La obra "Antología Oral (poesía 1983-2018)", del poeta, performer y escultor argentino Carlos Estévez, condensa más de tres décadas de una poética forjada en la intersección entre cuerpo, voz y escritura. Desde sus primeros trabajos, "Desespinado a poesía" (1983) y "Oral (1985)", Estévez concibió el poema como partitura vocal, como coreografía para la boca. La página se transforma en territorio de indicios: signos gráficos que indican pausas, intensidades, modulaciones. Más que decir algo, su poesía busca decir desde otro lugar: desde lo fónico, lo respirado, lo visceral. No hay verso lírico ni relato: hay sílabas lanzadas al aire, secuencias sonoras que desafían el sentido habitual del lenguaje. Cada poema se configura como un todo escénico, un espacio donde la voz y el cuerpo interactúan para dar vida a un acontecimiento performático integral.
Su poética de naturaleza proteica, multifacética, no cabe en una mera definición. Práctica, por sobre la teoría, avanza por caminos de asombro, novedad y experimentación, hasta llegar incluso a una suerte de postipografía, donde la palabra deja atrás su estatuto convencional y se reconfigura como impulso físico. Las estructuras semánticas, sintácticas y gramaticales se tensionan, se desarticulan, se reacomodan bajo leyes propias. La poesía de Estévez -cofundador de Paralengua, la ohtra poesía (grupo de experimentación interdisciplinaria de los años noventa)- no se lee: se pronuncia, se lanza, se esculpe en el aire. Cada poema exige ser dicho desde otro lugar de la voz -más atrás en la garganta, más cerca de los dientes, más adentro del paladar-, y el resultado no es un discurso, sino un acontecimiento acústico.
Su pulso más radical y sus búsquedas más subversivas se concentran, sin duda, en los años ochenta, cuando despliega un trabajo de ruptura que conecta con ciertas zonas del dadaísmo, especialmente aquel surgido en Zúrich en 1916. No se trata de una filiación directa ni programática, sino de una afinidad subterránea con los experimentos fónicos de Hugo Ball, Tristan Tzara y Raoul Hausmann: la palabra como sonido desbordado, como energía preverbal, como juego desestabilizador del sentido. En esa etapa, sus poemas parecen nacer del balbuceo y la distorsión: su programa estético se afirma en lo gutural, en lo no articulado, en la vibración primitiva de la voz. Al mismo tiempo, ciertas zonas de su obra recuerdan el juego de los trabalenguas, con su repetición rítmica, sus trabas fonéticas y su humor implícito.
La poesía, entonces, como tropiezo vocal, como torsión deliberada del habla. Oral, acaso, constituya su mejor ejemplo. El mismo, emplea signos que determinan un tipo singular de lectura. De esta manera el apóstrofo reemplaza letras ausentes, careciendo de valor fónico. No así el punto a media altura, que indica una prolongación vocálica; el subrayado de una letra, que prescribe un corte abrupto en palabras de finales de verso. Por otra parte incluye palabras adaptadas según la necesidad expresiva, como ocurre con no-oz (por noche), a·ag' (por agua), cor' (por corazón, también sintetizada como cor'zó'), y palabras de otro idioma como en preg' (por prega: ruega, en italiano), o blu' (por blue: azul, en inglés).
Esa búsqueda lo lleva a desarrollar una partitura visual para la página, donde el espaciado, los cortes y la disposición tipográfica no obedecen a razones editoriales, sino escénicas. En ese sentido, el poema no es lo que está escrito, sino lo que sucede cuando ese texto se convierte en vibración. La voz deviene acción, y el gesto oral de Estévez -abierto, rítmico, a veces salvaje- expande el campo de lo poético hacia territorios cercanos a la música vocal contemporánea, la danza y el arte sonoro, conformando así un supralenguaje constituido por una combinatoria de gestos y sonidos (la ohtra poesía).
Con el decurso del tiempo, la legibilidad -en términos de acceso visual y semántico- fue ganando terreno. Sin abandonar la experimentación fónica ni la performatividad, Estévez incorporó capas de sentido más reconocibles en sus composiciones posteriores, "Tempo" (1987), o "Transformaciones" (1993), donde el gesto oral convive con formas breves que, aunque aún fragmentarias, permiten intuir una dimensión reflexiva, incluso crítica. Hoy su legado se percibe en ciertos espacios de poesía hablada, recitales performáticos y prácticas híbridas donde la palabra ya no se piensa solo como escritura, sino como acontecimiento acústico. En esta antología, la voz de Estévez se afirma como un arte primitivo y vital: una forma de pensar con el cuerpo, una danza que se modula en la cavidad bucal, otra manera de pronunciar el mundo. El libro forma parte de la colección La moral de los pájaros.
Desde 1985, Carlos Estévez desarrolla una intensa actividad en el campo de la poesía experimental y las performances, participando en ciclos, festivales, ferias y homenajes en espacios culturales de relevancia. Su obra ha sido incluida en antologías internacionales de poesía sonora y visual como "Poesia sonora hoje" (Brasil, 1998), "An International Anthology of Sound Poetry" (Rusia, 2001), "Antología de la nueva poesía visual argentina" (Revista XUL, 1993), "The XUL Reader" (Estados Unidos, 1997) y "Dimensao" (Brasil, 1997), consolidando su proyección más allá del ámbito local y su participación activa en redes internacionales de creación poética contemporánea.
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"Antología oral. Poesía 1983-2018". Obra de Carlos Estévez, publicada por la editorial Himalaya. Buenos Aires, año 2023 (126 páginas).