En el claroscuro arbolado, entre sol y sombra, al mediodía reparé sorprendido en ese chico que estaba en el pasto. Grandote, corpulento, se sentaba sobre su pie izquierdo mientras mantenía flexionada la pierna derecha. Con ambas manos parecía buscar algo en el suelo, pero allí no había nada para encontrar. Entonces no buscaba nada, sino que esperaba. Espera, y hasta confía en que se acuerden de él.
No juntaba naranjas en un naranjal, a merced del peor de los hombres, o la peor de las mujeres. Hace un año que desapareció el pequeño Loan Peña de un remoto naranjal. Me pregunto si igual hubiera desaparecido de haber estado jugando con un celular de buena marca en un cantero del bulevar. Otros chicos siguen desaparecidos en Argentina, y muchos más en el mundo. En Gaza los siguen matando, y siguen desapareciendo bajo los escombros, incluso ahora con el consentimiento explícito y servil de nuestro presidente.
Se reunió con quien tiene una orden de captura internacional por genocidio. Argentina no necesita acercarse todavía más al fuego. Todo lo contrario, necesita programas para la paz y la concordia, proyectos para el diálogo y los acuerdos mutuos, y el respeto. No somos enemigos, somos argentinos. No sé qué habrá ido a preguntarle. Pero sí sé que esta última gira de turismo presidencial, la más larga y por tanto la más costosa, se paga con el dinero de todos, y este dinero procede, indirectamente, por ejemplo, del Garrahan, que es un hospital para chicos enfermos.
Ucrania y medio mundo le reclaman a Rusia para que devuelva los más o menos 400 chicos que se llevó de los territorios ocupados, y nadie dice qué fue de ellos, dónde están. cómo están. Robar chicos no es ninguna novedad, ni en Argentina ni en el mundo, ni ahora ni nunca. Había un chico en el pasto. Es ese chico, desnudo, vulnerable. Como quien espera.
Hay que pensar en la infancia. Hace poco supimos que muchos chicos de Santa Fe no aprenden a leer y escribir a la edad en que otros sí lo hacen. También sabemos que, a una misma edad, en un mismo grado, los alumnos varones de primaria saben más matemáticas que sus equivalentes nenas, y que todo esto es peor en las escuelas de los barrios periféricos. La enseñanza y el aprendizaje, por lo tanto, no son para todos por igual.
Esto significa, entre otras cosas, que quien de chico no lee ni escribe como los demás, es decir, que está menos preparado para salir a la vida, será pronto un adolescente problemático. Y luego será un adulto con pocas perspectivas, con pocas alternativas. Si la ciudad no apuesta por la infancia, si no invierte dinero, tiempo y fuerzas físicas e intelectuales en la infancia, mañana tendrá en las calles, y en las instituciones, un panorama igual de desolador.
Ese chico que estaba en el pasto sigue estando allí y sigue esperando. Espera y hasta confía en que las vacunas no faltarán en los hospitales ni en los centros de salud, tal como a veces pasa, y que seguirán siendo gratuitas. También espera y hasta confía en que las escuelas permanezcan abiertas durante estas próximas vacaciones de julio para que les ofrezcan refuerzo de lectura y escritura a los alumnos que lo necesiten. Hay tiempo para organizarse.
Pueden ofrecerles un desayuno y un almuerzo, y juegos en el patio, lectura y escritura, y matemáticas, y alguien que se asegure de que están todos bien vacunados, y que vaya un dentista y los revise, y detecte quién tiene caries. Nada de esto es caro, no es una cuestión de presupuesto. Hay que aprovechar que la mayoría de los alumnos no se van de vacaciones, sino que se quedan en el pasto, en espera, vulnerables, como quien busca algo que ya sabemos que allí no encontrarán.
Los patios escolares deben permanecer abiertos durante todas las horas diurnas, de lunes a lunes, porque ir a jugar al patio de la escuela es más seguro y más edificante que jugar en la calle o quedarse en casa mirando pantallas. Para los adolescentes, el patio es un punto de encuentro, social y cultural, una opción más válida, más sana, más segura que la calle y las pantallas. Entonces no basta con rasgarse en público las vestiduras y tirarse de los pelos, y acusarse los unos a los otros. Hay que preguntarse, yo, qué puedo hacer, porque yo soy el primero y el principal interesado, y porque nadie vendrá gratis y desinteresado a ofrecerte nada.
El índice de abuelidad
El llamado índice de abuelidad tiene el máximo respaldo científico, y el agradecimiento de los argentinos y de muchos otros en el mundo. Ahora, quien lo supo descubrir recibe un premio merecido, un reconocimiento de alto valor. Este índice implica las técnicas y los procedimientos de laboratorio, genéticos, que establecen el nexo de parentesco indiscutible entre una persona y sus abuelos, aún en ausencia de los padres. Permite afirmar que, cuando se localiza un adulto que pudo haber sido robado de bebé durante la dictadura militar, éste no es hijo de quienes dicen ser sus padres sino nieto de quienes dicen ser sus abuelos. Y esto certifica, con valor legal y científico, que en su momento fue robado. Gracias a este índice se han podido identificar los verdaderos padres de muchos bebés desaparecidos. También se utilizan estas técnicas genéticas para identificar cadáveres o restos humanos en otros casos de violencia por dictadura militar, y además por narcodelincuencia, terrorismo, accidente de aviación, conflicto bélico, catástrofe natural.
Todo esto de querer establecer el parentesco cierto entre una persona y sus abuelos legítimos comenzó como un pedido de las Madres luego Abuelas de Plaza de Mayo. Se pusieron en contacto con este equipo de investigación genética para pedirles ayuda a fin de poder indentificar, con la máxima precisión y con valor legal, que una determinada persona no es hija de quienes dicen ser sus padres. En otras palabras, el índice a abuelidad, hoy conocido y reconocido, es un síntoma de justicia, de humanidad, de respeto, de la voluntad de ciertas personas por encontrar la verdad. Unos la buscan en la calle y en las instituciones, mientras que otros la buscan en el laboratorio, y todos son necesarios.
El premio lo recibe la investigadora Mary-Claire King, hoy de 79 años, como líder del equipo de genetistas. Se trata del Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2025, que otorga el Reino de España. Este equipo de investigación también es responsable del descubrimiento y la identificación de la mutación genética que está involucrada en el cáncer de mama hereditario (que representa una pequeña parte de todas las formas de cáncer mamario). También reciben este prestigioso premio por las investigaciones sobre los factores genéticos que intervienen en varias enfermedades infantiles, incluyendo la sordera congénita y la esquizofrenia. Una vez más queda visto que la ciencia es del todo necesaria, y que puede tener un papel decisivo en la búsqueda de la verdad, así como en la salud de las personas.