La Cámara de Apelaciones revisará la condena impuesta a Martín Kunz, el exliceísta que en 2022 asesinó a Rubén Walesberg y atacó a un grupo de diez cadetes del Liceo Militar General Belgrano de Santa Fe.
El exliceísta fue hallado culpable del crimen del chofer Rubén Walesberg, el intento de homicidio de cuatro cadetes del Liceo Militar de Santa Fe y la privación de la libertad a siete.

La Cámara de Apelaciones revisará la condena impuesta a Martín Kunz, el exliceísta que en 2022 asesinó a Rubén Walesberg y atacó a un grupo de diez cadetes del Liceo Militar General Belgrano de Santa Fe.
La audiencia fue agendada para el próximo jueves 20 de noviembre, a las 11.30, y se realizará ante un tribunal de segunda instancia que estará conformado por los Dres. Martha Feijoó, Roberto Prieu Mántaras y Jorge Andrés.
La Alzada revisará la sentencia dictada el pasado 27 de agosto por los jueces Pablo Ruiz Staiger, Celeste Minniti y Lisandro Aguirre, quienes de forma unánime hallaron a Kunz responsable de un “homicidio criminis causa”, cuatro “tentativas de homicidio” y siete “privaciones ilegítimas de la libertad”.
El recurso de apelación fue presentado por la defensora pública Virginia Balanda, quien durante el juicio había solicitado que su representado fuera absuelto o que, de condenarlo, la pena fuera menor a la impuesta: prisión perpetua.
La investigación estuvo a cargo de la fiscal Ana Laura Gioria, que acudió al juicio junto a su colega Estanislao Giavedoni. La causa contó con dos querellas, el abogado Daniel Recamán representó a los hijos de Walesberg mientras que los Dres. Néstor y Mariana Oroño hicieron lo propio con los cadetes.
La siesta del viernes 19 de agosto de 2022 Kunz abordó la trafic en la que se trasladaban las víctimas, que estaba estacionada frente a la panadería La Perla de Colastiné, en la que los cadetes siempre paraban para comprar el almuerzo en su viaje del Liceo hasta San Javier.
Las cámaras lo captaron acercándose al vehículo a paso acelerado luego de que la última cadete se subiera. Tan solo ocho segundos después el chofer, “Bigote” Walesberg, salió de la camioneta trastabillando y quedó tendido sobre la vereda, en un charco de su propia sangre. De los cortes que tenía, el ubicado al frente de su oreja, fue letal y provocó que se desangrara rápidamente.
Momentos después, tres asustados cadetes descendieron del vehículo. Dos de ellos sufrieron heridas en la zona del cuello, y fueron socorridos por quienes estaban en los locales de la zona. Mientras, un grupo de personas se acercó a la trafic, cuya puerta había sido cerrada, y comenzaron a golpear para que alguien abriera.
Fue entonces que la camioneta arrancó, con dificultad, y se alejó por la colectora para luego subir a la Ruta Provincial N°1 en dirección sur-norte. Todo esto surgió de la reconstrucción del hecho realizada con los registros de las cámaras de seguridad de la zona.
La discusión del juicio giró en torno a qué ocurrió dentro de la trafic.
Los cadetes observaron, desde distintos ángulos y en mayor o menor medida, cómo el encapuchado -que luego sabrían que era Kunz- se abalanzó sobre “Bigote”. Casi todos creyeron que lo estaba golpeando, que se trataba de un robo.
En su primera y única declaración desde el inicio del proceso judicial, Kunz dijo que saludó al chofer y que algunos liceístas, enojados por su presencia allí, lo asesinaron. También reconoció que obligó a uno de los chicos a manejar, y que atacó pero “para defenderse”.
Los cadetes recordaron a un encapuchado enajenado, tirando puntazos para todos lados, ensañándose con uno de ellos y diciéndoles que si querían vivir debían rezar.
Recorrieron cinco kilómetros en la trafic hasta que la policía los interceptó, y Kunz se entregó. Ya sobre la ruta, cuando fue reducido por los uniformados y le pidieron que se identificara, fue que los cadetes supieron de quién se trataba. La mayoría había tenido poco o nulo contacto con él.
El punto crucial de la condena fue la acreditación del agravante criminis causa, que supuso la aplicación de la prisión perpetua. El tribunal concluyó que la muerte de Walesberg "constituyó el medio elegido por el imputado para asegurar el control del vehículo y de sus ocupantes", y fue "la primera condición necesaria para continuar con su ataque".
Esto evidenció la "finalidad instrumental" de asegurar la ejecución de un delito posterior. Los cadetes tenían un "vínculo de aprecio consolidado" y "profundo afecto" con el chofer, lo que descartó cualquier "posibilidad de provocación" o "hipótesis de enfrentamiento".
En cuanto a los cadetes lesionados, los jueces determinaron que Kunz actuó con "dolo directo" de matar. Los jóvenes padecieron cortes profundos en la zona del cuello, lesiones cortopunzantes dirigidas a zonas vitales, algo "absolutamente incompatible con un escenario de defensa" que confirmó un "obrar ofensivo, dirigido y voluntario" por parte del atacante.
Finalmente, el delito de privación ilegal de la libertad se configuró cuando Kunz, tras herir mortalmente al chofer, obligó a uno de los jóvenes cadetes a conducir la camioneta. Durante el trayecto de unos cinco kilómetros, Kunz mantuvo a los cadetes bajo control, ejerciendo fuerza y violencia y obligándolos a acatar sus órdenes como "rezar, dejar de llorar, guardar silencio y callar".
Este sometimiento forzado y las amenazas -como que los iba a matar a todos- confirmaron su intención de limitar la libertad de las víctimas.
El tribunal de juicio constató que Kunz se encontraba "lúcido, vigil, sin ideas delirantes" y era consciente de la criminalidad de sus actos. Por eso, resolvió condenarlo. Esa decisión fue disputada por la defensa, y será revisada por la Cámara de Apelaciones.




