Hoy tener un vehículo Rolls Royce, un iPhone o un reloj Patek Philippe pueden ser símbolos de fortuna y status social. En el siglo XVII, en Europa, un simple tulipán cumplía esa función. Y Rachel Ruysch pintó muchos.
En el siglo XVII, Rachel Ruysch desafió las normas con su arte floral: precisión científica, elegancia pictórica y un mensaje filosófico sobre la fugacidad de la vida.

Hoy tener un vehículo Rolls Royce, un iPhone o un reloj Patek Philippe pueden ser símbolos de fortuna y status social. En el siglo XVII, en Europa, un simple tulipán cumplía esa función. Y Rachel Ruysch pintó muchos.
La artista nació en La Haya el 3 de junio de 1664, pero su familia se trasladó a Ámsterdam, cuando su padre, el anatomista y botánico Frederik Ruysch, fue convocado a enseñar en esa ciudad.
Su hogar estaba lleno de colecciones de rarezas científicas. Rachel creció entre frascos, esqueletos y (lo que más influiría sobre ella) flores embalsamadas.
Desde pequeña colaboraba con su padre, decorando con encajes y arreglos florales los ejemplares que él conservaba en licor balsámico. En ese mundo nació su obsesión por la belleza minúscula y la observación detallada.
A los 15 años, Rachel se convirtió en aprendiz de Willem van Aelst, un maestro del bodegón floral, cuyas enseñanzas marcaron su estilo y su método.
En 1693, se casó con el pintor Juriaen Pool y tuvo diez hijos. No abandonó su carrera, siguió trabajando sin interrupciones. En 1701, fue admitida en el gremio de pintores de La Haya, un logro poco común para una mujer en la época.
Su reputación creció y en 1708, fue invitada a Düsseldorf para formar parte de la corte del Elector Palatino Johann Wilhelm, junto a otros artistas como Jan Weenix y Adriaen van der Werff. Permaneció allí hasta la muerte del príncipe, cuando volvió a Holanda para seguir pintando.
Ruysch perfeccionó un estilo minucioso, sofisticado y personal. Alexxa Gotthardt señala: "Su proceso era meticuloso, su pincelada delicada y excepcionalmente precisa".
"Según documentó el historiador Luuc Kooijmans, primero trazaba la estructura general de la composición y, una vez seco el óleo, utilizaba pinceles finísimos para agregar detalles hipnóticos: hojas mordisqueadas por insectos, pétalos frágiles que se inclinaban, finas briznas de pasto y pequeños insectos con alas translúcidas y espaldas con patrones".
"A veces usaba musgo real para aplicar pintura -una técnica que tomó de Van Schrieck y Van Aelst- o alas de mariposa para estampar texturas en la superficie".
Sus composiciones mostraban flores que no crecían en la misma estación. Erika Gaffney explica: "Sus composiciones incluían flores, frutas y paisajes boscosos. A menudo agrupaba flores que no florecen al mismo tiempo en la naturaleza".
"Sus pinturas son detalladas cuidadosamente. A veces las animaba con pequeños animales, como aves y lagartijas, además de escarabajos, mariposas y abejas".
Las obras de Ruysch contenían un mensaje filosófico, una visión del mundo. Lynn Robinson ofrece una interpretación simbólica.
"Algunos estudiosos creen que hay otra forma de interpretar las pinturas florales de Ruysch. Una interpretación común es verlas a la luz del vanitas, un mensaje moral muy popular en la época".
"Tomado de un pasaje de la Biblia, recordaba que la belleza se desvanece y todo ser viviente debe morir. Aunque las naturalezas muertas celebraban la belleza y el lujo de los alimentos o las flores voluptuosas, el vanitas advertía sobre la fugacidad de esas cosas materiales y lo breve de la vida".
Esta mirada le permitió unir arte, ciencia y espiritualidad en un gesto pictórico. Muchas de sus obras presentan jarrones de cristal sobre mármoles oscuros, repletos de flores que parecen a punto de marchitarse.
Pilar Rincón afirma: "Su estilo pictórico consiste en la reproducción de flores que aparecen dentro de un jarrón situado habitualmente en un alfeizar o borde de mármol sobre un fondo oscuro".
"Su éxito se debió, no solo a la perfección en la técnica de la naturaleza muerta, sino a las novedades que introdujo aportando al conjunto sofisticación y elegancia, resultado en una composición libre que dibujaba a pequeña y gran escala".
Aunque hoy su nombre no sea tan conocido como el de Rembrandt, durante su vida Rachel Ruysch fue más exitosa comercialmente. Mientras el maestro del claroscuro rara vez cobraba más de 500 florines por un cuadro, las pinturas florales de Ruysch llegaban a cotizarse entre 750 y 1200 florines.
Como sintetiza Gisela Asmundo: "Ruysch atrae especial atención, tanto por la alta calidad pictórica de sus bodegones como por el hecho notable de que, como pintora, ganó una reputación muy destacada en un mundo profesional dominado por hombres".
"Su prestigiosa carrera duró unos prolíficos setenta años y vendió su trabajo en un círculo internacional de coleccionistas. En vida sus pinturas se vendieron a precios considerables que oscilaban entre 750 y 1200 florines".
"En comparación, Rembrandt rara vez recibió más de 500 florines por un cuadro. En el siglo XVII, los holandeses estaban muy interesados en las flores y la jardinería, por lo tanto este tipo de pintura era valorada".
Rachel Ruysch vivió más de 80 años y su producción artística se conserva en museos europeos, como la Galería de los Uffizi, que exhibe su "Naturaleza muerta con flores e insectos".




