Es un signo de nuestro tiempo: las catástrofes parecen irrumpir como sorpresas que parecen, a priori, inevitables. Desde olas de calor extremo hasta inundaciones monumentales, que afectan a ciudades enteras.
El libro de Juan Manuel Cozzi “Riesgos globales, respuestas locales” integra teoría, investigación y casos concretos para repensar la prevención desde la comunicación.

Es un signo de nuestro tiempo: las catástrofes parecen irrumpir como sorpresas que parecen, a priori, inevitables. Desde olas de calor extremo hasta inundaciones monumentales, que afectan a ciudades enteras.
Ante este escenario, Juan Manuel Cozzi propone una lectura distinta o por lo menos matizada: los desastres son la manifestación de riesgos mal gestionados y vulnerabilidades que se incuban por décadas.
En "Riesgos globales, respuestas locales", su reciente publicación bajo el sello de Editorial Biblos, el politólogo y docente santafesino analiza todo esto.
En su abordaje, fenómenos como la pandemia de COVID-19 o el cambio climático se alinean con desigualdades históricas, discursos mediáticos y políticas públicas que, muchas veces, no logran atender las raíces del problema.
El trabajo articula teoría crítica, investigación empírica y estudio de casos para echar luz sobre un aspecto clave: la gestión del riesgo es inseparable de la comunicación.
Desde las estrategias participativas implementadas en Santa Fe tras las inundaciones de 2003 y 2007 hasta la comparación con la experiencia brasileña de Blumenau, Cozzi evidencia que la manera en que se narran los riesgos condiciona las formas de prevenirlos y afrontarlos.
En una entrevista con El Litoral, el autor analizó por qué "no todo lo que está expuesto está en riesgo", alertó sobre el peligro de naturalizar los desastres y planteó la necesidad de un gobierno capaz de articular saber técnico, memoria colectiva y participación ciudadana.
-¿Qué riesgo nos define hoy más profundamente como sociedad: el que se mide con datos o el que se narra con metáforas?
-Hoy el riesgo adquiere un carácter multiforme e híbrido que se profundiza ante la crisis climática. De allí, la necesidad de construir políticas públicas que permitan reducirlos y mitigarlos.
En esta construcción intervienen la comunicación y producción científica y el conocimiento experto a través de un saber técnico-profesional que a veces no es del todo comprendido.
En su auxilio acude el uso de las metáforas para darle sentido a lo que se está viviendo, que de otro modo sería difícil de interpretar. Asimismo, el mayor riesgo es la desigualdad social.
-Usted sostiene que "no todo lo que está expuesto está en riesgo". ¿Cómo podemos construir políticas públicas que intervengan sobre esa vulnerabilidad estructural que muchas veces permanece invisibilizada?
-El riesgo pandémico, fue tratado como puro riesgo de exposición y, al hacerlo, invisibilizó las disparidades sanitarias que aumentaron su letalidad.
Sin embargo, no todo lo que está expuesto está en riesgo porque depende de la vulnerabilidad, de cómo se entiende y atiende.
Así pues, para estar en riesgo se debe estar expuesto, condición necesaria pero no suficiente, y es ahí donde se debe intervenir al atacar las raíces o causas de la vulnerabilidad.
Este reconocimiento de la vulnerabilidad subyacente y endógena nos posibilita la acción gracias a decisiones sobre su gestión integral (las políticas públicas, las normas y las regulaciones).
Por eso sostengo que para estar en riesgo hay que estar expuesto, pero también considerar la vulnerabilidad social como condición preexistente.
-La ciudad de Santa Fe aparece como un caso paradigmático en su investigación. ¿Qué lecciones nos dejaron, o aún no hemos aprendido, de las inundaciones de 2003 y 2007?
-A partir de 2008, la institucionalización de la comunicación del riesgo formó parte de una estrategia municipal integral articulada con el ámbito académico.
Tras las inundaciones de 2003 y 2007, Santa Fe implementó el Programa Aula-Ciudad, una iniciativa de educación ambiental orientada a la prevención del riesgo, en colaboración con la UNL y otras entidades.
Este programa produjo materiales específicos como los fascículos “La ciudad y el río” y “Convivir con el río”, diseñados para su inclusión en las escuelas.
Además, se promovieron visitas guiadas a estaciones de bombeo y actividades de sensibilización territorial, con énfasis en la memoria del desastre como herramienta pedagógica.
Desde la perspectiva de la comunicación participativa, apostó por un modelo educativo descentralizado, basado en el aprendizaje social.
A su vez, Santa Fe, trabajó la significación simbólica de los desastres desde la gestión local. La creación del Memorial de la Inundación, los actos conmemorativos del 29 de abril y la incorporación del desastre en materiales educativos forman parte de una estrategia de memoria institucionalizada que apunta a mantener viva la conciencia del riesgo.
Estas acciones no solo cumplen un rol pedagógico, sino que refuerzan la legitimidad de las políticas públicas al reconocer el sufrimiento colectivo y promover el aprendizaje social.
-¿Por qué cree que la pandemia y el cambio climático han sido tratados como desastres separados cuando, como señala en su libro, ambos operan en un mismo continuo de riesgo?
-Cuesta encontrar ese hilo conductor. Yo lo encontré enfocándome en lo comunicativo y su vinculación con las políticas públicas. Así fui desgranando aportes y conocimientos que provienen de la gestión de la comunicación de riesgo de desastres frente a las problemáticas abordadas.
Para luego interpelarlas en relación a: ¿cómo la gobernanza ante la pandemia de COVID-19 o la emergencia climática junto a las inundaciones urbanas permite, a la luz de las políticas públicas que de ellas derivan, entender y profundizar en los distintos procesos de adaptación como transformación social?.
Para, finalmente, interrogarme con respecto a: ¿qué condiciones de hibridación de riesgos y vulnerabilidad intrínseca y social se evidencian en los fenómenos analizados?
Proyectándome hacia el impacto social que estos eventos ocasionan y las oportunidades que se derivan si se gestionan anticipadamente de forma prospectiva.
-El riesgo, dice usted, es más narrado que calculado. ¿Qué lugar tiene la comunicación pública en la prevención real de desastres?
-Esa idea que el riesgo fue antes narrado que calculado, me pareció maravillosa. Le pertenece al antropólogo aragonés Gaspar Mairal quien realiza un estudio genealógico del riesgo.
Me apropié de ella porque allí encontré que además de su construcción social, el riesgo, tiene también una construcción cultural que produce y reproduce mensajes, narrativas y encuadres que circulan y se intercambian en el espacio público mediante un proceso histórico y cultural, donde los medios de comunicación adquieren especial relevancia.
Para eso, resulta sumamente importante incorporar desde una perspectiva general de la comunicación pública, los aportes de la comunicación de riesgo y su particular enfoque sobre la percepción del riesgo; ya que las comunidades evalúan y responden a los riesgos de manera subjetiva, influenciada por factores culturales, sociales e históricos. La percepción del riesgo del público es un fenómeno de fuerte construcción social.
Esta idea de la percepción del riesgo que debe ser construida, necesita la participación del público -su involucramiento- lo cual implica la interacción ciudadana para construir y evaluar el riesgo y para incorporar aspectos culturales de creencias comunitarias que sean parte sustantiva de una idiosincrasia en particular ya que, si el público no percibe un riesgo, no responderá adecuadamente para prevenirlo.
-A lo largo del libro se enfatiza una idea clave: desastres como oportunidades. ¿Cómo se comunica esa oportunidad sin caer en la banalización del sufrimiento social?
-El texto promueve una visión de proceso mediante una acción propositiva y positiva en el cambio de paradigma que apunta a que los desastres se entiendan como riesgos manejables en términos de oportunidad, gracias a su posibilidad de poder evitarlos y reducirlos. Profundizando en la comprensión de las diversas formas de abordar la gestión de riesgo de desastre.
De esa manera, (los desastres) no pueden ser considerados simplemente como productos o resultados sino que son consecuencia de factores como la exposición a las amenazas y las condiciones preexistentes de vulnerabilidad social.
Se trata de atender el riesgo y para eso hay que prepararse. Adaptar las ciudades y comunidades a las posibilidades de ocurrencia de sucesos que requieren de capacidades estatales y comunitarias para su prevención y resiliencia.
Observar los desastres permite mostrar por qué no se deben separar de la vida cotidiana y cómo los riesgos implícitos en ellos, tienen que estar conectados con la vulnerabilidad generada para mucha gente por su existencia normal.
Tiene que ver con buscar las conexiones entre los riesgos que afronta la población y las razones de su vulnerabilidad a las amenazas y cómo reconocerlos.
De esta manera puede ofrecer un camino mucho más fructífero de construir políticas que ayuden a reducir los desastres y mitigar las amenazas. Evitando caer en situaciones de naturalización o banalización.
Los hechos en apariencia inesperados germinan durante años fuera del radar público hasta que explotan frente a todos y movilizan al planeta: eso sucede, por ejemplo, con los fenómenos climáticos extremos.
-Usted cita a Rita Segato para decir que el COVID-19 es un "significante vacío". ¿Qué narrativas cree que terminaron imponiéndose en la región: las de vigilancia, las del colapso, o las de una posible transformación?
-En el intento por describir y “significar” lo que acontecía, hubo un abuso al cargar de amplios significados al fenómeno del COVID-19 que lo terminó consumiendo y vaciando.
Por eso la cantidad de narrativas que se fueron sucediendo a lo largo de la pandemia (estado de excepción, la figura del pacto, la metáfora bélica, el agente estatal), de acuerdo a lo que acontecía y las medidas que se adoptaban en consecuencia.
Podría decirse que el COVID-19 disparó una reacción en cadena narrativa. Así como la globalización facilitó la transmisión del coronavirus, la sociedad mediatizada agilizó la producción y circulación discursiva.
Multiplicidad de discursos circundantes que intentaron capturar la narrativa sobre lo producido por el COVID-19 en la sociedad. También, el negacionismo, basado en la construcción de narrativas desinformantes, ocupó un lugar de privilegio.
Se creyó qué superada su crisis habría cambios significativos y perdurables. Al final, no los hubo.




