Rogelio Alaniz El chavismo tiene buenos motivos para festejar. Ganó en veinte de los veintitrés Estados y en el camino le quitó cuatro gobernaciones a la oposición. La campaña electoral la hicieron con su habitual estilo: violando todas las reglas del juego, disponiendo arbitrariamente de los recursos del Estado y recurriendo a todos los golpes bajos imaginables. Releyendo las consignas, eslóganes y frases usadas por los políticos oficialistas, sin temor a exagerar muy bien podría decirse que han sido ellos los que han anticipado la muerte de Chávez, chantajeando emocionalmente a la gente para votar a quien supuestamente está agonizando. En Miranda, donde el oficialismo y la oposición se jugaban la carta más brava, ese recurso fue usado sin escrúpulos y sin detenerse a pensar que no era ni muy legal ni mucho menos elegante, manosear la salud del jefe o del comandante, como les gusta decir, fieles a la prosapia militar del régimen. Con Chávez en La Habana, estas elecciones fueron de alguna manera un anticipo de las elecciones nacionales previstas por el propio jefe de la revolución bolivariana. Como se sabe, y tal como lo indica la Constitución, si el comandante no puede asumir el 10 de enero, por un camino o por otro se deberá convocar a elecciones en un plazo no superior a los treinta días. Sobre la salud de Chávez es muy poco lo que se sabe, salvo que tiene cáncer y que es muy probable que sea terminal. Que un ególatra como él haya admitido que existe la probabilidad de que no pueda asumir, es indicativo de la gravedad del problema. Que un obsesivo del poder personalizado haya condescendido a nombrar sucesor, expresa, como dice la letra del tango, que está en las diez de última. Es probable que muchos se alegren de esta enfermedad que deja fuera de competencia al caudillo que se cansó de ganar elecciones en Venezuela. Si esto es así, lo será en el ámbito privado, porque públicamente nadie salió a festejar la enfermedad del presidente y, mucho menos, a pintar “Viva el cáncer”. Por razones de conveniencia o de recato, la oposición ha sido bastante cauta con la salud de Chávez, mientras que, por el contrario, los que recurrieron a ella para ganar votos, sin advertir que al insistir tanto en el tema de hecho estaban dando por sentado la inevitable muerte de su jefe, han sido sus colaboradores inmediatos. Es que la desmesura ha sido uno de los rasgos salientes de Chávez y el chavismo, y es esa desmesura la que ahora se ha hecho presente en esta campaña electoral que se realiza con el jefe agonizando en La Habana. De todos modos, para el chavismo las elecciones de este domingo fueron una fiesta, una victoria digna de celebrarse, porque el mapa de Venezuela se pintó prácticamente de rojo, ya que salvo los estados de Miranda, Lara y Amazonas, todos los demás se han vestido con los colores del chavismo. Con el rojo del chavismo, agregaría, y el verde de los militares porque en varios Estados los candidatos oficialistas exhibían orgullosos su prosapia castrense. Sin embargo, como dice el refrán criollo, siempre hay tropezones cuando un pobre se divierte. El tropezón, en este caso, se llama Henrique Capriles Radonski, ya que si estas elecciones eran, de alguna manera, un anticipo de las generales, que Henrique haya ganado en el Estado de Miranda, es una mala noticia para los oficialistas. En efecto, la victoria del jefe opositor le permite renovar sus credenciales en el orden nacional e instalarlo como el candidato capacitado para disputar la presidencia. Como se dice en estos casos: tiene cuarenta años y, con el favor de los dioses, toda la vida por delante. Su derrota del 7 de octubre -por lo tanto- fue saldada con la victoria del 16 de diciembre. Lo demás queda librado a la evolución o involución del cáncer de Chávez. Capriles le ganó -además- a Elías Jaua, electo vicepresidente en octubre y respaldado por el Estado chavista en pleno. En efecto, Jaua recibió mercaderías y recursos multimillonarios. Había que ganarle a Capriles a cualquier precio. Allí fue donde la campaña electoral adquirió los tonos dramáticos más intensos; allí fue donde se habló con más insistencia y desenfado de la enfermedad de Chávez y de la inmensa alegría que le daría al comandante saber que el pueblo de Miranda lo votaba; allí fue donde se chantajeó con más descaro al electorado, diciéndole que si Jaua no ganaba no habría recursos para la población. Y allí fue donde a pesar de tanto despliegue, de tanto derroche de recursos, perdieron, una derrota que no se compensa con la victoria lograda en el poderoso y superpoblado estado de Zulia, donde el comandante Francisco Arias Cárdenas un veterano del chavismo desde 1992- le ganó por cinco puntos a Pablo Pérez, quitándole a la oposición un baluarte histórico. Los escenarios que se abren hacia el futuro son bastante previsibles. En primer lugar, habrá que ver cómo evoluciona la enfermedad de Chávez. En la medida que la probabilidad de su muerte ha sido usada y abusada por sus propios seguidores, no hay reparos en especular sobre ella en términos descarnados. En principio, todo hace pensar que Chávez no podrá superar su enfermedad o que, en el mejor de los casos, quedará inhabilitado físicamente para ejercer la presidencia. Si esto no ocurriera, si Chávez recuperara su salud, todo volvería a su cauce y el 10 de enero asumiría su nueva presidencia hasta 2019. El otro escenario lo crearía su propia muerte. Por lo pronto, el jefe del Estado será en principio Nicolás Maduro, quien deberá convocar a elecciones en un mes. Las preguntas a hacerse en este caso son varias. ¿Maduro dispondrá de poder político para actuar? ¿sus competidores internos se subordinarán a su autoridad? ¿el Ejército, para muchos la columna vertebral del poder chavista, admitirá su candidatura o jugará sus propias cartas con Diosdado Cabello? No concluyen aquí los interrogantes. Desde el punto de vista institucional, ¿son consistentes los rumores que aseguran que con esta victoria el chavismo intentará promover una nueva reforma constitucional para eludir el compromiso de convocar a elecciones generales dentro de treinta días? ¿Dispondrán de espacio político para hacerlo? ¿Lo admitirá la oposición? En definitiva, la pregunta de fondo que todos se hacen es si el chavismo podrá sobrevivir a su jefe. En principio, cuenta con dirigentes experimentados, pero ninguno exhibe condiciones de liderazgos parecidos. Cuando esto ocurre, la alternativa suele ser una conducción colegiada para pilotear la transición, pero quienes conocen el mundillo interno de Miraflores, aseguran que esta posibilidad es muy remota por las diferencias existentes y las ambiciones desaforadas de los aspirantes a sucesores. Según el periodista y dirigente político opositor, Teodoro Petkoff, el chavismo no tiene sucesión y como todos los regímenes personalistas desaparecerá con su jefe. Entonces, la pregunta a hacerse refiere al precio que pagará Venezuela por la hipotética desaparición del jefe. Petkoff asegura que a diferencia del peronismo argentino, el chavismo no fue capaz de organizar al movimiento obrero y crear condiciones institucionales que lo sobrevivan. Según este punto de vista, todo se reduce al carisma del comandante y al apoyo de las Fuerzas Armadas. Por otra parte, la oposición en Venezuela representa a la mitad de la población, por lo que se hace difícil ignorarla a la hora de proponer una transición. El otro aspecto a tener en cuenta es la crisis económica en ciernes. Según los economistas, el déficit es gigantesco y gobierne quien gobierne, en el futuro se deberá instrumentar una megadevaluación, con todas las consecuencias sociales que ello implica, incluidos los costos políticos a pagar. En definitiva, estos regímenes personalistas, basados en el caudillo carismático y omnipotente, entran en crisis cuando descubren que el jefe también es mortal. De todos modos, el chavismo, a diferencia de regímenes parecidos en América latina (Correa, Morales, Kirchner, Ortega) dispone del apoyo de las Fuerzas Armadas constituidas como una institución clave del poder. Para ser precisos, bien podría decirse que el chavismo ha sido a lo largo de su historia un régimen militar con respaldo popular. El componente militar está presente en primer lugar- en el propio Chávez, quien fundó su legitimidad afirmando en todo momento esa identidad. Los votos fueron importantes, pero la base, el fundamento material del poder, incluso su retórica y sus jergas, es militar, por lo que no sería descabellado suponer que cualquiera de las salidas políticas que se intenten deberán estar consensuadas con el Ejército, el actor visible e invisible -pero decisivo- de esta experiencia política conocida como chavismo.


































