Nutrición y cerebro: qué comer para mejorar el desarrollo y el aprendizaje infantil
Desde la programación fetal hasta la adolescencia. Una profesional detalló por qué una buena alimentación puede potenciar las capacidades cognitivas, prevenir trastornos y mejorar el estado de ánimo.
Nutrición y cerebro: qué comer para mejorar el desarrollo y el aprendizaje infantil
Desde el primer instante de la vida, la alimentación juega un papel crucial en el desarrollo del cerebro. Lo que una madre consume durante el embarazo no solo nutre su cuerpo, sino que también prepara el terreno para el aprendizaje, la concentración y el comportamiento futuro de su hijo.
Los primeros años de vida son decisivos porque en ese período el cerebro alcanza su tamaño máximo y la calidad de los nutrientes que recibe puede marcar la diferencia en su desarrollo cognitivo y rendimiento escolar.
La Licenciada en Nutrición Caren Früh (Mat: 1230) explicó a Vivi Mejor cómo una alimentación consciente y natural desde el embarazo y durante la infancia puede potenciar el desarrollo cerebral y sentar las bases de una vida saludable.
La nutrición más importante para el desarrollo cerebral ocurre desde el embarazo
El cerebro se alimenta antes de nacer
“El cerebro es el primer órgano que se forma cuando se genera la vida”, explicó Caren Früh (Mat. 1230), y con esa afirmación dejó claro que la nutrición cerebral empieza mucho antes del nacimiento.
“Se forma el tubo neural y comienza lo que llamamos el neurodesarrollo, un proceso que abarca los dos primeros años de vida, donde el cerebro alcanza su tamaño máximo y se definen sus principales funciones neurocognitivas”, detalló.
Durante ese tiempo, agregó, el crecimiento cerebral es vertiginoso: “El cerebro del niño alcanza un tamaño un 50% mayor al del nacimiento, y eso no sólo implica volumen, sino también conexiones neuronales, sinapsis, desarrollo cognitivo y emocional”.
La dieta mediterránea es la más respaldada por la ciencia en cuanto al cuidado cerebral:
La profesional remarcó que la alimentación en este período —que va desde la programación fetal hasta los primeros años— es clave.
“La nutrición más importante para el desarrollo cerebral ocurre desde el embarazo. Por eso, cuando se planifica un embarazo, hay que preparar el terreno con los nutrientes adecuados. La placenta se forma en los tres primeros meses, pero desde que el óvulo y el espermatozoide se unen, todo el entorno nutricional depende del útero materno".
"Esa ‘programación fetal’ es fundamental para prevenir defectos y para que ese cerebro tenga las herramientas necesarias para desarrollarse de manera óptima”, dijó la profesional.
Omega 3 (DHA), para la formación de vainas de mielina y la sinaptogénesis (la conexión entre neuronas).
Comida real
Los pediatras coinciden en que a partir de los seis meses se inicia la alimentación complementaria. Pero en los últimos años, el foco está puesto en ofrecer alimentos naturales, sin sal ni azúcar, y evitar los ultraprocesados durante los primeros años de vida. La Lic. Früh explicó por qué:
“Lo que intentamos es darle al organismo las herramientas que necesita para mantenerse con salud. Si uno piensa en una planta, no la riega con gaseosa, ¿no? Porque la planta necesita agua, minerales, tierra, sol. En el ser humano pasa lo mismo. Nuestras células están hechas de proteínas, grasas saludables, vitaminas y minerales. Todas las células del cuerpo necesitan estos nutrientes para vivir y funcionar”.
Por eso, advirió que “los alimentos reales son los que no pasaron por la industria, los que mantienen su matriz original y su potencial nutritivo. Un huevo viene de una gallina, una manzana de un árbol”.
“Pero un paquete de galletitas”, continuó la profesional, “tiene conservantes, estabilizantes, acidulantes, espesantes y otros aditivos químicos. Aunque estén aprobados, el problema es que los niños los consumen todos los días y en grandes cantidades”.
Esa exposición constante, afirmó Früh, “puede provocar alergias, hiperactividad, problemas de concentración, dificultades de aprendizaje, alteraciones intestinales y cambios en el estado de ánimo”.
Y añadó: “Los padres suelen cuidar mucho la alimentación hasta los dos años, pero después aparecen los cumpleaños, las gaseosas, los fideos todos los días. Y eso cambia por completo el entorno nutricional. Los chicos son un reflejo de su familia: si los adultos no comen variado, ellos tampoco lo harán”.
La especialista sostuvó que la clave está en educar con el ejemplo y generar entornos saludables: “La escuela, el club, la casa… todos influyen. Nadie dice que de vez en cuando no se pueda comer algo dulce o ultraprocesado, pero lo importante es que eso no sea lo cotidiano. Lo que se hace todos los días es lo que marca la salud”.
El cerebro, dijó Früh, es un órgano “egoísta”: “Toma lo que necesita de donde sea, porque regula todos los ejes del cuerpo —inmunológicos, endocrinos, neuroendocrinos— y necesita mucha energía. De hecho, consume entre un 25% y un 30% de toda la energía diaria del organismo”.
“El 70% del cerebro está formado por grasas, y el 40% de esas grasas son del tipo DHA (Omega 3). Por eso necesita antioxidantes para protegerse de la oxidación y cuidar sus tejidos”.
Entre los nutrientes esenciales para el desarrollo y funcionamiento cerebral, la Lic. Früh destacó:
Proteínas, para la estructura celular.
Omega 3 (DHA), para la formación de vainas de mielina y la sinaptogénesis (la conexión entre neuronas).
Hierro, fundamental para evitar la anemia, que afecta el aprendizaje y la concentración.
Vitaminas del complejo B (B1, B2, B3, B6, B9 y B12), necesarias para la síntesis de neurotransmisores.
Vitamina D, clave para la actividad cerebral.
Zinc, selenio y magnesio, que intervienen en múltiples funciones neuronales.
Resveratrol, un antioxidante presente en frutos rojos, que mejora la oxigenación celular.
Además, advirtió que mantener un índice glucémico equilibrado es vital: “La insulinoresistencia y la diabetes afectan directamente al cerebro porque impiden que la energía llegue a las neuronas. Son causas frecuentes de deterioro cognitivo y demencias en la adultez”.
Qué comer para cuidar el cerebro
Los alimentos que aportan estos nutrientes están al alcance de la mayoría. Früh recomendó priorizar proteínas de calidad y grasas saludables:
“Los pescados grasos —como salmón, caballa, arenque, sardinas o atún— son ideales porque aportan proteínas y Omega 3. También las carnes, el pollo, los huevos, las legumbres y los frutos secos. Las vitaminas del complejo B se encuentran principalmente en las carnes, el huevo, las legumbres y las semillas”, enumeró.
Además, subrayó el valor de los vegetales de hoja verde, que aportan ácido fólico (B9), y de los frutos rojos, que protegen al cerebro del estrés oxidativo. “Un plato ideal sería pescado con vegetales verdes, tomate, aceite de oliva y frutos secos: completo, equilibrado y antioxidante”.
La profesional destacó que la dieta mediterránea es la más respaldada por la ciencia en cuanto al cuidado cerebral: “Incluye pescados, frutas, verduras frescas, legumbres y grasas de calidad como el aceite de oliva. No hay que tenerle miedo a las grasas buenas: son esenciales para el cerebro. También es muy beneficiosa la cúrcuma, por sus propiedades antiinflamatorias y antioxidantes”.
En Santa Fe, admitió, el acceso a pescados de mar profundo no es sencillo, pero hay alternativas:
“Podemos recurrir al atún o la caballa enlatados, pero adquirir los que vienen en aceite y no en agua, porque si el pescado está en aceite, esos nutrientes se mantienen estables y su absorción intestinal aumenta. En cambio, en agua o salmuera, el entorno acuoso no favorece su estabilidad ni su biodisponibilidad, y además se puede perder parte del omega-3 por oxidación”.
Adolescencia: una segunda oportunidad para nutrir el cerebro
Aunque los primeros años son críticos, la Lic. Früh aclaró que el cuidado cerebral no termina en la infancia:
“A lo largo de la vida todos tenemos que cuidar el cerebro. Es el director de la orquesta, regula todos los órganos, incluso el sistema inmune. La adolescencia es otro momento clave, porque el cerebro atraviesa una nueva reorganización y necesita nutrientes, sueño, movimiento y entornos saludables”.
El ejercicio físico, aseguró, es tan importante como la comida:
“La actividad física mejora la circulación y la calidad de las arterias, que son las que nutren al cerebro. Cuando hay sedentarismo, estrés o alimentación ultraprocesada, el riesgo de microinfartos cerebrales aumenta, aunque no se note. Con el tiempo, eso deteriora la función cognitiva y aumenta el riesgo de enfermedades como el Alzheimer”.
Muchos padres consultan por problemas de atención, hiperactividad o bajo rendimiento escolar sin imaginar que la alimentación puede estar detrás. Früh explicó que:
“El intestino es el primer lugar que hay que mirar. El eje intestino-cerebro está íntimamente relacionado. Un intestino inflamado o con hiperpermeabilidad deja pasar moléculas grandes —como proteínas del gluten o toxinas— al torrente sanguíneo, lo que genera inflamación y afecta la función cerebral. Es lo que llamamos neuroinflamación”.
Por eso, sostuvó, no alcanza con comer bien si el intestino está alterado: “Podés tener la mejor dieta, pero si el intestino no está sano, los nutrientes no llegan al cerebro. En casos de autismo o hiperactividad, por ejemplo, el primer paso terapéutico es cuidar la barrera intestinal”.
Los pilares de un cambio necesario
Para Früh, la alimentación no puede depender sólo de la voluntad individual: “Esto es educación y política pública. Hay una ley nacional que prohíbe la venta de productos con sellos de advertencia en las escuelas, pero en Santa Fe aún no está implementada. La escuela no puede ser la policía de la alimentación: necesita respaldo institucional y social”.
La nutricionista destacó que garantizar una alimentación saludable es parte del derecho a la salud y la educación:
“El artículo 22 de la Constitución habla de asegurar ejes de alimentación, y junto con la ley de defensa del consumidor, tenemos el marco legal. Lo que falta es aplicarlo. La seguridad alimentaria es también soberanía alimentaria: cuidar lo que comen nuestros chicos es cuidar el futuro”.
Y agregó una reflexión que interpela: “Los niños de hoy son la sociedad del mañana. Si queremos una comunidad más sana, más empática y con mejor aprendizaje, tenemos que empezar por lo básico: lo que comen”.
Volver a lo natural
Adoptar una alimentación saludable puede parecer un desafío, pero Früh insistió en que es posible y más económico de lo que se cree:
“Una fruta de estación es más barata y más nutritiva que un paquete de bizcochos. Lo difícil es salir del circuito ultraprocesado, porque esos alimentos están diseñados para que no puedas parar de comer. La industria estudia el cerebro humano para generar productos hiperpalatables que estimulen los neurotransmisores del placer”.
Por eso, advirtió, “cuando un niño toma gaseosa todos los días o come productos industrializados en exceso, su cerebro se acostumbra. Volver al agua o a la comida real cuesta, pero se puede. Hay que hacerlo de a poco, bajando la inflamación y reeducando el paladar”.
La diferencia entre lo artesanal y lo industrial también marca la época: “El helado de antes tenía leche y azúcar, pero ahora son bases químicas que engañan al cerebro y no nutren. La comida barata sale cara en salud: genera obesidad, sobrepeso, alteraciones del aprendizaje y del estado de ánimo”.
Un cambio que empieza en casa
Para la Lic. Caren Früh, la receta para cuidar el cerebro —y la vida— combina tres ingredientes simples: alimentación real, movimiento y descanso.
“Que los chicos hagan actividad física, duerman temprano y coman natural. Dormir entre 8 y 10 horas, cenar temprano y respetar los ritmos del cuerpo mejora el aprendizaje y el humor. Y los adultos tenemos que acompañar con el ejemplo, porque el cambio es familiar, no individual”.