"Era el tema en el que siempre se caía, tanto para maldecirlo como para defenderlo, en mil conversaciones del ambiente artístico. Se había convertido en un personaje de leyenda", escribió Yuyo Noé.
Irreverente y creativo, rompió los límites del arte en los 60. Inventó el "Arte Vivo" y señaló lo cotidiano como creación. Su breve existencia fue una provocación constante.

"Era el tema en el que siempre se caía, tanto para maldecirlo como para defenderlo, en mil conversaciones del ambiente artístico. Se había convertido en un personaje de leyenda", escribió Yuyo Noé.
Hace 60 años (en un momento impreciso entre el 12 y el 14 de octubre de 1965) murió Alberto Greco, creador que rompió los moldes del arte latinoamericano. Su gran contribución fue entender que la vida, en sí misma, podía ser arte.
Alberto Greco integró corrientes como el informalismo argentino, pero a la vez las desafió. Fue el fundador de lo que él denominó Vivo-Dito o Arte Vivo.
¿Cuál era la premisa de su trabajo? Eludir la producción de objetos refinados y mostrar, en cambio, lo cotidiano como algo que ya es arte, solamente que el común de la gente no lo ve hasta que alguien se lo señala.
Sus primeras influencias abarcan talleres de Cecilia Marcovich, Tomás Maldonado y Lidy Prati; escritores como Juan Rodolfo Wilcock, María Elena Walsh y teóricos como Edgar Bayley.
Desde fines de los 50, Greco participó del Movimiento Informalista en Argentina, junto con artistas como Kenneth Kemble, Enrique Barilari, Mario Pucciarelli y Luis Alberto Wells.
Sus obras, en esos años, abordaban la materia pictórica con texturas intensas, con uso de materiales diversos, con manchas, óleo sobre papel o tela, collage y grafismos.
Debido a su carácter inquieto el objeto artístico tradicional (si cabe esta denominación en esa época de cambios) con su marco y su sala de exposición, ya empezaba a quedarle chico.
Si hay un elemento central que Greco dejó a las generaciones que lo siguieron es el Manifiesto Vivo-Dito del Arte Vivo, publicado en Génova el 24 de julio de 1962.
En ese manifiesto escribió: "El arte vivo es la aventura de lo real. El artista enseñará a ver no con el cuadro sino con el dedo. Enseñará a ver nuevamente aquello que sucede en la calle".
"El arte vivo busca el objeto pero al objeto encontrado lo deja en su lugar, no lo transforma, no lo mejora, no lo lleva a la galería de arte", afirmó también.
Y añadió que "el arte vivo es contemplación y comunicación directa. Debemos meternos en contacto directo con los elementos vivos de nuestra realidad. Movimiento, tiempo, gente, conversaciones, olores, rumores, lugares y situaciones".
Señalar, firmar, rodear con tiza personas, objetos o situaciones, formó lo que se conoce como vivo-dito. Greco consideraba que la obra ya estaba ahí. No hacía falta crear algo nuevo, sino abrir la mirada para reconocerlo.
A lo largo de sus breves 35 años, Greco fue nómade: vivió entre Buenos Aires, París, Madrid, Piedralaves y Barcelona. En cada lugar montó sus propias provocaciones.
En 1961, realizó en Buenos Aires (en Corrientes y Libertad) una pegatina de carteles que decían: "Alberto Greco ¡Que grande sos!". Mandó imprimir los carteles, contrató a alguien para pegarlos y un fotógrafo para registrar el hecho.
En Brasil, expuso guaches, participó del informalismo; en Francia e Italia, comenzó ese vínculo directo con la calle, con lo vivo; en Madrid y Piedralaves, escribió y desplegó rollos con collages, textos, manchas y fotografías.
Una de sus piezas tardías fue "Besos brujos", un conjunto de láminas intervenidas con pintura, collage y textos.
Nicole Giser afirma que "mientras Greco producía, descubría su identidad. Y esta dotaba de contenido a su trabajo, luego ejecutado de las formas más intensas, provocadoras e impensadas, características de la personalidad del artista".
Daniel Mecca, en Clarín, señala que en lo que "llamaba vivo-dito, hacía círculos -en general de tiza- alrededor de personas o de cosas para señalarlos como obra de arte: una vendedora ambulante, un obrero, un vehículo, un burro".
Para Juan Batalla, en Infobae, "fue un informalista que había mamado en París las bases de un movimiento que aquí fundó junto a Kenneth Kemble, pero para el que elaboró un trazo propio en sus obras densas y casi monocromáticas, más cercanas a un Zao Wou-Ki sin caligrafía china y a un Antoni Tàpies atormentado de mediados del siglo XX".
El 12 de octubre de 1965, en Barcelona, Alberto Greco se quitó la vida. Antes escribió la palabra "FIN" en sus manos. Ese acto puede leerse como una pieza más de la definición de vida-arte: una persona cuya obra se confunde con su biografía, sus contradicciones, sus desplazamientos y su intensidad.
Celina Chatruc plantea que "Alberto Greco eligió morir como había vivido. Ese gesto performático fue uno más de los tantos que había realizado para poner en evidencia el ‘arte vivo’, la pura realidad como obra de arte, que él se limitaba a señalar".




