El relato del nacimiento de Cristo, narrado por San Mateo, destaca la intervención divina que permitió a María y José aceptar un misterio incomprensible para la razón humana.
Queridos Amigos. ¿Cómo están? Espero que bien. Transitamos ya la última semana del tiempo de Adviento. En pocos días celebraremos la Fiesta de la Nochebuena. Qué alegría, qué emoción. Hoy en el centro de la Liturgia de la Palabra de Dios aparecen la figura de la Virgen María y el relato del nacimiento de Jesús.
San Mateo lo narra de esta forma:
“María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado (...)".
"(...) Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
Las circunstancias del nacimiento del Hijo de Dios están llenas de misterio. Fue necesaria la intervención divina para que María y José pudieran aceptar lo que la razón puramente humana es incapaz de comprender. El mismo Ángel Gabriel se hace presente para comunicar a José: "José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.
La vida de cada ser humano está marcada por el tiempo y el espacio. Estos datos históricos presentes en el Evangelio son importantes para fundamentar que Jesús es Dios y al mismo tiempo hombre, y comparte la naturaleza humana con nosotros. En forma magistral San Juan lo sintetiza diciendo “Verbum Caro Factum est”:"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".
Nos preguntamos: ¿Por qué Dios se encarna, se hace hombre, uno de nosotros? Dios, en su omnipotencia ¿no podía salvar al mundo de otra forma? SÍ. Pero Dios lo quiso así. Jesús viene al mundo para salvarnos, realizando de esta forma el Plan de la Salvación; pero con su humanidad, viene también para enseñarnos cómo vivir, como amar, como querernos.
Hay preguntas fundamentales que cada ser humano debe plantearse permanentemente en su vida: ¿De dónde vengo? ¿Para qué vivo? y ¿A dónde voy?
Hace tiempo me encontré con la historia del gran piloto alemán Michael Schumacher. Cuando estudié su curriculum como deportista vi que él fue siete veces campeón mundial de Fórmula 1. La felicidad estaba en su ser, su fortuna llegaba a ochocientos millones de dólares, pero un día su historia y su destino cambiaron completamente por un accidente de esquí.
Hoy, con apenas 44 kilos de peso lucha por "sobrevivir" desde diciembre de 2013. Su esposa Carina está vendiendo los bienes para cubrir los gastos y así poder mantenerlo vivo en una habitación adaptada en su casa, donde yace como un vegetal”.
Michael lo tenía todo, pero en realidad, no tenía nada. Su historia nos hace pensar y reflexionar mucho. Nos dice que la vida puede cambiar en un instante. Y de nada sirven: Dinero, Títulos, Fama, Éxito, Poder. Todo termina. Todos nacemos y todos morimos, la diferencia es: ¿Cómo y para qué vivimos? Esta es la gran pregunta que debemos responder.
Lamentablemente pocos intentan contestar a ella. La Navidad es la Fiesta de la Vida, y el nacimiento de Jesús hace referencia al nacimiento de cada uno. Somos la obra perfecta de Dios. Cuando Dios crea, lo hace en forma maravillosa. Como el alfarero, va formando distintas figuras y objetos.
Así, Dios nos moldeó a cada uno de forma original, ha dejado huellas profundas de sus manos en cada uno de nosotros y por medio del profeta Isaías nos dice esta frase maravillosa: “Tu eres muy precioso para mí, te tengo bien grabado en la palma de mis manos”.
Las circunstancias del nacimiento de Jesús tan bellamente descriptas en el Evangelio de hoy, nos invitan a preguntarnos: ¿Por qué y para que Dios nos ha creado? En este mundo no hay casualidades. Dios cuando crea, crea para algo.
El profeta Jeremías del Antiguo Testamento es claro al decir: “(…) Antes que te formaras en el vientre de tu madre, yo te soñé, yo te formé, yo te destiné para que seas mi luz en el mundo”. Qué bello: Dios no solo nos soñó, nos solo nos proyectó, sino que nos envió al mundo para que fuéramos su presencia, su luz en este mundo de tantas oscuridades.
Tal vez, lo que hacemos es muy poco, es una gota de agua en el inmenso océano -como decía la Madre Teresa de Calcuta- pero si no lo hacemos a este inmenso océano le va a faltar nuestra gota de agua.
Mis queridos Amigos, en estas Fiestas Navideñas, al contemplar al Niño Dios recién nacido acostado en un pesebre, hagamos también nuestra profunda reflexión preguntándonos: ¿para qué hemos nacido y venido al mundo?