Hay una verdad incómoda que alguien tiene que poner sobre la mesa: gran parte de los problemas nutricionales actuales no provienen de las personas, sino de modelos profesionales que jamás actualizaron su mirada. Enfoques formados en los 90 que, por inercia, comodidad o conveniencia comercial, siguen repitiendo dogmas viejos, modas sin evidencia y mensajes marcados por la industria alimentaria.
Yo elegí otro camino. Desde el año 2000 trabajo con nutrición moderna, basada en fisiología, evidencia seria y sentido común clínico. Pero determinados sectores de la práctica nutricional continúan anclados en paradigmas que la ciencia dejó atrás hace tiempo. Paradigmas que no solo son obsoletos: pueden ser peligrosos.
A continuación, los 10 errores históricos que aún sobreviven —y que no deberían figurar en ningún consultorio serio del siglo XXI.
1. Demonizar todas las grasas por igual: el dogma más anticientífico de los 90
Mientras la evidencia ya demostraba el valor protector del aceite de oliva y las grasas insaturadas, ciertos enfoques seguían —y siguen— repitiendo el viejo mantra de que "toda grasa es mala". Esa simplificación alimentó uno de los grandes negocios de la industria: los productos "0%". Resultó ser un dogma rendido al marketing, no a la ciencia.
Durante años se indicaron 800 o 1500 kcal por día como si eso fuera un acto disciplinario y no un riesgo metabólico. Ese estilo de prescripción aún sobrevive en algunos sectores. Ignorar la endocrinología básica no es rigor: es irresponsabilidad clínica.
3. Reducir la salud a un número en la balanza
Persisten modelos que equiparan peso con salud. Hoy la evidencia habla de inflamación, composición corporal, cronobiología, cortisol, microbiota. Seguir midiendo bienestar en kilos es una mirada incompleta y anticuada.
4. Tratar a todos los carbohidratos como iguales
Avena, batata y lentejas no pueden ser comparadas con harinas ultrarrefinadas. Pero ciertos enfoques aún recitan esa simplificación extrema. Es una reducción tan cómoda como científicamente indefendible.
5. Aferrarse al conteo de calorías como si fuera ciencia avanzada
El famoso "1200 kcal universal" no es ciencia: es falta de actualización. La fisiología humana no funciona como una calculadora. Ignorar hormonas, estrés, horarios y calidad alimentaria es desconocer cómo opera realmente el cuerpo.
6. Ignorar la cocina, los hábitos y la conducta
Todavía sobreviven prácticas que tratan al paciente como un ejecutor de órdenes, como si la adherencia dependiera de obediencia y no de educación, entorno, emociones y aprendizaje. Sin cocina ni hábitos, no hay salud sostenible.
7. Promover productos "light" y "diet": obediencia al marketing
Durante años, determinados sectores profesionales se alinearon con la industria alimentaria, recomendando yogures "0%", galletitas "light" y barras "saludables" que en realidad eran ultraprocesados maquillados. La evidencia en contra es contundente desde hace dos décadas. Pero ciertos discursos siguen siendo más publicitarios que científicos.
8. Minimizar el rol del estrés y el sueño
Quedan aún enfoques que insisten en reducir todo a "comer menos y moverse más", ignorando que el cortisol, el insomnio y la ansiedad modulan el metabolismo tanto como la alimentación. Una mirada limitada en un mundo complejo.
9. No identificar a los ultraprocesados como el enemigo central
Mientras demonizan alimentos nobles como papa o pan, pasan por alto el verdadero problema: los ultraprocesados. Una omisión que la industria agradece y la salud padece.
10. Seguir comunicando desde la culpa: una forma sutil de violencia
Mensajes como "eso engorda", "eso está prohibido" o "si subiste es tu culpa" son residuos tóxicos de otra época. La nutrición moderna trabaja desde la neurociencia, la conducta y la empatía, no desde el miedo.
La nutrición del 2025 exige abandonar la nutrición de 1995
Esta columna no es un ataque personal. Es un llamado urgente.
Porque actualizarse no alcanza. Repetir guías no alcanza.
La nutrición exige pensamiento crítico, capacidad de analizar recomendaciones, interpretar correctamente los trabajos científicos, identificar sesgos industriales y aplicar algo que en salud pública vale oro: sentido común profesional con respaldo fisiológico.
La ciencia cambió. El mundo cambió.
La gente necesita nutrición real, no restos de manuales viejos.
Yo elegí actualizarme hace 25 años. Elegí cuestionar, estudiar y pensar.
Otros todavía no.
Es momento de que la profesión decida en qué siglo quiere trabajar.