para buscar ayuda profesional:
Sensación persistente de mareo, inestabilidad o vértigo.
Caídas frecuentes o pérdida de la estabilidad sin causa aparente.
Dolor al hacer los ejercicios, o dificultad creciente para realizarlos.
Cambios en la visión o audición que puedan afectar el equilibrio.
Un médico o fisioterapeuta puede evaluar los riesgos, indicar los ejercicios más adecuados y supervisar la progresión del entrenamiento de forma segura.




