Los ignorantes mucho especulamos sobre el motivo por el cual ya no hay enjambres de luciérnagas iluminando los campos, las montañas y los bosques de mi tierra.
El individualismo, la codicia, el materialismo en extremos exasperantes, si aún no lo han hecho, a punto están de terminar definitivamente con las buenas intenciones, portadoras de sentimiento que honraron la condición humana.

Los ignorantes mucho especulamos sobre el motivo por el cual ya no hay enjambres de luciérnagas iluminando los campos, las montañas y los bosques de mi tierra.
Hay quienes sostienen que el veneno utilizado en el agro, si aún no lo ha hecho, a punto está de terminar definitivamente, no sólo con las luciérnagas, sino con la vida silvestre de estos, antes prodigiosos, lugares.
Otros culpan al cambio climático, a la contaminación ambiental, al devastador avance de la urbanidad, y algunas otras plagas, todas del mismo origen.
Yo, empedernido ingenuo, soy de los que piensan que las luciérnagas siguen estando como en el comienzo pero ocultas; por algún motivo entendible, decidieron no encender sus luces, al menos, hasta que mejores tiempos se avizoren.
Como con las luciérnagas, hay quienes afirman que la post modernidad ha puesto en peligro de extinción a la gente íntegra, sobre todo a los líderes honorables que en otros tiempos marcaron con su luz el camino a transitar.
Se escucha a diario que el individualismo, la codicia, el materialismo en extremos exasperantes, si aún no lo han hecho, a punto están de terminar definitivamente con las buenas intenciones, portadoras de sentimiento que honraron la condición humana.
Yo soy de los que piensan que los preclaros siguen ahí, entre nosotros, cultivando una imagen templada, refugiados en sus universos íntimos, alumbrando, pero solo a los cercanos, a los atentos.
Asumo que, como las luciérnagas, las personas nobles, han decidido ocultar su luz, sabedoras de que, en tiempos de oscuridad, el brillo es delator y las convierte en blanco móvil, presa fácil de cazadores furtivos.
No obstante, aún en estos contaminados tiempos, de tanto en tanto, una saeta menuda de luz intermitente y tenaz, suele cruzar de repente la oscuridad de la noche.
¡Levedad, apenas eso!
Seguramente no alcance para derrotar la densidad de las sombras, pero, para millones de luciérnagas "apagadas", es un soplo de aire fresco, esperanzador y evocativo, que invita a creer en el regreso de los enjambres que supieron amenazar de muerte a la cerrazón de los campos, las montañas y los bosques.
Como todos mis compatriotas de buena fe, aguardo esperanzado que una luz, aunque sea tenue, menuda e intermitente, se atreva a franquear la oscuridad de la noche.
El individualismo, la codicia, el materialismo en extremos exasperantes, si aún no lo han hecho, a punto están de terminar definitivamente con las buenas intenciones, portadoras de sentimiento que honraron la condición humana.
Asumo que, como las luciérnagas, las personas nobles, han decidido ocultar su luz, sabedoras de que, en tiempos de oscuridad, el brillo es delator y las convierte en blanco móvil, presa fácil de cazadores furtivos.




