I
La conmemoración del 20 de noviembre por Tacuara revela conexiones históricas y políticas, destacando la influencia de figuras fascistas y eventos internacionales.

I
A la agrupación nazifascista, y algo más, llamada Tacuara, la conocí en un acto que sus aguerridos militantes de impecable saco azul, pantalones grises, zapatos oscuros y trenzados y peinados a la gomina, celebraron en el hall de la facultad para evocar el dia de la soberanía nacional.
En la ocasión, el joven de diecisiete años que yo sumaba entonces oyó hablar por primera vez de la batalla de la Vuelta de Obligado.
Los improvisados oradores, uno de los cuales se jactaba de llevar una 45 en el cinto, ponderaban el orgullo patriótico y la lucha contra los imperios liberales anglofranceses, en una retórica que los más destacados nazifascistas europeos hubieran envidiado o ponderado, sobre todo si a la evocación de la gesta sumaban el ataque al liberalismo, al marxismo y, como privarse de ese placer, a los judíos.
Después, no mucho tiempo después, un veterano de la militancia estudiantil me advirtió que la fecha elegida para alabar la soberanía nacional coincide con otro 20 de noviembre pero de 1939, cuando en la localidad española de Alicante fue fusilado el héroes de tacuaras y tacuaritas: José Antonio Primo de Rivera. ¿Casualidad? Vaya uno a saberlo.
Muchos años después de mi experiencia juvenil con la Vuelta de Obligado, el otro ídolo de los fascistas, Francisco Franco, "su inmunda jeta de canalla latino", diría Jean-Paul Sartre, se iba de este mundo a reposar en los brazos del Señor el 20 de noviembre de 1975.
Otra vez la casualidad. Por supuesto, en este juego de fechas azarosas los muchachos engominados ignoraban, o preferían ignorar, que fue también un 20 de noviembre, pero de 1945, cuando en Alemania se iniciaron los juicios de Nuremberg que condenaron a cárcel y a muerte a sus ídolos y camaradas bien amados.
II
Joven ignorante, pero curioso, logré enterarme un par de años más tarde que efectivamente hubo una batalla de la Vuelta de Obligado.
Aunque Tacuara y la pujante juventud peronista que luchaba por el retorno del general refugiado en tierras de Franco, omitía o consideraba como un episodio menor que ese enfrentamiento bélico más que una derrota de las tropas de Juan Manuel de Rosas, fue una verdadera masacre, más allá del coraje que en toda batalla suelen desplegar los soldados de un bando y del otro.
Los números, como decía mi tío Colacho, no me dejan mentir. Cerca de 300 muertos por parte de los soldados del Restaurador contra 86 de las potencias imperialistas.
Algunos historiadores elevan el número de muertos al doble, pero más allá de estos detalles algo macabros, lo cierto es que el episodio merece calificarse como una de las tantas operaciones sanguinarias perpetradas por el colonialismo, operaciones del mismo nivel que perpetraron en Asia o en África.
Todas estas desgracias, incluida la derrota, se justificarán en nombre de la defensa de la patria, de la nación argentina, causa noble y egregia si la hay.
Salvo el detalle que en la Vuelta de Obligado no estaba en juego la defensa de una nación aún inexistente, sino los porfiados y persistentes intereses de la aduana porteña, además de las rencillas en las que se habían enredado los comerciantes ingleses y franceses de Montevideo contra los comerciantes ingleses y franceses de Buenos Aires.
Digamos, para ser más claro, que el operativo que distingue la defensa de nuestra soberanía nacional fue financiado por comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires, personas que disfrutaban por parte del Restaurador de un trato privilegiado, al punto que tiempo después su sobrino preferido, Lucio V. Mansilla ( hijo del jefe militar del fracasado operativo de 1845), escribió:
“Ser inglés en Buenos Aires en aquellos años…¡qué pichincha!”.
Lucio sabía de lo que hablaba. También lo sabía Juan Manuel, motivo por el cual, cuando las papas quemaron y hubo que salir corriendo de estos pagos, el paradigma de la lucha contras el colonialismo inglés optó por exiliarse en su amada Inglaterra, cuyas autoridades saludaron con honores regios la decisión del ilustres Restaurador de las Leyes.
III
Lo cierto es que la campaña iniciada por Tacuara en defensa de la soberanía nacional recogió merecidos frutos en 1974 cuando el gobierno de Perón e Isabel declara al 20 de noviembre como día de la soberanía nacional, decisión que produjo un placer orgásmico en cuanto fascista y neofascista vegetara empapado de nostalgia nacionalista en estos lares.
Como para completar el ciclo, treinta y cinco años más tarde la compañera Cristina amplía los honores iniciados por la compañera Isabel y declara a la fecha como feriado nacional. Cartón lleno. Isabel y Cristina. Los peronistas podrán tener diferencias, pero en ciertos temas, en ciertos valores, en ciertos episodios, cierran filas de cara al sol, como dijera uno de sus héroes sagrado y consagrado.
La celebración honra a varias certezas políticas e ideológicas de una sentada. Reivindicación del ilustre Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas; reivindicación de un régimen autoritario, centralista y degollador; reivindicación de la aduana porteña; crítica a la peste liberal y afirmación retórica de un nacionalismo chauvinista y mentiroso.
En estas orgías nacionalistas los símbolos son importantes: de los descamisados a los camisas negras, pardas y azules; desde la svástica, a las flechas atadas a un hacha y, por qué no, la cruz y la espada; desde “Por Dios, por la patria y el Rey” a “Viva la Santa Federación, mueran los salvajes inmundos asquerosos unitarios”.
IV
La decisión de Juan Manuel, financiada -repito- por la cámara británica de Buenos Aires, contrastaba con las aspiraciones de las provincias del litoral cuyos comerciantes esperaban con ansiedad mercantil la llegada de los barcos ingleses y franceses para hacer buenos negocios. La cosa no salió bien para nadie.
Para los franceses e ingleses la expedición era demasiado cara, a lo que se sumaban las refriegas interminables en la Banda Oriental con los intereses brasileños. Desde 1820, y tal vez desde antes, todo diplomático inglés sabía que a esa región del río de la Plata había que tratarla con cuidado porque era explosiva.
Un conflicto se sumaba a otro y en cierto momento Brasil, Paraguay, las provincias del Litoral, Buenos Aires y Montevideo estaban enredados en combates que nadie ganaba pero perjudicaban a todos. A estos detalles, se suma en la coyuntura los cambios de gobiernos en Londres y París, motivos por el cual cambia la diplomacia con Montevideo, Río de Janeiro y Buenos Aires.
De todos modos, lo que no pudo hacer la flota anglo-francesa en 1845 lo hizo seis años después Justo José de Urquiza. El resultado fue Caseros, la victoria de las provincias del litoral contra el centralismo porteño. Caseros fue la bandera de lucha del federalismo y el estandarte que pocos años después habrían de reivindicar Felipe Varela y Chacho Peñaloza. Pero esa ya es otra historia.




