En el mundo acelerado en el que vivimos, solemos cuidar de todo y de todos, menos de la persona más importante: nosotros mismos. El trabajo, la familia, las responsabilidades y las exigencias externas nos llevan muchas veces a dejar de lado lo esencial: el acto de quererse. Y no hablo de un amor superficial ni de frases hechas que circulan en redes sociales, sino de una práctica diaria que impacta de manera directa en nuestra salud mental.
La autoestima no es un lujo ni un detalle estético de la personalidad. Es la base sobre la que se construye nuestro bienestar psicológico. Sin autoestima, las decisiones se tiñen de inseguridad, los vínculos se vuelven dependientes y la vida se siente más pesada. Con una autoestima sólida, en cambio, tenemos recursos internos para enfrentar adversidades, poner límites sanos y disfrutar de lo simple.
Quererse implica escucharse. ¿Cuántas veces vamos corriendo de un lado a otro sin detenernos a preguntarnos cómo estamos? La ansiedad, el insomnio, la irritabilidad o los dolores físicos muchas veces son señales de que no estamos respetando nuestros propios tiempos. El cuerpo habla lo que la mente calla, y prestar atención a esas señales es un acto de autocuidado.
Es fundamental darnos permiso para el descanso y el disfrute.
También es fundamental darnos permiso para el descanso y el disfrute. Vivimos en una sociedad que glorifica la productividad, como si estar ocupados fuera sinónimo de valor personal. Pero el descanso no es pérdida de tiempo: es la forma en que nuestro cerebro y nuestro cuerpo se reponen. Leer un libro, salir a caminar, tomar un café sin apuro o simplemente respirar profundo no son caprichos: son vitaminas invisibles para la salud mental.
Otro pilar del quererse es la forma en la que nos hablamos. Nadie nos escucha tanto como nuestra propia voz interna, y muchas veces esa voz puede ser nuestra peor enemiga. “No soy suficiente”, “no me va a salir bien”, “los demás son mejores que yo”… frases como estas erosionan lentamente la autoestima. Cambiar ese diálogo interno requiere práctica, pero es posible. Una buena técnica es preguntarnos: ¿le hablaría así a alguien que quiero? Si la respuesta es no, entonces tampoco es justo hacerlo con uno mismo.
La autoestima se construye en pequeños gestos: poner límites cuando algo nos incomoda, reconocer un logro sin minimizarlo, aceptar un halago sin excusas, elegir rodearnos de personas que nos sumen y no de quienes nos restan. Y también se fortalece cuando entendemos que pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de inteligencia emocional. Buscar un espacio terapéutico, hablar con un amigo de confianza o apoyarse en la familia es parte del proceso de cuidarnos.
La autoestima se construye en pequeños gestos
Quererse no significa volverse egoísta ni mirar solo el propio ombligo. Significa entender que cuanto más sólidos estemos por dentro, mejor podremos dar a los demás. Una madre que se cuida puede cuidar mejor. Un trabajador que descansa puede rendir más. Una persona que se acepta puede vincularse de manera más sana.
En definitiva, la salud mental no se sostiene solo en diagnósticos o tratamientos. Se sostiene en hábitos diarios que parecen simples, pero que marcan la diferencia. Y entre ellos, el más importante es quererse.
Quererse es poner el corazón en el centro de la agenda. Es decirse a uno mismo: “Me merezco estar bien”. Es recordar que, sin salud mental, no hay salud completa. Y que aprender a quererse, lejos de ser un acto narcisista, es el primer paso para vivir con autenticidad, equilibrio y esperanza