Nora Mazziotti es un nombre de fuste en la cultura popular argentina. Fue profesora en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de las Artes y la Universidad Nacional de La Matanza, entre otras casas de estudios. Además, coordinó la carrera de Guión de Radio y Televisión del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica. Egresada de Letras, se especializó en teatro, historia de los medios, televisión y telenovelas.
Como investigadora, publicó “Antología de comedias y sainetes argentinos”, “Poder, deseo y marginación. Aproximaciones a la obra de Griselda Gambaro”, “El espectáculo de la pasión. Las telenovelas latinoamericanas”, “Soy como de la familia. Conversaciones de Nora Mazziotti con Alberto Migré”, “La industria de la telenovela. La producción de ficción en América Latina”, “Telenovela, industria y prácticas sociales”. Es editora y autora de “Se paraba el país. A 50 años de Rolando Rivas, taxista”. Además, como novelista, publicó “La cordillera”, “Milonga perdida”, “Amores calabreses” y “Las cocoliches”. “Las demás cuñadas” es su nuevo libro, editado por Paradiso.
Casi se pierde
Familias eran las de antes. Una madre que paría seis hijos o más, quienes se ocupaban de ramificar el apellido -o cruzarlo- en un primaje extenso. Familias, si usted tiene de cuarenta para arriba, que todavía permitían hablar de un árbol genealógico. Árbol que, eso sí, más de una vez podía tapar el bosque. A este tipo de conglomerados de la sangre le escribe Mazziotti en su lograda novela “Las demás cuñadas”, de reciente factura por Paradiso Ediciones. “Claro, eran familias más grandes”, dicta desde su casa en Buenos Aires, “y había más secretos”.
Justamente de allí, de la familia, Nora extrajo el mineral de su novela. Basada en hechos reales, como se decía en los ‘90. El diario de Amalia que espolvorea la narradora encuentra sus raíces en un diario que atraviesa la genealogía de NM y que fue escrito, como refleja el libro, por una mujer de 18 años que se entera que tiene tuberculosis. “En una época en la que no había vacunas ni antibióticos, sabe que se va a morir. Tenía que dejar de leerlo a veces porque es muy conmovedor”.
El diario estaba muy bien conservado cuando llegó a las manos de la escritora. “Estaba en un papel como satinado”, va recordando de a zancadas. “Y, además, escrito en lápiz, por lo que cuesta muchísimo leerlo. Yo leía y reescribía arriba porque no puedo reproducirlo. Ese fue el puntapié por el que dije: ‘Con esto quiero hacer arte’. Y casi se pierde. El diario íntimo es algo muy fuerte para la cultura femenina. Están muy estudiados los diarios victorianos, pero ya antes había escritos de mujeres. Es cierto que las mujeres no tenían vida laboral y social autónoma; los diarios eran la forma de descargarse. También me gustan como recolección de objetos: fotos, entradas al cine y al boliche, flores disecadas, poesía. Yo escribía diarios. Mirá, Ricardo Piglia se mudó toda su vida con cajones y cajones de diarios. ¡Es maravilloso!”
“El diario íntimo es algo muy fuerte para la cultura femenina”. Foto: Gentileza Paradiso
El género que soportó
“Las demás cuñadas” permite ver a trasluz no solamente a la Nora Mazziotti narradora. También se espeja (o refleja) su condición de mujer que alcanzó a vivir esquirlas de la era relatada y a la investigadora especializada en el universo de la cultura popular argentina, enfocado en el teatro y la televisión. Por ello, esta novela orbita en torno a la totalidad de su producción -la académica y la literaria-, rasgo que se aprecia claramente en el mapeo de nombres propios como Alfonsina Storni, Libertad Lamarque y Corín Tellado.
El costado testimonial es algo que, precisa Nora, “fue emergiendo” de dichas fuentes. “Yo tuve contacto con historias así de distintas épocas y me gustaba registrar eso”, repone al respecto. “Por un lado, yo estudié ese cine de los ‘40, estudié melodrama y poesía femenina, actrices y cantantes mujeres. Siempre seguí mucho eso, alguna vez escribí algún artículo además de dar clases. Son mundos que me atraen muchísimo: qué podían hacer las mujeres, qué les era permitido y qué les era censurado. Tanto Alfonsina como Libertad Lamarque tuvieron problemas. No estaba bien visto ser escritora ni la exposición social o que tuvieras un pensamiento y una actividad propios. Además, me atrae el melodrama. Me parece que fue el género que soportó, durante todo el siglo XX, el peso de lo que se permitía y el peso de la expresión de sentimientos”.
“El melodrama fue el género que soportó, durante todo el siglo XX, el peso de lo que se permitía y de la expresión de sentimientos”, resume la autora de “Las demás cuñadas”. Foto: Archivo El Litoral
El diario, la diaria
Decir que el libro es una novela deja fuera-de-campo otros rasgos o modos de componer, tales como el diario íntimo, el microrrelato y la poesía. En reversa, plasma que, a la par del camino narrativo en extensión, hay algo más, lo demás. Así opera la oración unimembre que funge como título, el adjetivo indefinido (“las demás”) y el sustantivo (“cuñadas”). Oculta tanto que refulge. Cuando Nora compuso el título pensó en la mirada de una narradora que se focaliza en un objeto móvil (una hermana o cuñada), sabiendo que hay alguien más, de algún modo, en la escena. “También sugiere una distancia”, revela la autora. Y regala una perlita: “Cuando yo cuento cómo se llama la novela, todo el mundo me dice: ‘Si yo te contara de mi cuñada...’ Es como que tiene un peso, ¿no?”.
Por su parte, en la búsqueda del tono, la autora recurrió a la llave maestra de la reescritura. “Siempre escribís un borrador, después corregís. Es muy trabajoso pero me encanta. Creo que es el laburo fino de la escritura. Yo tengo una compu fija (en la isla escribo en la notebook) y me gusta la pantalla grande. Copiar y pegar”.
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Siete hermanos. Viven en un mandato hegemónico-patriarcal que, en alguna escena, se atreven a cuestionar. Siete hermanos: Teresita, Amalia, Azucena, Quique, Estela, Sofía y Cato. Cinco hermanas y dos hermanos. O cinco hermanas, un hermano y un interrogante. Por esa grieta de la duda -o la sospecha- hace fuerza y se cuela el lenguaje fragmentario, la intriga telenovelesca, la trama-drama. Cobran relevancia sectores de la casa-libro que hacen a la rutina del relato, que acostumbran al oído lector y generan espera y fidelidad (más que ansiedad): lo que escribe Amalia en su diario, ya se dijo, y lo que (¿)piensa en voz alta(?) Azucena desde la cocina. Esos inserts que se acoplan (pensando en lo que significa un acople como herramienta y, a la vez, como perturbación del sonido) son como “paréntesis importantes”, desliza la autora. “El diario tenía que tener una presencia muy fuerte porque Amalia cuenta del cine, de la novela, de los novios... Azucena también habla de moda y de actrices. La cocina es su mundo, el lugar donde puede desplegar tanto su saber culinario como su fantasía. Y esa es la energía que ella pone en las recetas que prepara para agasajar con su comida”.
“Escribir es meterte en tu inconsciente, en tu imaginación, cosa que no permitís en la vida cotidiana”. Foto: Archivo El Litoral
Esta tormenta
Estela es la quinta hermana. Como no estaba en el lote de las mayores pero tampoco es la menor, la narradora dice que tiene un papel desdibujado en la familia. Hasta que le pica el bicho inquieto de la escritura. Nora Mazziotti, la narradora de la narradora (y de cada una de las voces del coro novelado) asume que quiso insuflar a la obra un poco del espíritu de “las revistas de mujeres” de aquellos años como “Para ti” y “Vosotras”. “Esas revistas tenían tiradas hoy imposibles de imaginar, llegaban a las casas... ¡y se conservaban! Mi mamá era de Mendoza. Yo iba a Mendoza todos los años y me encontraba con pilas de revistas que mis tías me guardaban. Me leía todos los ‘Para ti’, me leía todos los cuentos. Esa literatura era un fuerte consumo femenino”.
Pero Estela, oveja negra, no se volvía loca con la maternidad. “En la escritura encontró una forma de canalizar, de entenderse mejor y de realización personal”, comenta Mazziotti antes de recibir el bumerán. Ahora, ¿qué me pasa a mí con la escritura?, se pregunta como si esto se volviera de pronto una sesión de psicoanálisis (¿la pantalla será el diván?). “Digo: ‘Este personaje va a hacer esto’. Me siento a escribir y escribo otra cosa. Yo creo que se produce algo muy fuerte al meterte en tu inconsciente, en tu imaginación, cosa que no permitís en la vida cotidiana. Son momentos de mucha felicidad y de frustración”.
-Te habitó una multitud de personajes a lo largo de la obra. ¿Cómo atravesaste el duelo por soltarlos una vez finalizada la novela?
-En este caso fue una cuenta saldada. Bueno, ya está. ¡Qué suerte! Pude terminar esto. Con otras novelas me quedé más melancólica. Fue mucha alegría de haber podido lograrlo. Y viste ese momento que te cuesta el final... Acá no, yo no quería que cerrara diciendo: ‘Esta es la mamá’. Me gustaba que todas fueran posibles madres, pero que no hubiera ninguna certeza. ¿A vos te hubiera gustado que dijera: “La mamá era Fulanita”?
Además, hubo una vivencia que me impactó. Yo tengo una casa en la isla, paso mucho tiempo ahí. Hace un año y medio, hubo una tormenta bruta (en Buenos Aires también). Se cayeron árboles. Algunos se mantenían en pie, pero era tal el viento que tocaban la tierra, se levantaban y volvían. En mi casa, por suerte, no. Pero sí en terrenos vecinos. Cuando me volví en lancha, estaba todo caído. Yo dije: “Esta tormenta me sirve”.