Por Lic. María Claudia Pettinari
En el marco de la conmemoración del 137° aniversario del fallecimiento del "Maestro de América", el rescate y la revalorización de los fundamentos que respaldaron los ideales, convicciones, filosofía de vida y trabajo del destacado docente, dirigente político, escritor, militar y autodidacta sanjuanino, son una más que loable invitación a pensar un país distinto, con un futuro realizable y promisorio.

Por Lic. María Claudia Pettinari
A sus 39 años, Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) emprendió una entusiasta campaña para fomentar el cultivo del mimbre. Durante su exilio en Chile había podido comprobar que las cañas de mimbre eran flexibles y muy resistentes a la humedad, y que resultaban un material óptimo para la construcción de canastos para transportar mercaderías; especialmente, productos frutihortícolas.
Por esos años los canastos hechos con este material natural resultaban un bien estratégico para facilitar el comercio interregional, ya que ofrecían un medio de transporte barato, liviano y resistente para esas mercaderías. Al mismo tiempo y por añadidura, servían como medida para calcular rápidamente el volumen -por ejemplo- de duraznos y naranjas para exportación.
En 1855, en los canales silenciosos del delta del Paraná, en la localidad del "Tigre", Sarmiento expresó: "Por una predisposición especial de mi espíritu, en las cosas más sencillas encuentro siempre algo de providencial. Estas varillitas de mimbre que vamos a hundir en la tierra para que se conviertan en árboles… Si ningún otro recuerdo hubiese de quedar en estas islas de mi presencia, sean ustedes señores, testigos que, hoy 8 de septiembre, planto con mis manos el primer mimbre que va a fecundar el limo del Paraná, deseando que sea el progenitor de millones de su especie, y un elemento de riqueza para los que lo cultiven con el amor que yo le tengo" ("El Carapachay").
Para Sarmiento la producción que empezaba a desarrollarse en la zona del delta del Paraná, la que comenzaba a poblarse con inmigrantes, no tenía, a su entender y por el momento, un fin práctico civilizado aún, es decir, no estaba organizada e integrada racionalmente al mercado capitalista y liberal, que era el modelo de progreso de la época. Por eso "había que inventarlo". Así pensó en el cultivo del mimbre, lo que en pocos años se transformó en una de las más importantes fuentes de producción y trabajo de la zona, y lo es hasta el día de hoy.
A través del genio sarmientino el mimbre fue direccionado políticamente y económicamente a incrementar el intercambio productivo de esta zona, con diferentes regiones del país, americanas y del resto del mundo. Sarmiento insistía en que no basta que las cosas existan, sino que hace falta inventarlas: "Isaac Newton observó recién hace dos siglos que las manzanas caían de los árboles, cuando cesaba de obrar esa fuerza que las tenía asidas al pétalo, no obstante que de antiguo tenían costumbre las gentes de mecer los manzanos y comerse la fruta que caía, sin curarse de averiguar si de esto dependía que los planetas no cayesen".
En 1882, casi treinta años después de plantar la primera vara de mimbre, Sarmiento describe en diario El Nacional el estado de esta industria, detallando los cientos y millares de toneladas de productos que se consumían y exportaban a través del mimbre: "El canasto de mimbre de las islas es una institución fundamental, y su tamaño y forma responde a necesidades físicas que las han impuesto… A este humilde instrumento, se debe hoy un comercio de millones de pesos, que no solo provee a Buenos Aires de frutas esquisitas, sino que llega hoy a Río Janeiro" (El Nacional, 5 de marzo de 1883, puede verse en "Obras completas, Tomo XXVI, El camino del Lacio", página 66).
El simbólico hecho de plantar con sus propias manos una vara de mimbre en nuestro delta, no es solo un gesto, es una decisión política que muestra la prodigiosa imaginación de Sarmiento. Con estos sencillos actos, desde el hacer, con su trabajo, se comprometió toda su vida, por medio de la prensa, la literatura y la gestión política: "El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen. Y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar esta fuerza de producción, de acción y de dirección" ("Educación Popular", 1849).
Cada 11 de septiembre, celebrar el "Día del Maestro", honrando la vida y la obra de Sarmiento, es una invitación a pensar en su pedagogía de vida, una invitación a dejarnos interpelar por esa "mirada sarmientina" estratégica, detallista, pensamiento y acción por educación, producción y trabajo para la Argentina.
(*) Presidenta de la Asociación Civil Instituto Sarmientino de Santa Fe.




