El banco de la plaza estaba extremadamente caliente aquella noche. Había sido un día agobiante y el sol casi había derretido los juegos de plástico del parque. Todavía podía sentir el calor contenido en el banco. Me senté, dejando que el murmullo de la ciudad me envolviera. No tardé en notar una discusión cercana: dos voces, firmes y seguras, debatían sobre la naturaleza de la verdad.
Uno de los interlocutores afirmaba con convicción: "La verdad es única, inmutable, existe independientemente de nuestra percepción". Su contraparte, con tono perspicaz, respondía: "La verdad no es más que una construcción, un reflejo de la perspectiva de cada individuo". Aquella conversación captó mi atención. Era el dilema de la verdad en su máxima expresión. ¿Es posible que la verdad sea única e inalterable, o está siempre sujeta al contexto y la subjetividad?
La verdad universal vs. La verdad relativa
El primero de los debatientes, con gesto solemne, defendía la existencia de verdades universales. "Existen principios que trascienden el tiempo y la cultura. No importa dónde ni cuándo, ciertas verdades permanecen inalteradas. Dos más dos siempre será cuatro, el agua hierve a cien grados Celsius al nivel del mar". Su argumento resonaba con lógica matemática y objetividad. Estas afirmaciones se basan en hechos empíricos y en la consistencia de las leyes naturales. La gravedad, por ejemplo, actúa de la misma manera sin importar la época o el lugar. En este sentido, la verdad universal se sostiene en principios que no dependen de la opinión humana, sino de la naturaleza misma de la realidad.
El segundo debatiente sonrió con escepticismo. "Esos ejemplos son científicos, pero, ¿qué hay de las verdades humanas? ¿Acaso no hemos visto cambiar las creencias sobre lo moral, lo justo y lo verdadero a lo largo de la historia? La verdad no es un concepto absoluto, sino que depende de la perspectiva, la cultura y el tiempo". Antiguamente, se creía firmemente en la geocentricidad del universo; la humanidad estaba convencida de que la Tierra era el centro de todo. Con el tiempo, la evidencia astronómica demostró que esa verdad era incorrecta. Lo mismo ocurrió con la concepción de la enfermedad: antes se atribuía a espíritus o castigos divinos, hasta que la ciencia explicó su origen biológico. La historia es testigo de cómo lo que hoy se considera verdad, mañana puede ser rebatido.
La verdad científica: un refugio en la evidencia
En este punto, otro observador se sumó a la conversación. "Si hay algo cercano a una verdad objetiva, es la verdad científica. La ciencia busca lo verdadero a través del método empírico y la comprobación". Explicó cómo la verdad científica se construye con base en la observación, la repetición y la validación experimental. A diferencia de las verdades filosóficas o éticas, la verdad científica puede ser medida, probada y replicada por distintos investigadores en distintas condiciones.
Pero el escéptico se apresuró a intervenir: "La historia está llena de verdades científicas que con el tiempo fueron refutadas. Antes se creía que la Tierra era el centro del universo, o que la materia no podía convertirse en energía. ¿Cómo podemos llamar verdad a algo que mañana podría ser falso?". Sin embargo, la diferencia entre la ciencia y otras formas de verdad es que la primera se corrige a sí misma. No es estática ni dogmática; avanza, se rectifica y se expande con cada nuevo descubrimiento. Lo que ayer era una teoría aceptada, hoy puede ser superada por una explicación más completa y precisa.
La verdad filosófica: entre la coherencia y la utilidad
El primer orador respondió con calma: "Aquí es donde entra la filosofía. Existen diferentes maneras de concebir la verdad. La teoría de la correspondencia sostiene que la verdad es aquello que refleja la realidad. La teoría de la coherencia indica que una afirmación es verdadera si es consistente con un sistema de creencias. Y el pragmatismo sugiere que lo verdadero es simplemente lo que funciona en la práctica".
La plaza se volvió un aula improvisada, donde cada corriente filosófica encontraba su lugar en la conversación. "Si la verdad es solo lo que funciona, entonces lo que creemos hoy es válido hasta que deje de ser útil", murmuró alguien entre los oyentes. Y es que la verdad filosófica no necesita ser demostrada empíricamente, sino que se sostiene en su lógica interna y en su aplicabilidad a la vida cotidiana. La existencia de Dios, la libertad humana o el propósito de la vida son temas que pueden abordarse filosóficamente sin una única respuesta verificable.
La verdad ética y moral: un dilema en sí misma
Uno de los presentes, hasta entonces en silencio, decidió intervenir: "¿Y qué pasa con la verdad moral? Decimos que matar es malo, que la justicia debe prevalecer, pero estas afirmaciones,... ¿son verdades absolutas o dependen del contexto?". Se generó un momento de reflexión. Algunos sostenían que hay principios morales universales, mientras que otros insistían en que la moralidad varía según la sociedad y la época. Lo que en una cultura es aceptable, en otra puede ser condenado. Por ejemplo, en la antigua Esparta, abandonar a los recién nacidos débiles era considerado un acto correcto en favor del bien común; hoy lo vemos como inhumano. La moral no es fija, sino que evoluciona junto con la sociedad.
El debate alcanzó su clímax. Cada tipo de verdad tenía su argumento sólido, pero también sus fisuras. La discusión en la plaza no arrojó un veredicto final, porque quizás la verdad, como concepto, nunca puede ser totalmente apresada. En ese momento, el hombre que defendía la verdad científica se levantó. Antes de marcharse, miró a los demás y dijo: "Así es la verdad científica, ya volverá con nuevas verdades". La ciencia nunca se detiene; su búsqueda es incesante.
¿Hay una verdad final?
El murmullo de la plaza continuó mientras me levantaba del banco, aún reflexionando. La verdad, como el viento entre los árboles, se escapa cuando intentamos atraparla. Tal vez no hay una única verdad, sino múltiples formas de entender la realidad. O quizás, como aquella discusión nocturna, la verdad solo exista en el contraste de ideas, en el incesante debate que da forma a nuestro conocimiento. Como dijo Friedrich Nietzsche: "No existen hechos, solo interpretaciones". Tal vez la verdad no es un destino, sino un camino que recorremos, sin llegar jamás a una respuesta definitiva.