Un equipo de investigadores de Guangzhou, China, evaluó datos de casi 8.000 personas mayores de 50 años para indagar la relación entre la tenencia de mascotas y el deterioro cognitivo, con especial atención a quienes viven solos.
Una investigación de la Universidad Sun Yat-sen, publicada en JAMA Network Open, sugiere que perros o gatos podrían ofrecer un efecto protector sobre la memoria y la fluidez verbal en personas mayores que habitan sin otras personas.

Un equipo de investigadores de Guangzhou, China, evaluó datos de casi 8.000 personas mayores de 50 años para indagar la relación entre la tenencia de mascotas y el deterioro cognitivo, con especial atención a quienes viven solos.
Los resultados muestran que, en ese subgrupo, convivir con un animal de compañía se asocia con una tasa más lenta de declive en la memoria y la fluidez verbal. Sin embargo, los autores subrayan que los hallazgos no permiten establecer causalidad, y que se requieren más estudios para confirmar esos efectos.
El estudio se basó en una cohorte de adultos mayores reunidos en China, con historias de evaluación cognitiva periódica. En el análisis, se estratificó la muestra según quiénes vivían solos frente a los que compartían el hogar con otras personas.
Entre quienes vivían acompañados, el hecho de tener una mascota no mostró una diferencia significativa en los resultados cognitivos. En cambio, en quienes habitaban en soledad, aquellos que tenían un perro o un gato presentaron una menor tasa de deterioro de la memoria y de la fluidez verbal durante el período observado.
Los autores interpretan que la presencia de una mascota puede “compensar” en parte los efectos negativos del aislamiento social sobre funciones cognitivas básicas, al ofrecer estímulo emocional, interacción rutinaria y ciertas exigencias de cuidado propias de la convivencia con un animal.
No obstante, advierten que los resultados son preliminares: el estudio es observacional, supone asociaciones y no puede demostrar que la mascota es la causa directa del menor deterioro cognitivo.
Además, otros factores no medidos podrían influir, como el estado general de salud, la movilidad, el apoyo social externo o la predisposición a adoptar mascotas entre quienes ya presentan mejor funcionamiento cognitivo.
En la literatura internacional existen aportes relacionados. Un estudio japonés halló que los propietarios de perros tenían un riesgo reducido de demencia en comparación con quienes no tenían mascotas, aunque el efecto en los gatos no fue tan claro.
Otra línea de estudios en Europa sobre el envejecimiento sugiere que la rutina vinculada al cuidado animal, la actividad física y la socialización asociada pueden contribuir al bienestar cerebral a largo plazo.
Los mecanismos detrás del posible efecto protector aún no se definen con certeza, pero varias hipótesis convergen:
Estimulación mental y emocional. La obligación de recordar horarios de alimentación, cuidados veterinarios o limpieza ofrece entrenamientos constantes de memoria prospectiva y organización. Observar el comportamiento del animal también puede involucrar procesos cognitivos de atención.
Movimiento y ejercicio. En el caso de los perros, los paseos diarios favorecen la actividad física, que se asocia con mejor función cerebral.
Reducción del estrés y del aislamiento social. Compartir el espacio con un animal puede disminuir la sensación de soledad, incrementar la liberación de hormonas vinculadas al vínculo social (como la oxitocina), y reducir la carga del estrés crónico, que es un factor de riesgo conocido para el deterioro cognitivo.
Intervenciones asistidas con animales. En ámbitos terapéuticos, la terapia asistida con animales (TAA) ya se emplea como complemento para estimular funciones emocionales, sociales y cognitivas en personas con diversas condiciones.
Pero estas hipótesis requieren respaldo a través de estudios experimentales o ensayos controlados. Por ahora, no se puede recomendar adoptar una mascota exclusivamente con fines cognitivos.
Si una persona mayor considera convivir con un animal, es pertinente evaluar condiciones personales: su capacidad física para cuidarlo, los costos veterinarios y de mantenimiento, el tipo de mascota acorde al entorno, y el apoyo externo en caso de imprevistos. También es esencial que estas decisiones formen parte de un enfoque integral de salud cognitiva, que incluya ejercicio físico, estimulación mental, buen sueño, nutrición adecuada y relaciones interpersonales activas.
Para quienes, por circunstancias personales o de salud, no pueden tener una mascota, los expertos sugieren otras estrategias para reducir el deterioro cognitivo asociado al aislamiento:
Fomentar la socialización mediante actividades comunitarias, grupos de estudio o intercambio de lectura.
Realizar ejercicios cognitivos (crucigramas, juegos de memoria, debates) con regularidad.
Mantener la actividad física y estimulaciones sensoriales variadas.
Participar en terapias grupales o talleres de reminiscencia, que trabajan el recuerdo de episodios de vida como vía de estimulación mental.
Finalmente, este estudio aporta una señal esperanzadora para el enfoque del envejecimiento saludable: la compañía animal podría ser una herramienta complementaria para cuidar el cerebro en la vejez.
Pero no debe considerarse una panacea ni sustituir los hábitos tradicionales de prevención ni la intervención médica cuando corresponda. La memoria, como otros aspectos de la salud, requiere un abordaje multifactorial que combine estilo de vida, socialización, estimulación y cuidados generales.




