Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? Hoy celebramos el Tercer Domingo de Pascua. Los textos bíblicos nos hablan de la presencia real de Jesús Resucitado.

Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? Hoy celebramos el Tercer Domingo de Pascua. Los textos bíblicos nos hablan de la presencia real de Jesús Resucitado.
Después de la experiencia traumática del Viernes Santo, los Apóstoles, poco a poco, van descubriendo en sus vidas la presencia del Resucitado: Jesús está vivo.
Pero, lamentablemente, su entusiasmo y su alegría chocan con la oposición de las autoridades religiosas, que pretenden silenciar los hechos y eliminar el "acontecimiento pascual".
Impacta, por lo menos a mí, ver como los Apóstoles, que eran hombres simples y sencillos, defienden su fe con valentía ante los poderosos de este mundo. El autor inspirado San Lucas lo relata de así:
"En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo: ¿No les habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, ustedes, han llenado Jerusalén con su enseñanza y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre. Pedro y los apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres".
Es Palabra de Dios. Te alabamos Señor.
Admiro el testimonio y la convicción de los Apóstoles, que nos quieren decir: "No podemos callar lo que hemos visto y oído". Pero… ¿qué significa hoy en día "obedecer a Dios"? Sin pretender ser exhaustivo, señalo solo algunas afirmaciones importantes para mí.
Primero: "obedecer a Dios" consiste en escuchar la voz de la propia conciencia que es la voz de Dios, el verdadero sagrario de Su Presencia. La voz de la conciencia nos remite a la Ley Natural, es decir a las exigencias fundamentales que Dios mismo ha inscripto en nuestro corazón, que nos dice lo que es bueno y lo que es malo.
Segundo: la obediencia o desobediencia a Dios y al Decálogo, tiene sus consecuencias prácticas y concretas. Si hoy hay tantas cosas en nuestra Patria que nos avergüenzan, si hay tantos hechos de mentira, de corrupción, de fraude y de manipulación… ¿no será porque dejamos de obedecer a Dios, aceptando a medias las verdades?
¿Si hay tantas cosas escandalosas, como robos, asesinatos, actos delictivos, no será porque dejamos de practicar la Ley del Señor?
Al parecer, renunciamos a los mandamientos de Dios para seguir "otros" que hemos inventado nosotros mismos, de acuerdo a nuestra conveniencia y utilidad. Al mandamiento "No robarás", por ejemplo, lo hemos transformado por otro: "si tienes la oportunidad, si te protege el poder y la justicia o los jueces… ¿qué te impide robar?".
Y al mandamiento "No matarás", también lo cambiamos según nuestras conveniencias: así, eliminamos a los testigos que pueden denunciar, revelar la verdad de los hechos o complicarnos la vida.
Lo hicimos con el obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli, asesinándolo bajo el auspicio de un accidente; también con el fiscal Alberto Nisman. Es decir: a la gente que molesta o estorba simplemente se la elimina.
No nos debe sorprender, porque mucho antes lo hicimos con Jesús, clavándolo en la cruz, al hombre perfecto, al Hijo de Dios que pasó por este mundo haciendo el bien.
Otro ejemplo: al mandamiento "No levantarás falso testimonio", lo variamos a nuestro gusto; transmitimos lo que nos convine, tergiversamos la realidad, compartimos más "relatos" que datos. Parece que cada vez menos nos interesa la verdad.
Pero, insisto… ¿se puede construir una sociedad justa y fraterna renunciando a la verdad?
Tercero: la respuesta de Pedro, "Hay que escuchar antes a Dios que a los hombres", hoy nos cuestiona e interpela a todos. Lamentablemente, hay muchos cristianos que escuchan a Dios en el templo, pero en la vida cotidiana la Palabra de Dios no siempre incide en su vida personal y social.
Pensemos por unos minutos respondiendo a la pregunta: ¿A quién escuchamos, a quién respondemos, a quién seguimos? En este tiempo tan complejo de nuestra Patria, donde muchos valores quedaron invertidos, que nos acompañe y guíe esta bella canción que cantamos en la Iglesia: "No pongáis los ojos en nadie más que en Él".




