La historia es también la historia de los grandes amores. Desde Cleopatra y Marco Antonio en adelante. Si en nuestra modesta historia nacional unos amores merecen nuestra atención son los que vivieron durante más de treinta años Aurelia Vélez Sarsfield y Domingo Faustino Sarmiento, amores que conjugaron la pasión, la complicidad, la política y, claro está, la incomprensión de sus contemporáneos porque uno de los rasgos destacados de esta relación fue la transgresión. "Te amo con toda la timidez de una niña y con toda la pasión de una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar", escribe una Aurelia a quien ya es uno de los políticos más conocidos de su tiempo y, como para que nada falte a las complicaciones del corazón, íntimo amigo de su padre.
Aurelia y Sarmiento vivieron sus amores a contramano de las creencias de su tiempo. Él era casado y los escándalos que protagonizó Benita Pastoriza alcanzaron a su hijo Dominguito, a Bartolomé Mitre y a las esposas de Mitre y Nicolás Avellaneda. Y todo esto en el Buenos Aires separado de la Confederación y sacudido por los estruendos de las batallas de Cepeda y Pavón. Amantes, amigos, a veces cómplices. De regreso de Estados Unidos para asumir la presidencia, las principales cartas que escribe están dirigidas a ella. A sus amigos y colaboradores políticos les insiste en que la consulten porque es la única capaz de poner en línea a "los culones porteños".
Amores de esa intensidad incluyen crisis, pero sobre todo aprender a resistir las murmuraciones, las burlas, las injurias de quienes no están dispuestos a consentir pecados de ese tipo en la ciudad que fusiló a Camila O'Gorman. A veces están juntos, a veces se separan; siempre se escriben. En algún momento acuerdan separarse pero mantener intacta la amistad, promesas que después no cumplen, pero en esos días un Sarmiento desgarrado por la tristeza escribe: "Le digo adiós para siempre a los afectos tiernos y cierro la última página de un libro que solo contiene dos historias interesantes. La de usted es la más fresca y es la última de mi vida. Desde hoy soy viejo". No aporto ninguna novedad si digo que Sarmiento fue una de las mejores plumas de la literatura argentina. "Desde hoy soy viejo".
Antes de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, Aurelia y Sarmiento aprenden con placer -pero también con lágrimas- las aventuras de la libertad. No necesitan papeles y domicilio común para saber que se necesitan como solo se necesitan los enamorados. Sarmiento se enreda en las discordias políticas y ella viaja. Nunca dejan de escribirse. Ya viejo, se instala en Paraguay a esperar la muerte. Desde su dormitorio, sentado en el sillón y con el ventanal que da al parque, le escribe a ella que acaba de regresar de Europa: "Venga a Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga que no sabe mi bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado". Y ella por supuesto corre a sus brazos. Y retorna a Buenos Aires un mes antes de la muerte de él, porque la mujer que demostró ser fuerte en todas las circunstancias adversas, admite que no tiene coraje para verlo morir. Después, los funerales en Buenos Aires, los discursos, los protocolos de la política. En esos espectáculos ella está ausente. Sola. Y a la soledad la soporta porque ella sabe que ninguna ceremonia, ninguna honra oficial será superior a lo que ellos vivieron.
De "Facundo" me importa destacar tres o cuatro párrafos. El inicio con "Sombra terrible de Facundo voy a evocarte…"; esa percepción infalible del futuro cuando le atribuye a Rosas aquello que un siglo después Hannah Arend calificaría como la banalidad del mal; ese párrafo del capítulo dos cuando en 1845 prefigura un género musical que se parece demasiado al tango, cincuenta años antes de que el tango naciera. Describe las habilidades del rastreador con el tono de quien escribe una novela de enigma cuando la novela de enigma no era conocida. Y después el capítulo más logrado de un libro magnífico: el XIII, el referido a Barranca Yaco. Crónica, ensayo, literatura, historia. Sarmiento anticipa preocupaciones que un siglo después serán preocupaciones de la vanguardia. Importa destacar un personaje: Santos Ortiz. Es el secretario privado de Facundo, es abogado ("no es bruto como yo", escribe Facundo). Viajan en la galera desde Santiago del Estero a Buenos Aires, pero la cita será la muerte, la muerte de todos.
La galera llega a la posta de Ojo de Agua. Todos saben que un tal Santos Pérez con treinta hombres armados los esperan en un recodo del camino. La orden es matarlos a todos. Ortiz advierte a Facundo del peligro. Todo en vano. Y esa noche Facundo duerme de un tirón cuando todos los viajeros están despiertos, aterrorizados por la certeza de que al otro día serán asesinados. La galera sale temprano rumbo a Barranca Yaco. "Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura, arrastraban seis miedos y un valor desvelado". Lo demás es historia conocida. La carnicería incluye al propio doctor Ortiz, el padre de Pedro Ortiz.
A Pedro Ortiz, Sarmiento lo menciona en ese otro libro formidable que se llama "Campaña el Ejército Grande". Lo describe como un mozo apuesto, valiente, de risa fácil. "Un compañero envidiable y un enemigo temible", concluye. A Pedro, en realidad, Sarmiento lo conoció en el exilio chileno. Con Sarmiento ocurrían estas cosas. La ficción se confundía con la realidad; el presente anticipa borrosamente el futuro. Pedro Ortiz es primo de Aurelia Vélez Sarsfield. Serán primos y en algún momento amantes. Ella tiene diecisiete años; a él le falta poco para llegar a los cuarenta. De esos amoríos hay un embarazo, un casamiento y como desenlace una tragedia. Aurelia engaña a Pedro con su secretario Cayetano Echenique. La escena merecería filmarse. Pedro a través de la luz de un espejo registra que Echenique se besa con Aurelia. Es un hombre que llegado el caso no vacila en matar. Es lo que hace. Mata a Echenique y a la pequeña Aurelia la deja en la casa de su padre. Él elude la cárcel porque un joven patricio dispone de amistades que prueban su insania mental. Recupera la libertad y se traslada a Chile. Aurelia ha sido deshonrada; la hija del abogado más famoso y más controvertido de Buenos Aires engañaba a su marido, lo cual es grave, pero, además, interrumpe el embarazo, es decir, aborta, lo cual en 1854 es imperdonable.
Como para que ninguna complicación falte, en esos días Sarmiento inicia su romance con Aurelia. Y el viejo Vélez, conservador y riguroso, banca. Esa tolerancia del autor del Código Civil con su hija es uno de los grandes asombros de la historia. Con su hija que engañó a su marido, que se involucró en un crimen y que abortó; con la misma hija que inicia amores con un Sarmiento que le lleva veinticinco años. Una historia que podemos iniciarla en Barranca Yaco, continuarla en la campaña del Ejército Grande, con un desenlace amoroso que incluye muerte, destierro, escándalo conyugal y uno de los romances más conmovedores de nuestra historia. Doce años después de la muerte de Sarmiento, Aurelia se entera en París que han decidido levantarle un monumento en los bosques de Palermo. Ella (Sarmiento juraba que Aurelia disponía de mucho más talento literario que él), escribe: "Me alegra que lo recuerden, pero a mí no me va gustar ver su figura tiesa convertida en bronce. Porque ese hombre fue mi hombre. Yo lo abracé y lo besé. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y él la sostuvo con sus manos grandes y fuertes. Compartí sus incertidumbres y sus angustias. Lo vi dudar y alegrarse. Tuvimos miedo y muchas veces lloramos juntos. Y ahora quedará hecho estatua en medio de esos árboles de los que tanto me habló y que yo misma lo vi plantar. Dentro de algunos años, cuando yo no esté, él permanecerá allí, quieto, helado. De vez en cuando, le llevarán flores y leerán discursos en su pedestal. Pero nadie podrá recordar el calor de sus brazos, la intensidad de su mirada, la ternura de sus palabras. No, no quiero verlo convertido en bronce (...)". Tranquila querida Aurelia. Usted y él, persisten por algo mucho más importante que el bronce; persisten como persiste la memoria de un crepúsculo, de un reflejo de luna en un charco de agua, de la sombra de una sonrisa, de esas lágrimas derramadas en soledad y de las palabras que fueron capaces de escribir.




