La situación actual de nuestro país, un momento delicado para Argentina y de gran inestabilidad a nivel internacional, nos coloca ante la pregunta respecto de nuestra responsabilidad cívica y social, una cuestión que tiene que ver con nuestras aspiraciones propiamente humanas.
Hacer un juicio que nos permita iniciar un camino de diálogo frente a las preguntas que nos genera la cuestión política, no significa sostener una ideología o buscar razones para alinearse con ciertas ideas en contraposición a otras, sino identificar un método para afrontar la realidad.
Somos conscientes, y esto es un primer dato de nuestra experiencia, de que nuestra esperanza no depende, en último término, de la política; sin embargo, no podemos dejar de interesarnos por ella. La política es un espacio de desarrollo humano, de compromiso con los más débiles y de construcción de la paz; por tanto, no puede quedar ajena a nuestra responsabilidad.
En el foco de las cuestiones actuales se encuentra la pregunta respecto del rol del Estado. Las respuestas que se están dando desde distintos ámbitos de ideas tienden a incrementar deliberadamente la polarización, transformándose en discusiones descarnadas que olvidan aquello para lo que el Estado existe: promover las condiciones para el desarrollo de la persona.
Una persona vale más que todo el conjunto de ideas que sostienen a una teoría de la política. Por esto mismo, un modelo político en cual el Estado pretenda sustituir las iniciativas que está llamada a tomar la sociedad, o que se desentienda de acudir en ayuda frente a situaciones que la sociedad no logra afrontar por sí sola, no fomenta verdaderamente el desarrollo humano de los sujetos.
En los lugares donde el Estado ayuda a las personas, debe darles herramientas para que se vuelvan libres y protagonistas. En la sociedad hay un sinnúmero de obras educativas, laborales y productivas que aparecen como posibilidad de construcción del bien común.
¿No es acaso el rol de un Estado democrático asegurar la libertad de estas iniciativas asociativas y promoverlas? Por este motivo, votar en las elecciones no significa delegar responsabilidades. La deslegitimación de la clase política y su vinculación con intereses particulares han vaciado de sentido y dignidad su ejercicio.
Frente a esto, podemos reafirmar nuestra confianza en la democracia a partir de nuestro compromiso total con la vida en común, desde el lugar en el cual a cada uno, y junto con otros, le corresponde construir el bien común: el propio trabajo o estudio, la propia familia, los vínculos institucionales, la propia empresa o asociación, etc.
En cada lugar y momento en que surgen sujetos que responden a la realidad de este modo, y se juntan para construir en comunidad, surge una novedad, un cambio. Aquello que puede cambiar la historia es lo mismo que efectivamente cambia al yo. Esto implica reconocer el bien que significan los cuerpos intermedios, las comunidades activas, para la sociedad, su crecimiento real y su desarrollo.
De este modo, la democracia representativa se puede volver un espacio donde la persona y las realidades asociativas pueden expresarse, reconociendo a quienes son diferentes, y construir un futuro común. Esta posibilidad de expresión, reconocimiento y construcción puede hacerse efectiva en un diálogo auténtico, es decir, en la escucha y el intercambio con los que piensan diferente.
La pluralidad y la libertad de pensamiento nunca pueden ser erradicadas. El diálogo es efectivo si se reconoce que en las diferentes perspectivas puede encontrarse un bien más grande, e incluso más verdadero que los propios argumentos. Fuera de esta dinámica, cualquier ejercicio de la política tiende a la autoafirmación, a la violencia y al absolutismo.
Por el contrario, el poder político adquiere un carácter positivo si funciona en beneficio de todos, es decir, reconociendo que los otros, los que piensan diferente, son un bien indispensable para la construcción democrática y el desarrollo de nuestro país.
Por ello, la participación en las elecciones es también una oportunidad para que nuestra libertad, entendida como posibilidad de adhesión a la verdad, se manifieste en la historia. Esta es una certeza frente al sentimiento de desconfianza que alimenta la abstención, y una posibilidad de afirmar con sencillez la positividad de la vida.
Estas palabras, que nacen desde nuestra pertenencia cristiana -verdadera fuente de nuestra esperanza-, quieren ser un intento de ayuda en el camino de construcción de nuestra nación y en el discernimiento a la hora de elegir a nuestros representantes.
El voto de la Generación Z (*)
"El voto de la generación Z en Argentina se orienta crecientemente hacia espacios que ofrecen ruptura con el orden político tradicional, como La Libertad Avanza (LLA)", explica el consultor Santino Córdoba, quien ha venido investigando estas tendencias a través de encuestas y sondeos de opinión periódicos.
"Esta generación vota de forma más situacional y desideologizada que los adultos", precisa el analista. "Los más jóvenes en Argentina se ven muy interpelados por el mensaje de Javier Milei", apunta, en el mismo sentido, Florencia Filadoro, ex presidenta de la Asociación Argentina de Consultores Políticos.
"Estos chicos crecieron bajo el kirchnerismo, entre la inflación que golpeaba sus casas y las noticias sobre corrupción que escuchaban a diario", describe Filadoro. "Hoy, con el apoyo a Milei, buscan dejar atrás esa historia. Aun con más dudas que antes, confían en que el presidente podrá mejorar la economía y mantenerse lejos de la corrupción", analiza la experta.
"Los jóvenes son muy escépticos de cómo la política puede ayudarlos en su día a día; no valoran la política como un medio para generar cambios sociales y mejorar sus vidas", resume Filadoro. "La juventud fue clave en el ascenso de Milei; su discurso de ruptura y autenticidad conectó con el malestar contra 'la casta' y la desconfianza hacia la política tradicional", agrega Córdoba por su lado.
"Sin embargo, a dos años de gobierno, el desencanto con Milei crece entre los mismos jóvenes que lo apoyaron: el 37% de sus votantes considera no votar en las próximas elecciones y el 29% cree que 'votar no cambia nada', (...) Milei canalizó la bronca, sí, pero no la resolvió", describe posteriormente.
"Los datos muestran una erosión del apoyo entre los jóvenes, aunque LLA sigue liderando la intención de voto", subraya en este sentido. "El voto libertario mantiene peso, pero ya no se sostiene en entusiasmo, sino en resignación o desconfianza hacia las alternativas", completa Córdoba.
(*) Información original de Agencia Duetsche Welle, adaptada para su publicación en El Litoral.