A veces uno da.
A veces uno da.
Y da sin testigos.
Sin épica. Sin altar.
Uno ayuda como quien respira:
porque no puede no hacerlo.//
Uno sostiene al otro en su vértigo...
Lo envuelve en palabras o en actos,
en pequeñas cosas sin nombre,...
Sin ceremonia.//
Y el otro sigue,
sin saber que fue salvado.
Entonces uno vuelve a casa.
Pero no hay casa.
Hay hombros cargados de otros cuerpos.//
Hay un silencio que no alivia.
Hay una tristeza que no es tristeza común,
sino algo más antiguo:
una desolación ética,...
una pena por la humanidad.//
"¿Por qué no ven?" "¿Por qué no agradecen?"
"¿Por qué todo parece volverse
en contra del que se da entero?"
Y sin embargo, al día siguiente,...
uno vuelve a dar.//
Porque no se ayuda por aplauso.
Porque no se ama por medalla.
Porque la bondad,...
cuando es verdadera,
es fuego sagrado.//
Y ese fuego arde incluso cuando quema.
Entonces la angustia viene, sí.
Se instala en la garganta.
Se hace piedra en el pecho.
Se vuelve palabra que no sale.//
Pero hay algo más fuerte,
algo que no se extingue:
la certeza de que el bien,
aunque invisible, construye.
Aunque la gente no lo vea.//
Aunque descansen sobre nuestros hombros
como si fuésemos columna.
Aunque no digan gracias.
Aunque sigan su camino
sin volver la vista.//
Uno escribe, entonces.
Para no volverse piedra.
Para seguir siendo arena...
Pero arena que elige, cada día,
sostener la arquitectura de lo humano.




