Queridos Amigos. ¿Cómo están? La Liturgia de la Palabra de Dios de hoy nos invita a reflexionar sobre la oración. En la sociedad actual, donde se ha puesto tanta confianza en la razón, en la tecnología, en el hombre mismo, es justo preguntarnos: ¿Para qué orar? ¿Todavía tiene sentido dirigirse Dios? ¿Cómo orar? Más allá de estos planteos tan concretos y reales me animo a preguntar también: ¿Usted es una persona de oración? ¿La oración que hace, transforma su vida, lo hace más humano, más solidario, más cristiano?
El Evangelio de este domingo que hemos escuchado nos dice algo importante al respecto. Los discípulos observando la vida de su Maestro, viendo cómo Él se comunicaba con Dios, cómo rezaba, cómo vivía y cómo actuaba, se daban cuenta de que Él era distinto a ellos, Él tenía "algo inexplicable" que ellos no tenían. Su ejemplo de vida los atraía, los inquietaba y a la vez los cuestionaba. Un día, tal como lo cuenta San Mateo, cuando Jesús terminó de orar, uno de sus discípulos le pidió:
"Señor, enséñanos a orar. Jesús entonces les dijo. Cuando oren, digan: 'Padre, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación' (…)".
Mis queridos Amigos. ¿Puede haber otra oración más bella, más completa, significativa y profunda que la del "Padre Nuestro"? Que yo sepa, no. En mis 64 años de vida aprendí muchas oraciones, pero ninguna es tan bella y tan completa como el "Padre Nuestro". No es una oración más, o una oración cualquiera. Su contenido no solo hace referencia a Dios, sino que incluye al hombre mismo y todos sus problemas; hace referencia al mundo y a la sociedad toda. Es una oración existencial.
Al rezarla comenzamos diciendo: "Padre Nuestro", porque hay un solo Dios Padre que nos ha creado. El hombre no es su propio autor, su vida la debe a Dios, que es la fuente ontológica de nuestra existencia. La vida podría no haber existido. Pero existe. Y el hombre, usted mismo querido amigo, podría no haber existido, pero existe. ¿Por qué? Es un misterio. Y el misterio no se explica, se contempla.
Si Dios es Padre de cada uno de nosotros, todos los hombres somos hermanos, y debemos amarnos y querernos como hermanos. No somos seres ajenos, extraños los unos de los otros, como algunos creen y procuran vivir. Somos hermanos. Esto último suena lindo pero muy desafiante en nuestra Patria Argentina, donde las relaciones interpersonales dejan mucho que desear y donde la convivencia diaria se ha vuelto conflictiva, porque está rota, dañada.
Decir "Padre Nuestro" nos desafía y compromete porque hay niños que no comen todos los días, que no van a la escuela: ellos son mis hermanos. El hombre que pasa la noche en la calle, en busca del pan en la basura: él también es mi hermano; el desocupado no es un descarte, es hijo de Dios: es mi prójimo y mi hermano; el drogadicto: también es mi hermano. Pronunciar "Padre Nuestro" nos desafía para mirarnos a la cara y decirnos: "Vos tenés la misma dignidad que yo, que no te la quiten, somos iguales".
"Que venga tu Reino", seguimos rezando. Se trata de un anuncio fundamental para la vida personal, social y comunitaria. Debemos pedir por un mundo justo y fraterno, un mundo donde haya vida para todos y, sobre todo, para los más necesitados. Pero también debemos comprometernos e involucrarnos en la construcción de una sociedad nueva.
"Danos hoy el pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos (...)". La oración termina con una petición fundamental: "(…) No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Amén". Queridos Amigos. Qué lindo es sentirnos hijos del mismo Padre y hermanos de los demás, viviendo la fraternidad universal. Pero escucho con frecuencia a muchos que dicen: "Padre, yo no rezo, no tengo tiempo, además,… para qué rezar si estoy bien". Otros afirman: "A mí no me pidan que pierda tiempo rezando, tengo muchas cosas por hacer".
Si todo se limita a la "cultura del tener", tal vez muchos tengan razón, pero ¿se puede vivir una vida buena, una vida feliz, sin Dios, sin comunicarnos con el Creador? ¿Puede el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios vivir convertido en un "robot"? ¿Nuestra existencia humana tiene algún sentido, prescindiendo o eliminando a Dios de nuestra vida?
La "falta de sentido", el "vacío existencial" que experimenta el hombre de hoy,... ¿no son justamente los verdaderos problemas de la "sociedad del tener", de una sociedad que hemos creado y no sabemos cómo transformarla ahora? Recemos con frecuencia esta bella oración y al pronunciar las palabras no nos olvidemos nunca: Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos, y hermanos de los demás.