Rogelio Alaniz
El 6 de febrero de 2003 en un descampado conocido con el nombre de “La Dársena”, ubicado a doce kilómetros de la ciudad de Santiago del Estero, fueron encontrados los restos de Leyla Bshier Azar y Patricia Villalba. Se trataba de dos mujeres jóvenes muertas de manera brutal y cuyas desapariciones habrían quedado en la nada si no se hubiera combinado una serie de factores que permitieron investigar a fondo y probar que el crimen comprometía a familias, empresarios y funcionarios vinculados con el régimen de poder del caudillo peronista Carlos Juárez.
El episodio recordaba a ese otro crimen con consecuencias políticas cometido en la provincia de Catamarca contra la adolescente Soledad Morales. También en este caso las investigaciones pusieron en evidencia una trama de poder destinada a proteger a familiares de funcionarios del régimen peronista implantado en esta provincia por los Saadi.
Las similitudes entre los dos crímenes son notables. En ambos casos la movilización de los familiares logró sensibilizar a la sociedad con manifestaciones de protesta que incluyeron a políticos opositores y líderes religiosos. La ampliación de las movilizaciones y la persistencia de los reclamos fue lo que permitió sacar el crimen de las fronteras de la provincia para instalarlo en el orden nacional.
Las víctimas eran personas humildes, es decir, las presas preferidas de quienes ejercen el poder con una mentalidad de jefes mafiosos. Cuando murió Soledad Morales, la madre de uno de los autores del crimen habló despectivamente en una reunión social de la muerte de “una chinita”, como si su condición humilde le hiciera perder la condición humana. Exactamente lo mismo dijo el señor Antonio Musa Azar cuando le mencionaron por primera vez la muerte de las dos jóvenes. Son dos “chinitas”, comentó con el desprecio de quien supone que está autorizado a disponer de la vida y la hacienda de sus súbditos.
El escándalo provocó la caída del régimen de los Saadi en Catamarca y de los Juárez en Santiago del Estero. En un caso, de manera directa; en el otro, de manera indirecta, pero en ambos lo sucedido dejó al desnudo las excrecencias de un sistema de dominación política en dos provincias pobres, atrasadas y controladas por caudillos feudales instalados en el poder desde la primera época el peronismo.
Sin ánimo de establecer una rígida relación determinista entre crímenes y política, no deja de ser sugestivo que los casos “Soledad Morales” y “Crimen de la Dársena” se hayan cometido en provincias con regímenes políticos muy parecidos. Es verdad que en cualquier parte los débiles pueden ser víctimas de los poderosos, pero sólo en esas miserables satrapías es posible establecer una conexión directa entre los asesinatos y el poder político.
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