Esta vez escribo sin tomar como punto de partida la consulta de un lector. Es una ocasión especial. Se festeja el Día del Padre y en la última semana falleció mi suegro. Esta es la primera vez que mi esposa y sus hermanos lo van a conmemorar sin su papá. Mientras escribo, me anticipo y pienso que será un día muy extraño y un día para extrañar. Seguramente son muchas las personas que en estos días perdieron a su padre. Sigmund Freud decía que el deseo de protección paterna es uno de los más arcaicos en el ser humano. Cada vez que se muere un padre, nos sentimos un poco más solos. Nos pasó con el papa Francisco. Qué tristes estuvimos por su partida.
Jacques Lacan decía que un padre no tiene derecho al respeto, sino al amor. No estoy de acuerdo con esa idea, pero pienso que lo dijo en un contexto en que el respeto al padre estaba asegurado. La nuestra es la época de los padres humillados, de padres que tienen que sentir vergüenza por ser hombres en este mundo deconstruido y liberal. Yo creo en el respeto al padre. No sé si un padre tiene derecho a ser respetado, pero sí que debe ser digno de respeto. Hubo un día en que le falté el respeto a mi padre y este no me castigó y se quedó mirándome fijo. Luego se dio vuelta y se fue. Por suerte, sentí vergüenza y me arrepentí.
Si los padres fuesen dignos de amor sería todo más fácil. Pero hay padres a los que se ama, aunque no hayan estado a la altura de su rol. Tal vez esa altura es un ideal con el que, como hijos, medimos a un hombre que hace lo que puede con su vida. Mi esposa escribió un libro que se llama "Por amor al padre", si quisiera desarrollar un poco más esta idea no haría más que repetir sus palabras.
Voy a repetir otras palabras de mi esposa, las que dijo en el funeral de su padre. Ahí lo recordó como un hombre para el que eran importantes los amigos; que nunca volvía de algún viaje sin un regalo para los hijos (así fue que una vez compró un bombo en una estación de servicio), que les transmitió a estos que la mejor parte de tener algo es poder compartirlo, que nadie les debe nada en la vida.
Conocí a mi suegro cuando su enfermedad ya estaba avanzada, una enfermedad larga y que, en el tiempo que pudimos coincidir, no hizo más que acentuarse. Voy a agregar un solo rasgo personal: emitía una opinión si es que la tenía y, en ese caso, no le importaba que fuese contraria a la de los demás, porque no esperaba que estén de acuerdo con él; si no tenía una opinión, no opinaba. No eran muchas las cosas sobre las que tuviese opiniones. Por eso me pareció siempre alguien sabio.
Mi esposa también destacó que le gustaban los deportes y los animales. Recuerdo que, en los primeros tiempos de nuestra relación, ella me leyó un cuento que se llama "El amante de los caballos", de Tess Gallagher. Es un breve relato sobre una hija que adquiere la pasión de su padre. Aunque criada en la ciudad, mi esposa tiene algo campestre y salvaje que podría resumir con un gesto suyo que amo: cuando va a pelar papas, batatas, zapallos o calabazas, se arremanga el vestido en la silla y, con la olla entre las piernas, arranca la corteza dura con el cuchillo como si estuviera sacándole la cáscara a un kiwi.
Para mí es un consuelo que mi esposa sea la hija de un hombre, mucho más que una "nena de papá". Tiene una sabiduría que admiro. Y es extraño decirlo así, pero hay mujeres a las que amamos porque fueron hijas de hombres. Pido disculpas al lector por la explicación un poco técnica que establece una diferencia: como "nena de papá", una mujer va a permanecer en una actitud infantil, porque de lo contrario su amor se volvería potencialmente incestuoso. En la medida en que es hija de un hombre, ese amor trasciende el vínculo endogámico, lleva hacia la madurez y transmite el respeto del que hablé al principio.
Esta diferencia es la que explica que un yerno no sea un hijo sustituto, no es necesario; como tampoco es preciso que entre en rivalidad con el padre de su pareja, con una virilidad herida. Se dice que los hombres suelen ser más infieles que las mujeres, pero lo cierto es que estas son infieles por definición si atravesaron adecuadamente el complejo Edipo: aman a su padre y a su marido, sin que ninguno se ponga celoso del otro. Así se sientan las bases para que, si se da la ocasión y quiere, llegue un nuevo amor a su vida: un hijo, a quien -si todo va bien- amará más que a los otros dos. El padre y el marido tolerarán con gusto que ese hijo sea el más amado, como sucesor.
Bien orientado, el amor de una mujer por ese hombre -que es su padre- organiza una parte de la estructura familiar. En otra columna debería desarrollar la complejidad del vínculo del hijo con el padre, pero hoy prefiero quedarme con el amor de las hijas. Quizá porque hace poco también es que la madre de mi primer hijo perdió a su padre, con una semana de diferencia. Y el velorio fue en el mismo lugar. Con cuánto amor lo despidió, me alegra recordarlo.
Mientras escribo estas líneas, este hijo que mencioné recién vino a contarme que este domingo (¡El Día del Padre!) juega al fútbol en el club. En chiste le dije que esperaba que hiciera un gol, con esa exigencia ridícula que tenemos entre varones. Supo entenderme y me respondió que sí, pero que si lo hacía no me lo iba a dedicar a mí, sino a sus abuelos. Cuando pasan este tipo de situaciones, tengo la impresión de que algo estamos haciendo bien. El respeto no está en que nos admiren o hagas cosas por nosotros, sino en que no se olviden de dónde vienen.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com
Bien orientado, el amor de una mujer por ese hombre -que es su padre- organiza una parte de la estructura familiar. En otra columna debería desarrollar la complejidad del vínculo del hijo con el padre, pero hoy prefiero quedarme con el amor de las hijas. Quizá porque hace poco también es que la madre de mi primer hijo perdió a su padre, con una semana de diferencia. Y el velorio fue en el mismo lugar. Con cuánto amor lo despidió, me alegra recordarlo.