En estas elecciones del 7 de septiembre hubo un ganador que se llama Axel Kicillof y un perdedor que se llama Javier MiIei. Kicillof agrega a sus laureles haber derrotado a Cristina y en el camino constituirse con grandes probabilidades en el dirigente nacional que el peronismo viene intentando descubrir desde hace unos añitos. Milei perdió tal vez por las mismas razones que dos años atrás ganó. La fórmula retórica y escénica que en 2023 dio resultado fue un fiasco dos años más tarde, porque los malditos humores de la sociedad argentina cambian con demasiada frecuencia, y por los mismos motivos que ayer te llevaban en brazos al trono hoy te llevan en brazos al cadalso. Es verdad que la elección del domingo fue bonaerense, pero otra de nuestras malditas costumbres es nacionalizar los comicios. Y al primero que se le ocurrió recurrir a esta estratagema fue al propio MiIei. Como Herminio Iglesias recurrió a la imagen del sarcófago. Uno lo incendió, el otro prometió clavar el último clavo. Los resultados están a la vista. Y, como dice el refrán, "Calavera no chilla".
No es la primera vez que una elección bonaerense da el tono al concierto nacional. En abril de 1931 -miren de los tiempos que les hablo, después del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen- los conservadores, con Matías Sánchez Sorondo a la cabeza, intentaron un ensayo electoral en Buenos Aires bajo el supuesto de que el radicalismo era un cadáver enterrado en el campo santo y los ellos cantaban mejor que Carlos Gardel. Sin embargo, cumpliendo con el precepto de que "los muertos que vos matáis gozan de buena salud", la UCR salió de su osario y le dio una paliza a los conservadores de padre y señor mío, paliza que significó el fin del régimen conservador en su variante uriburista. Sánchez Sorondo anuló las elecciones, maldijo el servilismo de los seguidores del "Peludo", pero el régimen estaba herido de muerte. Después vino Agustín Justo, que también era militar y conservador, pero esa es otra historia. En 1961, las elecciones en la provincia de Buenos Aires fueron la picota para el gobierno de Arturo Frondizi. Un dirigente sindical peronista llamado Andrés Framini ganó "inesperadamente", los militares se pusieron furiosos y diez días después el flaco Frondizi estaba preso en la isla Martín García. O sea que a la provincia de Buenos Aires hay que mirarla políticamente con cuidado. No sé cuáles serán las consecuencias de lo sucedido este domingo, pero queda claro que habrá consecuencias.
Tampoco sé si el gobierno dispone de margen de maniobra para recuperarse. Milei el domingo a la noche se plantó bien, pero honestamente tengo mis serias dudas acerca de su capacidad de autocrítica y, sobre todo, dudo de que sea capaz de ser diferente a lo que ya fue o es. Además es injusto que los mismos que lo aplaudieron y lo arrullaron por sus hazañas retóricas y sus profecías económicas ahora le pidan que en lugar de bailar se ponga de rodillas y rece. Algunos de sus colaboradores balbucean explicaciones que no los conforman ni a ellos mismos. Dicen que la culpa de la derrota la tienen los intendentes, como si esos intendentes no fueran peronistas y su trabajo precisamente no consistiera en hacer lo que hacen a través de caudillos, punteros y plata dulce desde hace décadas. Podemos extendernos en largas parrafadas criticando los hábitos, costumbres y mañas del peronismo, incluso mencionando los prontuarios de sus cabecillas, pero nada se gana con recordar del peronismo lo que un político no peronista debería saber lo que es. No sé sinceramente cuál es el destino que le aguarda a este gobierno. Decir que le deseo que le vaya bien o que concluya su mandato es un lugar común de absoluta irrelevancia política, porque que le vaya bien o le vaya mal, que termine o no su mandato, no depende de mis deseos, o de los deseos de ustedes, sino de lo que haga o deje de hacer Milei. En lo personal nunca he sido amigo de agobiarme por culpas o hacerme cargo de las culpas de otro; el mismo principio mantengo en política: yo no tengo la culpa ni de la fortuna ni de la desgracia del gobierno de Milei.
Los hermanos Milei no parecen muy convencidos en elaborar algo parecido a una autocrítica luego del desastre de la provincia de Buenos Aires. Abundan los balbuceos, las excusas y en todos los casos la confusión. El único gesto fue constituir algo así como una "Mesa Política" integrada por los mismos que precedieron la paliza del domingo. Como dato novedosos, el ministro de Economía, Luis Caputo, tuvo la brillante ocurrencia de decir que las alternativas que se nos presentan a los argentinos es Milei o el comunismo, una frase digna de Joe McCarthy o un brulote torpe y grosero a la altura del señor Gordo Dan. Sería deseable que el gobierno nacional elabore en los próximos días estrategias algo más serias, más decorosas, más hábiles que las que están farfullando en estos días, porque de no ser así el panorama que los aguarda es muy complicado. Y no sería exagerado decir que en ese contexto en octubre los aguarda a la vuelta de la esquina otra paliza con consecuencias institucionales imprevisibles, especialmente para un gobierno cuya debilidad es más que manifiesta.
Mientras tanto el peronismo, con calma helada, afila uñas y colmillos. La derrota de Milei era previsible, sí, entre otras cosas porque hicieron todo lo posible para que les llenen la cara de dedos. Pero la victoria del peronismo, hasta tanto demuestren lo contrario, no sé si es una desgracia pero no es motivo para alegrarse, sobre todo si la figura que viene a reemplazar el liderazgo de Cristina es la de Axel Kicillof, cuyas calamidades políticas y económicas los argentinos ya tuvimos el gusto de conocer. Puede que el muchacho haya aprendido de sus errores; puede que la experiencia en el poder y la proximidad a la escala máxima del poder despiertan vocaciones y talentos desconocidos, pero mientras tanto a los argentinos nos sobran motivos para recelar acerca de la nueva luminaria que el peronismo pretende obsequiarnos. Lo que sí parece estar fuera de discusión es la limpieza de su victoria del domingo pasado. Ganaron en toda la línea y de nada valen los lloriqueos de dirigentes de La Libertad Avanza acerca del poder de los intendentes o las ambiciones de los concejales. Y no valen de nada por la sencilla razón de que nadie le puede reprochar a su rival, al peronismo en estos casos, que recurra a los atributos constitutivos de su identidad política. Los intendentes y los concejales, el clientelismo político y las redes de asistencia y las extorsiones mafiosas, son todas fuerzas constitutivas del peronismo... y fue el empleo coordinado de todas estas habilidades las que le dieron el triunfo o le permitieron propiciar una sonora paliza a los libertarios y a los garrochistas del PRO.
El peronismo ha anunciado a través de algunos de sus dirigentes que su estrategia es sacar a Milei de una patada en el trasero. Es lo que les gusta hacer, es lo que disfrutan haciendo. Sin embargo no serán torpes. Si alguien imaginó que el domingo Axel iba a pedir juicio político o iban a exigir la libertad de Cristina, se equivocaron. Los peronistas serán brutales, pero disponen de la astucia que les han otorgado décadas de intrigas, extorsiones, trampas y las más diversas fullerías. El peronismo no va a pedir la cabeza de Milei, va a sacar el sillón a la vereda y la verá rodar a sus pies. Confía en sus fuerzas, pero confía más en la capacidad de Milei para equivocarse. Mientras tanto, se ocuparán de resolver entre ellos quién será el sucesor. Se habla de Kicillof, se habla de Juan Schiaretti y es probable que en estas próximas intensas semanas aparezcan uno o dos nombres más. Habrá cabildeos, presiones, tráfico de portafolios, promesas que nunca serán cumplidas, juramentos de lealtad que serán puntualmente traicionados. Una reunión de Don Vito Corleone con los jefes de las familias de Nueva York es, comparada con estas danzas y contradanzas de nuestros populistas criollos, una sesión de candorosos boys scouts.




