La escultura de Cristo en la Cruz, realizada en mármol blanco por un cincel virtuoso, está fechada en 1753. Es obra de Jean Baptiste Pigalle, y fue ejecutada en Francia durante el reinado de Luis XV para un convento de ese país. Sin embargo, desde el siglo XIX ocupa un lugar en la iglesia Matriz de Santa Fe.
¿Cómo llegó a nuestra ciudad? En calidad de regalo personal de Juan Manuel de Rosas al brigadier general Estanislao López, gobernador de Santa Fe. ¿Y cómo arribó a Buenos Aires? Por medio de Jaime de Llavallol, nacido en Barcelona en 1760 y llegado a nuestra tierra a fines del siglo XVIII por motivos comerciales. Hombre de fortuna, se casó con una criolla y se radicó definitivamente en la urbe que por entonces era la sede del Virreinato del Río de la Plata.
En los primeros años del siglo XIX, LLavallol participará del Batallón de Españoles, que fortalecerá la urgida resistencia opuesta a los invasores ingleses. Y concluidas las jornadas bélicas, volverá a sus negocios. En uno de sus viajes a Europa, traerá a Buenos Aires la escultura de Cristo en la Cruz que había comprado en París.
Para comprender cómo una pieza destinada a un convento religioso terminó en sus manos, hay que recordar que la Revolución Francesa, iniciada en París en 1789, no sólo se hizo contra la monarquía absoluta, también se extendió a la Iglesia. Así, se le quitará la antigua potestad de imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminarán los privilegios del clero y se confiscarán sus bienes que, en adelante, respaldarán la nueva moneda revolucionaria. Además, rotos los diques del antiguo régimen, la secular acumulación de resentimientos en el pueblo llano se volcará como un alud de violencia que arrasará iglesias y destruirá estatuas, muchas de ellas decapitadas en simbólico paralelo con las ejecuciones mediante guillotina en la plaza de Luis XV, devenida plaza de la Revolución y gran escenario del Terror.
La destrucción de altares e imágenes religiosas se hizo hábito, tanto como el robo de objetos valiosos. Pasado el furor, e instaurado el ciclo de orden impuesto por el imperio de Napoleón Bonaparte, la pieza en cuestión había pasado a manos desconocidas, y años más tarde, fue vendida a Llavallol por algún anticuario o casa de arte.
Lo cierto es que, cuando ingresó a la Argentina en ciernes, fue secuestrada en la Aduana por orden de Rosas. Y luego, como dije, regalada por este a López, quien a su vez la donará a la Matriz, templo modesto pero principal, erigido a una cuadra de su casa. Es indudable que Rosas había sido anoticiado de que llegaba una escultura valiosa y dado las órdenes consecuentes para que la incautaran y se la llevaran a él.
El episodio tiene que haber ocurrido en los comienzos de su primer gobierno de Buenos Aires (1829 – 1832), cuando López y Rosas negociaban el Pacto Federal que será firmado el 4 de enero de 1831. El regalo de Rosas -uno de varios- será recibido por el caudillo federal santafesino cuando pugnaba por concretar la organización nacional, en un permanente juego de tensiones políticas con el hombre más poderoso de ese momento. Era la circunstancia oportuna para este tipo de lisonja. López era el único dique efectivo ante el desbordante poder de Rosas.
Ahora bien, ¿quién era Pigalle, para motivar tantos movimientos en torno a una de sus obras? La pregunta es pertinente porque en el mundo del arte su figura se ha ido apagando, hasta volverse desconocida para la mayoría de los contemporáneos.
Este artista, nacido en 1716 y fallecido en 1785, tuvo un significativo reconocimiento artístico en el siglo "de las luces". En 1741, con la presentación de su obra en mármol "Mercurio ajustando sus sandalias aladas", logró su ingreso a la rigurosa y restrictiva Academia Real de Pintura y Escultura, fundada en 1648. Con ese logro se convertía en proveedor de arte de la realeza y la nobleza. Sin embargo, su trabajo más notorio, el que más dio que hablar en medio de un gran revuelo, fue la escultura, realizada en mármol blanco (1776), de la figura de un Voltaire anciano, magro y desnudo. Era la primera vez que en Francia se representaba a un personaje vivo, y nada menos que al filósofo cuyos razonamientos habían echado sal en las fisuras conceptuales de un mundo pretendidamente fijo y eterno. Fue el mayor atrevimiento de un artista ceñido a los cánones de la academia, enfatizado en una talla moderna y anticipatoria de los tiempos por venir. Quizás simbolizara el triunfo del pensamiento sobre la materia o la desnudez propia de lo que nace. Lo cierto es que Voltaire, aun con algunas dudas iniciales, se mostró complacido por la interpretación de Pigalle, y su gesto de explícito apoyo a la libertad artística expresa la que él reclamaba para sus escritos.
Lo único parecido entre el Cristo neoclásico y el Voltaire premodernista, es la materia prima elegida para darles forma: el blanco mármol que empleó en la mayoría de sus esculturas quien fue llamado por Voltaire el "Fidias francés". Pero más allá de la exageración del "piropo", queda el nivel de reconocimiento alcanzado en su tiempo por el artista.
En lo personal, incorporé una breve referencia al Cristo en mi libro "Santa Fe en clave". Y lo hice porque viejos referentes de la cultura santafesina, me habían conducido a él. Desde entonces, no he vuelto a escuchar su nombre. Recordaba sí, la plaza Pigalle de París, al pie de la colina de Montmartre, pero no la vinculaba con el escultor pese a lo explícito del nombre. Es que, para parisinos y visitantes del mundo, esa es la puerta de ingreso a la nocturnidad alojada en la célebre colina.
Décadas después, en una visita a la capital francesa, pude al fin relacionar ambos nombres, que refieren al artista académico del siglo XVIII. La pregunta siguiente inquiría la razón de tal agasajo urbano, extendido al barrio contiguo ("Quartier Pigalle") en un lugar importante del París contemporáneo. La respuesta llegó rápido: en el cementerio de la cima del monte, el más pequeño y antiguo de la Ciudad Luz (tan sólo 600 m2) está enterrado el escultor. Se trata del Cementerio del Calvario, ubicado junto a la iglesia medieval de San Pedro de Montmartre, situada, a su vez, a espaldas de la imponente basílica del Sagrado Corazón ("Sacre Coeur") empinada sobre la cresta de la colina donde hace milenios hubo un templo consagrado a Marte, dios de la guerra ("Martis templum").
En ese cementerio descansan, de acuerdo con los registros del ayuntamiento, los restos de Pigalle, el artista vinculado con Santa Fe a través de su Cristo. Sin embargo, la locación precisa de su tumba se ha perdido, tanto como el recuerdo del artista otrora valorado.
El Cristo esculpido por Pigalle, fue traído a nuestro país en formación por Jaime de LLavallol, incautado en la Aduana por orden de Rosas, y regalado a Estanislao López, quien lo donó a la Matriz.