Cierta vez, un intendente de facto de Santa Fe, animado por la idea de distinguir el Paseo de la Costanera y gozando de la apócrifa libertad de no tener oposición, se propuso hacer un amplio observatorio vidriado y con catalejos fijos, en el pilar del ferrocarril más cercano a la avenida Almirante Brown. Sí, sí, el mismo donde alguna vez funcionó un bar, un boliche bailable, la aerosilla y hoy es usado para sostener carnada podrida de los pescadores y otros desechos.
Coincidiendo con ello, se dio la llegada de un almirante con cargo muy importante en el gobierno nacional, quien había sido comisionado para visitar la ciudad y presidir, en representación del presidente de facto, el acto del Primero de Mayo. Era el escenario ideal para colocar la piedra fundamental del observatorio de la Laguna Setúbal, pensó el intendente.
Contra reloj había que conseguir una robusta placa de bronce y redactar un discurso alusivo a la honrosa historia de la ciudad puerto, vinculada con los trenes que pasaban por los pilares a reutilizar. Épocas de grandeza, seguro, prontas a regresar.
"Inauguración de la obra del Observatorio de la Laguna Setúbal. Reutilización de las bases del puente ferroviario que, en tiempos de grandeza, unía la Ciudad de Santa Fe con el antiguo puerto de aguas profundas sobre el Río Colastiné".
Su costo, un dineral, pero había quedado suntuosa. Digna de semejante obra. Eterna. Inmediatamente el intendente mandó montarla en un mojón levantado con cuatro durmientes de quebracho recuperados de las antiguas vías, en clara alusión. Luego convocó al jefe de policía municipal y le dio una consigna clara: la placa de bronce debía estar cubierta con una gruesa tela celeste y blanca. Nadie debía verla hasta que él y el almirante la descubrieran ante la multitud, seguramente eufórica.
Pilares sobre la laguna Setúbal en estado de abandono. Se suele creer erróneamente que por las vías que ellos sostenían se llegaba al puerto de Colastiné.Ahora solo restaba memorizar un buen discurso. Último ensayo a viva voz ante su gente de confianza. Dos secretarias, tres asesores y su hijo mayor, estudiante de ciencias económicas. Pero algo estaba mal. Un detalle,…el asesor legal, Dr. Rodríguez Uriburu, advirtió el error.
- Señor intendente, el puente que corría sobre los pilares de la Setúbal nunca unió la ciudad con el puerto de Colastiné. Cuando se levantó en 1933 ya estaba desactivado y plenamente operativo el nuevo puerto de acá, de la ciudad.
- ¿Está seguro Rodríguez?
- Claro, el puente ferroviario al puerto de Colastiné era de quebracho, fue barrido por las aguas con la creciente del 1905. Cruzaba desde el extremo norte del Club de Regatas hasta lo que hoy es el Yacht Club.
- ¿Seguro? (insistió el intendente)
- Seguro (respondió el asesor)
- ¡La placa! ¡Qué lo parió, la placa! (exclamó el lord mayor)
Miércoles a la noche, reunión de urgencia con todo el gabinete. Un solo tema. ¿Qué hacemos con la placa?
- ¡Nadie se va a dar cuenta! (dijo el joven secretario de Obras Públicas)
- ¡Digamos que se la robaron los vándalos de Alto Verde! (aventuró el secretario de Seguridad Ciudadana, un teniente coronel retirado)
- ¡Posterguemos el acto! (sostuvo el pragmático secretario de Gobierno)
El resto del gabinete, nada, en silencio. Largo silencio…
Las miradas recayeron sobre Rodríguez Uriburu. Él observaba de pie, en un rincón de la sala, con mirada más petulante de lo habitual. Ante la requisitoria, habló:
- El que viene es un almirante de Marina, sabe de puertos, debe conocer la historia de los puertos de Santa Fe. Si decimos que vándalos robaron la placa van a preguntar qué miércoles hacemos en materia de seguridad. Si suspendemos el acto vamos a quedar como unos inoperantes.
- ¿Y entonces Rodríguez? (le preguntaron varios a la vez)
- Sencillo. Traslademos el mojón con placa y todo al extremo norte del Club de Regatas. En definitiva, es el lugar desde donde efectivamente partía el puente al puerto de Colastiné.
Y así se hizo. El intendente envió al secretario de Obras Púbicas para que llame a cuatro hombres de extrema confianza y rajen antes del amanecer hasta el pilar del puente ferroviario, levanten el mojón de quebracho, con placa de bronce y todo, y lo instalen en la cabecera norte de Regatas, donde efectivamente existía hasta 1905 el puente ferroviario hasta el puerto de Colastiné.
Pues bien, esa mañana amaneció lluviosa; pese a la cobertura de los medios, poca gente se acercó hasta el lugar. El almirante improvisó un discurso sobre la importancia del Primero de Mayo, los trabajadores de la patria y la Constitución Nacional. Sin referencia al puerto de Colastiné y a la vía que lo unía con Santa Fe. El Intendente respiró aliviado.
En un principio se pensó en ofrecer públicamente una excusa y volver a trasladar el proyecto a su lugar original. Pero el tiempo, siempre profano, fue pasando. Una mañana de invierno la placa y los durmientes de quebracho desaparecieron de aquel lugar, y con ellos la última referencia al puente que unía la ciudad con el puerto de aguas profundas sobre el río Colastiné.
(*) Relatos literarios basados en hechos reales.