Nos escribe Alicia (47 años, Ostende): "Hola Luciano, te escribo porque leí una de tus últimas columnas, que trata sobre la inteligencia del adolescente y me hizo pensar mucho en mi hijo, de 16 años, que está todo el tiempo discutiéndome y no puede aceptar ninguna idea en contra. Incluso se la pasa diciendo que todo le parece injusto, cuando en verdad -te lo aseguro- está equivocado y no lo quiere reconocer. Es realmente agotador. Te agradecería que puedas desarrollar un poco más que está pasando con los adolescentes de hoy en día, porque estoy de acuerdo con vos en que las cosas cambiaron muchísimo en estos años".
Querida Alicia, muchas gracias por tu correo. Porque me permite ampliar y desarrollar mucho mejor la idea que mencionás de aquella columna anterior. En aquel entonces propuse la idea de que la diferencia generacional tomó otro carácter en este siglo. Ya no se trata de la rebeldía, que permitía que el adolescente confrontará con la transgresión. En esa otra época, el conflicto giraba en torno a la incomprensión ("Vos no me entendés"), mientras que ahora se basa en la desautorización ("Vos no entendés nada").
Con este nuevo escenario, la adolescencia se volvió más lógica y razonante antes que emocional. Como bien decís, se la pasan argumentando. Y la contracara de esta actitud es la queja que denuncia como injusticia cualquier afrenta con el narcisismo. En última instancia, lo injusto es que ellos tengan que dejar de ser niños. A los adolescentes de este siglo les cuesta mucho sostener la tensión de un debate más allá de la dinámica de las razones, según las cuales quieren ganar, porque perder equivale a quedar infantilizados.
Ahora bien, eso demuestra lo infantiles que todavía son, porque en un verdadero debate no hay perdedor. Esta coyuntura es un eco de la sociedad en que vivimos, en que todos conversan para -como se dice hoy- "domar" al otro, ante un público igualmente infantil que cree que las ideas más interesantes fueron dichas por quien más le faltó el respeto al otro. El modo de vida en la actualidad tiene mucho del coro adolescente alrededor de una pelea y coreando "uuuu" ante cada provocación.
Pero volvamos a los adolescentes. Me interesa, querida Alicia, decirte algo de por qué creo que esto es así. Tengo la impresión de que esto ocurre en un contexto en los jóvenes ya no están demasiado en el mundo, o bien este se volvió demasiado estrecho. Con esto intento ubicar que viven con una idea restringida de realidad, porque el horizonte de sus vidas está en el vínculo con sus padres.
Hasta hace unos años, los adolescentes estaban mucho más fuera de la casa. Tenían una participación social mayor. Hoy opinan mucho sobre la sociedad, pero su relación efectiva con la realidad es muy relativa. Por ejemplo, conozco muchos adolescentes que saben usar una billetera virtual, pero no viajar en transporte público. Otros no regresan solos a sus casas de noche hasta entrada la secundaria; siempre los busca algún padre.
Entiendo que aquí me hablarán de la inseguridad. Entonces agrego otros ejemplos. Son pocos los que hacen compras para la casa. Una gran cantidad no sabe qué negocios hay cerca de su casa. En las ciudades, casi no conocen a los vecinos. Nunca hablan con nadie de afuera, salvo en el colegio (que es una segunda casa). Dicho de otro modo, la relación con la realidad para estos adolescentes está demasiado mediada por el hogar.
Lo vemos en su modo de resolver conflictos. Si se enteran que al auto que dejamos en la vereda le rompieron el espejo, otro auto mientras estacionaba, dicen que es preciso llamar a la policía o incluso mandarle una carta documento a quien lo hizo. Parece chiste, pero te aseguro que si hay algo que me asombra es cómo muchos adolescentes -a propósito de lo injusto- usan el vocabulario jurídico para plantear una resolución punitiva de problemas.
Me asombra y me preocupa, porque entiendo que detrás de esa intención está la fantasía de esperar que los problemas se resuelvan con la apelación a una autoridad soberana que es, en verdad, un sustituto parental imaginario. En lugar de crecer y entender que hay problemas que se resuelven dejando de lado la lógica de las razones, dándole lugar a la negociación, es como si quisieran que venga un Gran Padre que castigue. Parecen adultos por cómo hablan, pero apelan a la más frágil de las fantasías infantiles.
Necesitamos que los adolescentes vuelvan a tener un contacto más estrecho con lo real, que tengan menos argumentos y más roce. Que cuando estén en la calle y un motociclista les grite una grosería, porque al doblar ellos estaban por cruzar, en lugar de alegar la ley que le da prioridad al peatón, entiendan que tienen que mirar mejor, porque ahí no son los hijos de sus casas, sino personas como cualesquiera y de nada sirve que debatan sobre lo justo.
Las relaciones humanas son dinámicas y difícilmente normativas. Quizás ese motociclista que los insulta es el mismo que, en otra ocasión, les salva la vida tocando bocina si es un auto el que va delante. Por supuesto que las cosas tienen que ser tal y como deben ser, pero también está cómo son. Esto último es la realidad, que no se ajusta a las expectativas que cada quien se haga.
Mi interés está en llamar la atención sobre el valor de no quedarse en posiciones rígidas y en poder hacer una invocación a la convergencia. En estos años, me llama mucho la atención cómo la agresividad cobró un enorme relieve y las formas en que se busca intervenir no está en reducir el fuego sino en incentivarlo. No solo a los adolescentes les falta calle, pareciera que es un signo de época.
Todos nos hemos vuelto especialistas en todo, debatimos teórica y abstractamente sobre cualquier cosa, sobre el tema de la semana (según las noticias), pero tenemos muy poca capacidad emocional para llevar los conflictos hacia la integración y su superación. Querida Alicia, espero que esta reflexión te sirva, para complementar la idea general de aquella vieja columna, pero también para plantear interrogantes sobre nuestro tiempo.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com