Domingo Gatto nació en Buenos Aires en 1935 y allí murió en 2008, luego de una carrera que lo llevó a exponer en diversos países. Por mencionar algunos: Venezuela, México, Estados Unidos, Centroamérica, Europa e Israel.
Fue en agosto de 1971. El pintor argentino, valorado y premiado otras veces, fue cuestionado por su lectura plástica del país hebreo. ¿Qué dijo El Litoral?

Domingo Gatto nació en Buenos Aires en 1935 y allí murió en 2008, luego de una carrera que lo llevó a exponer en diversos países. Por mencionar algunos: Venezuela, México, Estados Unidos, Centroamérica, Europa e Israel.
Egresado de la Academia Nacional de Bellas Artes y becario del Fondo Nacional de las Artes, fue también presidente de la Mutualidad de Estudiantes y Egresados de Bellas Artes y vicepresidente de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos.
Generó una obra signada por la síntesis y la depuración formal. Le bastaron pardos, grises y ocres para decir lo necesario. Pintaba tanto con temple como con óleo, siempre con una minuciosidad casi espiritual.
En sus trabajos, lo figurativo y lo abstracto no aparecían como antagonismos, sino como pulsiones complementarias con un mismo objetivo: traducir lo cotidiano en imagen interior.
En palabras del Museo Sívori, "a través de la reunión de los distintos elementos, la técnica y el ambiente que emana de sus creaciones, el artista busca lograr que el espectador se sienta interpretado por su propio mundo interior".
Su vínculo con Medio Oriente lo acercó a ciertos aspectos de la filosofía zen, que impregnó sus superficies de una calma donde todo parece recién ordenado. Aunque un observador sagaz descubre las tensiones.
En agosto de 1971, Domingo Gatto presentó en el Museo Municipal de Artes Visuales de Santa Fe una exposición en el marco de la Semana de Turismo a Israel.
La muestra reunía apuntes, óleos, pasteles y algunos collages producto de un largo viaje por Tierra Santa, realizado por Gatto tras haber ganado por concurso el derecho a documentar plásticamente el país hebreo.
La propuesta pretendía ofrecer, desde una mirada argentina, una aproximación a los paisajes, las costumbres y las esencias del pueblo israelí.
Sin embargo, la crítica local fue lapidaria. Jorge Taverna Irigoyen, en las páginas de El Litoral del 4 de agosto de 1971, expresó: "Debe reconocerse que la muestra no ofrece ni cercanamente los valores estéticos que hubieran sido de prever".
Aquella exposición, concebida como testimonio y homenaje, fracasaba, desde la mirada de Taverna, en presentar la densidad simbólica de Israel, su geografía estimulante, sus contradicciones y su complejidad espiritual.
La exposición estaba integrada por obras tituladas "Barrio Mea Shearim", "Playa de Tel Aviv", "Homenaje a los héroes de Masada", "La reencarnación de los símbolos" o "El bosque de los mártires". La intención temática era clara, no así el tono elegido por el artista.
"Los apuntes, aligerados, a veces graciosos, las más de un primitivismo inconducente, no corresponden a la deseada imagen de Israel", escribió Taverna Irigoyen.
El crítico santafesino señaló además la inclusión arbitraria de pasajes religiosos vinculados a la tradición cristiana, como escenas del nacimiento del Niño Jesús en Belén o evocaciones de Nazaret, que desdibujaban el eje conceptual del proyecto.
Tampoco fue comprendida la presencia de "El Sol", una obra de 1960 presentada originalmente en el Salón del Sesquicentenario, ajena al corpus temático de la muestra.
Las obras carecían de la fuerza plástica esperada en un artista de su talla. Y eso, viniendo de Domingo Gatto, ganador de varios premios uno de ellos en el Museo Rosa Galisteo, era desconcertante.
Hubo, sin embargo, elementos valiosos: el uso contenido de colores primarios, ciertas resoluciones formales y algunas escenas con luminosidad visual.
Pero el saldo general fue el desencanto. "Israel merecía una transcripción más densa y rica. Que Domingo Gatto podría haber brindado, dada su capacidad creadora", sentenció Taverna.
Domingo Gatto fue, como dijo José Gómez Sicre, "un pintor para pintores". Su combinación de imaginación, sensibilidad y conocimiento técnico lo posicionó como una figura referencial del arte argentino de su tiempo.
Lo ocurrido en Santa Fe en 1970 dejó constancia de un desajuste entre expectativa y resultado. Esa muestra, pensada como puente entre dos mundos, terminó convertida en una superficie incompleta.




