En mayo de 1981, el cineasta polaco Andrzej Żuławski presentó en el Festival de Cannes una de las películas más desconcertantes del cine europeo: “La posesión”.
En 1981, el polaco Andrzej Żuławski filmó una obra inquietante sobre la incomunicación, el deseo y la descomposición. Un hito del cine europeo de los 80 que regresa a los cines.

En mayo de 1981, el cineasta polaco Andrzej Żuławski presentó en el Festival de Cannes una de las películas más desconcertantes del cine europeo: “La posesión”.
Filmada en Berlín, cuando todavía estaba dividida por el muro, en plena Guerra Fría, tenía elementos de horror sobrenatural, de drama psicológico y un hasta un trasfondo autobiográfico.
Ahora vuelve a los cines argentinos, ratificando su status de obra de culto y ejemplo modélico del terror que reflexiona sobre un tiempo y espacio precisos.
"La posesión" nace de un hecho real: el divorcio entre Żuławski y la actriz Małgorzata Braunek, que lo sumió en una crisis emocional.
Lejos de disimularlo, el director transformó esa ruptura en una obra radical, donde el amor y el odio conyugal se descomponen en cuerpos mutantes y alaridos psicóticos.
Mark (Sam Neill) regresa a Berlín y descubre que su esposa Anna (Isabelle Adjani) quiere separarse. A partir de allí, el relato deriva en una espiral de vigilancia paranoica, erotismo violento y criaturas lovecraftianas.
En paralelo, Berlín aparece como un personaje más: una ciudad fracturada, vigilada, opaca, donde todo se pudre.
El trabajo de la actriz Isabelle Adjani es uno de los núcleos de la película. En un papel que la obliga a representar la disolución psíquica de Anna y su (posible) duplicado monstruoso, entregó una actuación impresionante.
La famosa escena del subte, donde su personaje convulsiona y aborta (literal o metafóricamente) una entidad viscosa, es un ritual chamánico de horror emocional.
Adjani confesó que tardó años en recuperarse de los daños psicológicos del rodaje. El premio que recibió en Cannes fue un reconocimiento a su sobrehumano compromiso.
Żuławski no pertenecía a la vertiente del terror “comercial”. Como autor polaco exiliado, su cine poseía una densidad filosófica y política que lo acercaba más a Andrzej Wajda o Roman Polanski que a John Carpenter.
Sin embargo, "La posesión" anticipa el "body horror" de Cronenberg: la transformación del cuerpo como metáfora del trauma.
También recoge el legado de Lovecraft. Por el monstruo de tentáculos que aparece y por la idea de que lo inexplicable habita en los márgenes de lo real. Lo cósmico invade lo íntimo.
Żuławski eligió Berlín como ciudad que representa la esquizofrenia del siglo XX. Dos mundos divididos por un muro, dos sistemas espiándome mutuamente, dos amantes incapaces de comunicarse.
Lo que en un principio parece un drama marital, termina revelando una dimensión alegórica: la imposibilidad de unir lo que fue separado por razones ideológicas, emocionales o metafísicas.
En un momento donde el cine de terror se inclina hacia lo psicológico o lo efectista, "La posesión" se planta como un experimento inclasificable que exige del espectador una entrega absoluta.




